Ganamos,
perdemos, siempre perdemos…
Un equipo condicionado por el rival jugó su peor partido
de la Copa, se fue deshilachando con el correr de los minutos y finalmente
sucumbió en la ronda de los penales. Chile consiguió así su primer título en el
fútbol internacional.
La tercera final que la selección deja pasar en las cuatros últimas Copas
América.
Esta película ya la vimos. El festejo de los otros que nos recuerda a Brasil,
la sonrisa de la Bachelet que nos trae la imagen de la Merkel en el Maracaná,
la caravana de anti-Messi que ya no le tiran disparos en las sombras al pibe y
salen abiertamente a plantear el Apocalipsis. “¿Qué he hecho yo para merecer
esto?”, se debe preguntar el pibe aunque ya sabe cómo son las cosas por estas
tierras, que hoy sos el Rey Lionel y mañana sos el Satánico doctor No: no
cantás el Himno, no hacés un gol, no jugás como en el Barcelona, no sos
Maradona, no la tocás, no ganás ningún campeonato.
Al Tata Martino también le caen con todo, por derecha y por izquierda, los
nostálgicos del Coco Basile y los que empiezan a poner fichas para que vengan
caras extrañas. Estos fueron los siete pecados capitales:
1) Que no dio la talla.
2) Que no puso a Tévez.
3) Que hizo mal los cambios.
4) Que el equipo no tuvo fuego sagrado porque él mismo no lo tiene.
5) Que se encontró con un equipo en serio y no como Paraguay.
6) Que no respetó la esencia del fútbol argentino.
7) Que dijo que Argentina había merecido ganar porque estaba viendo otro
canal.
Algunas críticas son acertadas, otras son lapidarias, pero ya se sabe que
por acá lo que el viento se llevó hace rato es la reflexión, la cordura, el
equilibrio, cuando el muerto que deja la derrota todavía está caliente.
Pero lo que sí tal vez se le debe cuestionar al entrenador es que en el
afán de protegerse, de anular el poder ofensivo de Chile, le restó poder de
fuego al propio equipo. Por primera vez un rival en esta Copa tuvo más tiempo
la pelota que Argentina. Martino pensó, seguramente, que de contra se podía
llegar con cierta facilidad y que todo se resolvía con un par de genialidades
de Messi o de Pastore.
Pero Pastore estuvo impreciso, solo apareció en cuentagotas y a Messi lo
rodearon bien. Es cierto que Chile casi no inquietó a Romero, pero puso el
partido muy lejos de Bravo en casi todo el desarrollo del juego. El cero a cero
fue producto de que se anularon mutuamente, pero Sampaoli respetó un poco más
su línea, su idea, su estilo. Y eso es independiente del resultado final.
La verdad es que no se dio el partido de película que todos esperábamos.
Tuvo la emotividad y la tensión propia de cualquier final importante, pero
nunca el brillo deseado ni la lluvia de goles. Hasta pocas situaciones de gol
hubo en los 120 minutos de juego.
Quedan registradas –son casi anécdotas a esta altura– algunas historias
mínimas:
- La lesión de Di María. Estaba jugando un buen partido y rápidamente quedó
afuera. ¿Era Lavezzi el reemplazante natural? Si se recuerda lo bien que había
jugado en el primer tiempo de la final del Mundial, se entendía el cambio. Pero
Lavezzi no anduvo.
- El patadón de Medel. Una patada en el estómago a Messi para ablandarlo
(el chileno merecía la roja directa, sin duda) pero la amarilla no lo
condicionó para ejercer una marca férrea y formar parte de la telaraña que dejó
fuera de acción al rosarino.
- El gol que no hizo Higuaín. Fue una gran jugada de Messi sobre el epílogo
de los ’90 (de lo mejorcito en su pobre actuación) que le dio la pelota a
Lavezzi, como se la había dado a Di María contra Suiza y Lavezzi decidió
meterla en profundidad para Higuaín, quien llegó un segundo tarde. Una pena
realmente.
- Wilmar Roldán no cobró una clara falta a Rojo en una jugada de pelota
detenida y debió echar a Medel, pero cargar todas las tintas sobre el árbitro
es tan injusto como hacerlo sobre Martino o sobre los jugadores.
- El penal de Alexis. Pasó casi inadvertido que en el último penal Alexis
Sánchez picó la pelota y que, con eso, con ese lujo le puso broche de fantasía
a una merecida coronación de su equipo. Con una interesante camada, pero sin el
nivel técnico de los argentinos, sabían que era una oportunidad única y la
aprovecharon: fueron dignos campeones. Y tienen derecho a gritar “Chile
campeón, carajo” y quien quiera oír que oiga. Qué se le va a hacer. Otra vez
nos tocó una de terror.
© Escrito por Juan José
Panno el sábado 04/07/2015 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.