Murió Videla…
Murió Videla, claro, todos
morimos algún día, pero hoy, cuando supe la noticia, sinceramente no sentí
nada. En las redes sociales hubo festejos, puteadas, recordatorios, pero a mí,
no me pasaba nada. Todo ese asco, toda esa revulsión, toda esa bronca acumulada
que me causaba cada vez que lo veía, pasaron a un segundo plano y me puse a
reflexionar todo lo que me hubiese gustado que viva para que diga lo que sabe a
la justicia y a los familiares, para que le explique a la sociedad quienes le
ordenaron la barbarie que desató con placer y hasta se debe haber regodeado con
los aullidos de sus víctimas, pero ya es tarde, él no va a hablar, tampoco sus
cómplices, ni siquiera para acusar a los que le ordenaron un genocidio y hoy
son socios los más turbios negociados. Los mismos empresarios que en 1976
fueron a pedirle que ponga el país en orden, son los mismos que hoy celebran la
democracia que supimos conseguir.
Si hay algo de mi vida
personal con lo que siento un profundo orgullo es que siempre los odie, y esa
es la palabra justa, siempre los odie con el odio de clase que me nace de lo
más hondo de mis sentimientos y mis entrañas. Cuando veo todos los que quedaron
en el camino, los que hoy no están, los que no pudieron ver un nuevo amanecer,
la sangre se subleva y el insulto quema la garganta.
Murió en la cárcel, como
morirán muchos de sus cómplices en el genocidio y en este momento me gustaría
que fuéramos capaces de ver un poco más allá, porque ese “señor” que fue el
dueño de la vida y de la muerte, fue simplemente un lacayo y acá no hay odio,
porque de verdad fue un lacayo, de esos que no dudan en asesinar a un
compatriota para defender los oscuros intereses del amo imperial. ¿Sentirán los
argentinos la misma alegría cuando muera Henry Kissinger? Porque el señor Premio
Nobel de la Paz fue uno de los arquitectos del genocidio en Latinoamérica.
Murió en la cárcel, solo, o
acompañado de sus seguidores que es lo mismo que estar solo. Solo sin su
adorado uniforme de asesino, sin sus jinetas, sin sus cuarteles, sin sus misa de
once y todo lo que fue su tenebrosa vida. Ahora pienso que cuando estuvo preso
en la cárcel de Magdalena don Goyo Pérez Companc le regaló a la esposa del
asesino una vivienda frente a la prisión para que no tenga que viajar tanto y
estén más tiempo juntos.
Murió en la cárcel ¿Murió
hoy? Eso dicen las noticias, pero creo que no es verdad. Don Jorge Rafael murió
hace mucho, sucumbió cuando decidió alinearse con los enemigos de la aurora,
cuando eligió libremente hundirse en el peor de los basurales. Los médicos
hablaran del estado de salud, de las patologías, pero para mí, murió de
cobardía, enfermo de cinismo, y acorralado por sus fantasmas.
Desde lo más profundo de mi
corazón yo no festejo su muerte, no me gusta celebrar la oscuridad, prefiero
pensar junto con Mario Benedetti que siempre llueve sobre el surco y soy un
militante de la vida. Prefiero recordar a los que no están cuando estaban
riendo y celebrando el porvenir y sembrando utopías.
Murió Videla el dictador, el
desaparecedor, el torturador, el asesino. El que desmanteló el país y lo hizo
retroceder al Medioevo, el aprendiz de Torquemada. Murió Videla, murió el NADIE
más grande del país.
©
Escrito por Guillermo Berasategui el lunes 20/05/2013 y publicado por el plazademayo.com
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario