Error categorial…
El libro El concepto de lo mental es un clásico de la
filosofía moderna. En él se acuñó un concepto clave: el “error categorial”. Su
autor, el célebre profesor de Metafísica de la Universidad de Oxford durante
gran parte del siglo XX, Gilbert Ryle, bregaba por construir una “geografía
lógica” que nos exorcisara de lo que él llamaba “el mito del fantasma de la
máquina iniciado con Descartes”, e indirectamente de todos los mitos de
fantasmas.
“Los errores categoriales teóricamente interesantes
–escribió Ryle– son los cometidos por personas capaces de usar conceptos, por
lo menos en situaciones que les son familiares, pero que, sin embargo, al
pensar en abstracto pueden asignar dichos conceptos a tipos lógicos distintos
de aquellos a los que pertenecen.”
Ernesto Laclau, otro célebre profesor, en su caso de Teoría
Política, de otra universidad inglesa, la de Essex, me hizo pensar en Gilbert
Ryle. Fue por el ciclo Debates y Combates, que terminó anteayer en Tecnópolis,
donde Laclau asignó a la Ley de Medios el carácter de “batalla” y
“absolutamente central” (ver página 14).
¿Será así?, me pregunté a mí mismo: ¿habré pasado tantos
años dentro de la máquina periodística sin darme cuenta de que la habitaba el
fantasma absolutamente central del país?
Para responderme, y evitar el error categorial de confundir
distintos tipos lógicos, seguí el método de aceptar como cierto el argumento
que se pretende rebatir y profundizarlo.
Durante los últimos años, desde el periodismo militante se
realiza la misma crítica al periodismo: que durante los noventa nos llenábamos
la boca diciendo que éramos independientes del poder y sacábamos pecho
publicando informaciones críticas de los gobiernos pero que en realidad no
éramos tan valientes como parecíamos porque el poder no estaba en los gobiernos
o en el Estado sino que el verdadero poder eran los dueños del dinero, y que
con ésos no nos metíamos.
Que a la Corpo, las corporaciones en su conjunto, todas
dominadas por ese señor Don Dinero, no la tocábamos porque eran nuestros
empleadores y nos podían echar, en el caso de los periodistas, o eran los
dueños de las empresas que ponían avisos que sostenían a los medios, en el caso
de los editores. En síntesis, que el poder era de los empresarios, “los dueños
de la Argentina”.
Pero esa lógica la destruyó el propio kirchnerismo con su
éxito disciplinador porque ya no queda ningún empresario que se anime a
levantar mínimamente la voz. Paolo Rocca tuvo que disculparse por carta con la
Presidenta por una modestísima crítica a ciertas inconsistencias
macroeconómicas. Y Alfredo Coto, después de haber sido el primer empresario
públicamente atacado por Néstor Kirchner en 2006 por decir que la inflación del
año siguiente iba a ser del 14% (veníamos del 6%), en el reportaje que publicó
este diario hace un mes dijo que prefiere una inflación mayor al 20% a una
recesión, y que la inflación actual tiene una tendencia a la baja. ¿Qué
empresario se anima a levantar la voz con algo que contradiga la economía
oficial? Evidentemente, el verdadero poder no está en los empresarios
argentinos porque si así fuera no serían tan timoratos ni a veces hasta
obsecuentes.
O sea, poder y dinero son tipos lógicos familiares pero no
idénticos en la Argentina actual. Y aun concediendo que antes podría haber sido
diferente, si gracias al kirchnerismo el Estado y el Gobierno recuperaron el
dominio, dado que el periodismo tiene que ser crítico del poder, entonces,
nuevamente, el buen periodismo, para cumplir su papel de crítico del poder,
debe volver a ser el crítico de cada gobierno, incluyendo éste.
Otro error categorial, que el éxito del kirchnerismo viene a
evidenciar, es que empresas y medios tampoco son el mismo tipo lógico. Los
medios son empresas pero no son sólo eso. Si fueran lo mismo, alguno de los
empresarios amigos del Gobierno que compraron o crearon medios habría alcanzado
éxito de audiencia, más aún contando con los gigantescos recursos materiales e
inmateriales del Estado, los que crean una barrera para los medios críticos que
debería aumentar las ventajas de los medios oficialistas generando un círculo
virtuoso. Pero eso no se produce.
Otra luz que el kirchnerismo con su éxito aportó fue sobre
el mito “medio=sólo intereses comerciales”, y surge de observar que ningún
empresario se atreve a mostrarse en conflicto con el Gobierno. ¿Por qué
entonces Clarín, La Nación, Editorial Perfil y otros medios críticos del Gobierno
no se acomodan al modelo para maximizar su beneficio aumentando sus ganancias
como lo haría cualquier empresa?
Probablemente la explicación resida en que las empresas
periodísticas, a diferencia de las empresas a secas, tienen en su constitución
el gen del periodismo, cuyo mandato primigenio (aunque muchas veces sofocado)
es el de ser crítico. ¿Crítico de quién? O sea, ¿dónde está el verdadero poder?
Eso también lo elegirá la audiencia que le dará vida a cada medio.
Para finalizar, siguiendo el método de dar por cierto el
argumento que se sospecha equivocado para ver si recorriendo su camino se puede
probar su falla, si no hubiera ningún error categorial y Clarín fuera la
oposición y no un conglomerado de medios sino una verdadera y poderosa organización
política, ganada la batalla contra Clarín, quedará el espacio de la oposición
vacío. Entonces, podría surgir una oposición partidaria que hasta ahora estuvo
opacada por Clarín y que a diferencia de éste podría ser votada en las urnas y
eventualmente ganar elecciones.
¿Será más “hegemónico” (en realidad, será una mayor amenaza
a la hegemonía que desea imponer el kirchnerismo) un conglomerado de medios
fuerte que un partido opositor fuerte que realmente pueda disputar el gobierno?
Si la hegemonía del peronismo obedeció a que en el pasado
quienes no se sintieron representados por los políticos iban a golpear la
puerta de los cuarteles y ahora la puerta de los “generales mediáticos”, y a
partir de la aplicación plena de la Ley de Medios tendrán obligadamente que
militar en política partidaria, obviamente surgiría una Argentina más
democrática.
Lamentablemente, creo que hay un error categorial en ese
razonamiento. El mismo que se percibe en la publicidad oficial sobre el 7D
cuando se refiere a “un puñado de familias” que deberán devolver licencias como
si se tratara de latifundios en una reforma agraria hace un siglo.
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