Algo se rompió…
Vientos rotando al sur. Cristina Fernández. Dibujo: Pablo
Temes.
El peor momento desde la 125. Tras la tragedia de Once, la
Presidenta comete un error tras otro. ¿Se habrá terminado la luna de miel?
Cristina Fernández pasa por su peor momento político desde
la pelea que perdió contra el campo. La inexistencia de un enemigo para
atribuirle las culpas en la masacre ferroviaria de Once le produjo una suerte
de síndrome de abstinencia que la empujó a cometer un error forzado tras otro y
a mostrar inquietantes niveles de confusión. Hace poco más de 130 días tuvo el
máximo honor de ser reelecta con 12 millones de votos, algo inédito en la
historia. Por eso es incomprensible que haya insinuado dos veces una actitud de
excesivo despojo sobre su cargo e investidura. Merodeó un tema innombrable. A
muchos les corrió frío por la espalda. Primero dijo textualmente: “Créanme que
tengo dudas si vale la pena seguir adelante”. Aclaró que siente eso cuando lo
recuerda a “El” y ve cómo “algunos caminan rozagantes y critican con tanta
facilidad”.
Más adelante aseguró que cambiaría todo lo que ganó en
política y que ni siquiera había soñado, es decir las dos presidencias, por
recuperar a la persona que mas amó en la vida. Son comentarios peligrosos en la
apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. Encienden interrogantes sobre
el verdadero estado anímico de una Presidenta verborrágica y dispersa como
nunca, que continúa con su luto externo y sin elaborar el duelo interno.
Tal vez hay un malentendido de origen o una de las formas
del autoengaño con las que todo ser humano intenta superar lo irreparable:
darle a esa desaparición un carácter épico. Como si Néstor Kirchner no hubiera
muerto en su cama matrimonial, de un paro cardíaco, después de que el cuerpo y
los médicos le marcaron varias alertas. La forma en que Cristina encara tan
dolorosa situación es como si su marido se hubiera inmolado por la patria.
Incluso cuando Cristina mencionó a Juan Pablo Schiavi, usó el tono típico del
reproche. “Está enfermo”, dijo como enrostrando a la sociedad que la
angioplastia a la que fue sometido también fue debido a las críticas injustas a
las que fue sometido por los medios y gran parte de la sociedad. Otra vez el
mecanismo de cargar de heroísmo una dolencia física.
Lo mismo se intentó hacer
hasta con Iván Heyn. Como si los oficialistas murieran en pleno combate
antiimperialista y el resto de los mortales muriera porque le llegó la hora.
Incluso Nilda Garré, responsable máxima de que el cuerpo de Lucas se haya
encontrado tan tarde, sugirió en un comunicado (no en una declaración en vivo
ni sorpresiva) que el chico colaboró con su muerte por haber viajado en un
lugar prohibido. Como si no hubiera igualdad en la vida pero tampoco en la
muerte. Como si el fallecimiento de Lucas no fuera heroico como heroico es
viajar todos los días a ganarse el pan con el sudor de la frente en esos
trenes, que parecen llevar ganado al matadero.
Todos los opositores, algunos kirchneristas y los familiares
de las víctimas reclamaron la renuncia de Schiavi porque lo consideran uno de
los responsables políticos del siniestro ferroviario que mató a 51 personas. En
la dolorosa marcha del viernes a la Catedral, incluso fue acusado injustamente
de “asesino”. Algo que no se puede justificar pero sí comprender si quienes lo
dicen perdieron parte de sus familias en una tragedia anunciada y evitable. Sin
embargo, la maquinaria estatal de propaganda identificó a algunos “cuervos que
utilizan la muerte para hacer oposición” cuando la única política que apareció
abrazada con una protagonista fue Cristina, en la Casa de Gobierno. Invitó a
subir al escenario a la valiente militante-enfermera Mónica Graña.
Nadie
discute los valores de Graña. Al contrario, es bueno colocarla como ejemplo
solidario porque demostró coraje y desprendimiento. Pero la Presidenta no puede
pretender que creamos que ella (como dijo) la invitó al acto porque la
reconoció por la televisión. Ese día, un par de diarios le habían realizado una
nota y la agrupación a la que pertenece envió mails a todas las producciones de
las radios ofreciéndola para ser entrevistada.
Este puente de tropezones y torpezas que atraviesa el
Gobierno se produce sin que aún el ajuste económico haya impactado de lleno en
el bolsillo de la población. Ese sacudón social se espera para el próximo
trimestre. Pero está claro que algo se rompió.
¿Se habrá terminado tempranamente la luna de miel? ¿Ya no
alcanza el dinero para pagar el festival de subsidios oscuros que fue una de
las vigas en las que se apoyó el modelo? ¿Llegó la hora de que la Presidenta
deje de refugiarse entre unos pocos aplaudidores y amplíe su círculo de
consultas? ¿Perdió potencia el mecanismo retórico de poner el guiño a la
izquierda y doblar a la derecha?
Es muy difícil entender por qué Cristina recortó tanto su
base de sustentación. La foto del jueves en el Congreso fue patética. Ni
adentro ni afuera había dirigentes sindicales representativos, salvo el grupo
de legisladores de esa extracción. Casi no había trabajadores. Un extraño
peronismo sin morochos y una módica movilización con jóvenes de clase media
re-entusiasmados que portaban banderas de La Cámpora. Algunos tenían remeras
del Che y de Evita y aplaudieron a rabiar cuando Cristina bajó de un plumazo la
ley de entidades financieras y anunció que va a emitir pesos sin respaldo para
pagar deudas. En la City y en la Bolsa brindaron con champagne francés, como el
agua mineral que tomó la Presidenta. Se podrá decir que son medidas prudentes y
razonables. Puede ser, pero las venden como si se tratara de la reforma
agraria.
Ni que hablar de los argumentos falaces, reaccionarios y
prejuiciosos –que en su momento instaló Bernardo Neustadt– que utilizó Cristina
para castigar a los maestros. En boca de Macri hubieran generado marchas de
repudio y acusaciones de fascista o neoliberal. El propio gremialista
cristinista, docente y decente, Hugo Yasky, se vio obligado a cuestionar a
Cristina (“me hizo acordar a Duhalde revoleando el rebenque”) para colocarse al
frente del tsunami de quejas de los educadores que se sintieron humillados. Ya
lo dijo Perón: con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los
dirigentes.
Hay un país que está infinitamente mejor que en 2001, eso es
cierto. Salimos del infierno. Pero Cristina, por momentos, cree que estamos en
el paraíso. Los verdaderos militantes democráticos, nacionales y populares
deberían ayudarla a comprender mejor la realidad. Obsecuentes y genuflexos,
abstenerse.
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