PANDEMIA, CONCIENCIA, SOLIDARIDAD...
A riesgo de ser antipático, una
pequeña reflexión a partir de las noticias y varios comentarios que me
encuentro por aquí. Es mi opinión, por supuesto, pero es la que va a organizar
mis acciones, por la cuestión básica de que en una emergencia sanitaria le
tengo que hacer caso a los que saben.
Es decir, tengo que confiar, para
que de ese modo confíen en mí. Soy padre, profes. Tengo menores a cargo, que
dependen de mí. Y están nuestros pares, y los mayores. ¿Cómo no esforzarme por
estar a la altura?
Y estar a la altura, significa
cumplir las normas sanitarias que diseñaron personas mucho más preparadas que
yo.
Resulta que un virus que aún no conocemos bien vino a recordarnos que somos
mortales. También llegó para mostrarnos la importancia del Estado, la educación,
las consecuencias de desinversión en esos territorios. Hay que ser
tremendamente corto de miras para centrarse en eso ahora.
Que si es desde hace cuatro años,
o desde hace más tiempo. Quién sabe si alguno de los que se mete con eso ahora
no será un infectado o un fallecido después. Priorizar dónde poner el foco, eso
creo. Sobreactuaciones que distraen, y que seguimos como cardumen.
El virus vino para mostrar cómo
el poder social traducido en el dinero da impunidad: muchos de los casos de
personas que se niegan al aislamiento son personas de recursos, con plata, que
acaban de llegar de un viaje por placer o trabajo. Son la materialización del
sistema en el que vivimos, sería raro que hubiera sucedido otra cosa. Hasta
dónde ese individualismo derrama sí que no es una pregunta menor.
Lo cierto es que no serán los
únicos. El egoísmo y la desaprensión son transversales a las clases.
Esencializar conductas es fascista. Así de sencillo. Entonces, en cambio, habrá
que prestar atención a lo siguiente: a la desinformación se agregará un
importante desprecio por las normas, que ya existe socialmente. Las normas
preventivas que solo son entendidas como control, como un avance sobre nuestros
derechos, cuando también son formas de convivencia legitimadas socialmente y
sostenidas por los poderes del Estado. Más aún, son las formas que tenemos para
proteger a los más débiles. Eso es el Estado.
Es una pena que esté cerrada la
Biblioteca Nacional, que se restrinjan los encuentros públicos, que
probablemente estemos un tiempo sin clases. Que no podamos ir al cine, a un
recital, vaya a saber a dónde más. ¡Que no nos podamos ir de viaje! ¡Hay que
ser tan egoísta para pensar así! Millones de compatriotas no tienen idea de lo
que es eso. Y dependen en cambio de que cumplamos unas reglas sencillas, y las
que vayan surgiendo...
Las medidas actuales y las que se
vayan a agregar no son tomadas para naturalizar el control, la vigilancia.
Resulta que a veces los controles, por vía del Estado, son la forma de ser
solidarios. La solidaridad se aprende, a veces, de esta manera: cuando un virus
te recuerda que sos mortal. Es cómodo, además: ni siquiera te tenés que
comprometer, solamente cumplir tu parte.
La actual crisis pandémica nos
recuerda la cantidad de palabras, conceptos y políticas que con el rótulo
general de autoritarismo y control los “progresistas” le hemos regalado a los
“autoritarios”. El enorme individualismo que a veces puede solaparse, como otro
virus, en la defensa de las libertades individuales. Seas “progre” o no.
Creo que todo esto es una enorme
posibilidad de afilar las armas, eso sí, mientras afrontamos la pandemia y nos
cuidamos. Es probable que inconscientemente le tengamos un miedo enorme a la
introspección, sea que tengamos que estar aislados, o no.
Tal vez ya lo estábamos.