Lo que se cuenta aquí es apenas una visita al cirujeo que ocupa a miles de vecinos de San Martín cinco días a la semana, en la planta procesadora del Ceamse. Es el paso por una escena postapocalíptica, en tiempos industriales y en una de las llanuras más ricas del mundo.
Ernesto De la Cárcova, el artista que pintó Sin pan y sin trabajo , uno de los cuadros emblemáticos del museo argentino, da nombre a esta villa, cuyos habitantes llaman Carcova, sin tilde y con acento grave. Es una villa como cualquier otra, ni más grande ni más violenta, estable en población, donde se concentra en pocas manzanas la desintegración de una comunidad . Dos menores -Gabriel Ramos y Franco Almirón- fueron asesinados por la Policía bonaerense la semana pasada tras el supuesto descarrilamiento y saqueo de un carguero, en lo que parece un episodio de “gatillo fácil”. Las pericias de la Gendarmería no han sido concluyentes sobre el incidente del tren. Aunque el grueso de su población, de origen argentino, vive del cirujeo, la mayoría no sube a los pocos camiones que salen a media tarde hacia el microcentro sino que cartonea en el Ceamse, a pocos kilómetros . A las 16.30, decenas de jóvenes preparan sus bicicletas y carros para atravesar la villa. Deben cruzar las vías y enfilar para la autopista del Buen Ayre, hasta la curva que se adentra en el campo hacia la montaña de basura descargada por los camiones todo el día.
En rigor, la planta del Ceamse dejó de ser una quema hace décadas, pero todos la siguen llamando así. Técnicamente, el Relleno Norte II concentra el 86 por ciento de la disposición final de los desperdicios de la Capital, el conurbano y el primer cinturón, en total, 34 municipios. A priori, el cirujeo en este inmenso basural suena al último escalón del trabajo humano , y lo más fácil es convertir a sus peones en una jauría ante la carroña, ellos también posthumanos. Sin embargo, mirado en frío -respirando por la boca-, no hay pozo más suculento ni que ofrezca lo que en rigor es la totalidad completa de los bienes de consumo, rotos, podridos, degradados pero desplegados en toda su diversidad, en lotes ofrecidos a una grotesca cosecha. Ni hay una fuente de negocios tan cercana en el municipio de San Martín.
Ofrece la cornucopia del capitalismo en clave de esperpento .
El paisaje es degradante y a la vez, barroco. Su orografía es multicolor, trepa por bultos de todas las materias y hasta tiene un río, el Reconquista, con su propia fauna de ranas que, por los vertidos, nadie se atrevería a comer . Se supone que el fuerte de la villa Carcova es el reciclaje del nylon , el polímero PET. Los envases plásticos se recogen, se venden a los acopiadores y se compactan en grandes cubos que se exportan a China y Brasil, donde se reprocesan en lana polar. Además del Ceamse, existen en este mismo partido quemas clandestinas de PET a un costo muy inferior. En su reciente libro ¿Quién mató a Diego Duarte?, en el que se indaga en la muerte de un joven cartonero bajo un alud de basura en marzo de 2004 y cuyo cuerpo nunca apareció (la escena recuerda el final trágico de Gomorra , la película basada en el libro de Roberto Saviano sobre la mafia de la basura), Alicia Dujovne Ortiz pinta esas otras quemas a cielo abierto. Además del nylon , muchos cartonean papel.
Sin embargo, lo que horripila y al fin hace repensar las propias coordenadas de vida -el perdedero sin fondo de los recursos, el dispendio como la verdadera obscenidad- es el cirujeo de desechos alimentarios, que han salido del sistema comercial por la mañana para reingresar en otro circuito paralelo esa misma tarde . No siempre se trata de alimentos vencidos sino desechados por razones industriales, la más común, por haberse roto la cadena de frío. Ambrosio Nougués, consejero de la Fundación Banco de Alimentos, observa que nuestro vencimiento alude a otras “propiedades organolépticas”, como su punto óptimo de aroma y color, lo que no quiere decir que no sean comestible. En muchos países, como los EEUU., la leyenda señala su fecha de consumo preferible. En la práctica, esto pondría en circulación y volvería aptas para donaciones masivas altísimas cantidades de alimentos que hoy se descartan con demasiada facilidad. Existe un proyecto, la ley Donal, guardado desde hace meses, que procura reglamentar esta clase de donaciones directas a entidades humanitarias. En la práctica, toda la población que cirujea en el Ceamse desde los años 80, pero con un gran estallido desde la crisis de 2001, se ha alimentado de lo que sus padres rescataban aquí.
Lalo Paret, tercera generación de cirujas, referente de la fundación internacional La Base y un activista en favor del reciclado, cuenta que se alimentó de desperdicios desde los siete años. “Me acuerdo que una temporada viví dos meses enteros a base de mondongo”, cuenta. “Aquí las vecinas saben que si levantan pollos de la quema, deben dejarlos hervir dos horas.
Decía mi abuelo que el fuego mata todo .” En la esquina de la Carcova donde paran los amigos de los menores muertos, cerca de las casillas donde todavía impera el duelo de los familiares, ninguno nos querrá acompañar; ni locos se aventuran con toda la zona bajo la mirada de la Gendarmería . Una joven bella y muy “cuadro” despotrica contra la prensa corporativa y es un eco del movimiento globalifóbico de los años 90, atravesado por los debates de la ley de Medios. Es necesario caminar hasta el final de la avenida Central de la villa y emprender una marcha de 40 minutos, hasta el atajo donde el Ceamse abre un camino campestre hacia el botín, a la extensión donde gotea cada día el maná envenenado de todos los supermercados, fábricas de lácteos, refinerías y frigoríficos . Y lo que se viene es la barata última, el despliegue de estos otros commodities que, rancios y vencidos, mal empaquetados o impresentables, las plantas y góndolas regurgitan en este barranco, tan lejos de los niños famélicos de Salta. La quema del Ceamse es el confín de todos los productos que nos acompañan a diario, allí donde lo ordenado por la industria se confunde en un yacimiento de materia sin etiquetar y todo se superpone -y esa es parte del escándalo y el chiquero-: el picadillo de tabaco con los bidoncitos de yogur, la carne picada y los pollos junto al balanceado de nuestros voraces golden retrievers, mientras el brazo ciego va tanteando, por si acaso los dedos tocan un DVD .
Primero hay que llegar hasta el retén policial del Ceamse y la gran reja, al otro lado de un puente donde las autoridades esperan la hora indicada. La inmensa mayoría de cartoneros son menores de 25 años, muchos de ellos niños con hermanos mayores y cantidad de jovencitas. Pocos adultos soportan el esfuerzo atlético de llegar primero a la montaña. Walter, un señor adulto, dice que ha visto a muchos quebrarse, porque a más juventud, mayor es la presión de la largada . Hacia las 17.30 abren la reja -suena la campana de Pavlov; “comida, mi plato favorito”, decía Groucho Marx- y se larga la carrera. Habrá unas quinientas bicicletas y carros hoy pero en meses como diciembre puede llegar a triplicarse. Es un embudo rodante por ocho cuadras y el clima es de competencia por acceder a los mejores lotes. Aunque es festivo sin alegría, porque todos saben en carne propia que hacer esto es una condena y anticipan en la piel cómo saldrán de ahí, hay una euforia por resolver, cruzada de chanzas y sociabilidad y bravuconadas hormonales. Al rato de andar con ellos, lo que a mis ojos es basura repugnante cambiará de signo: se convertirá, como dicen, en “mercadería”.
Al llegar a la podredumbre, empieza la pugna. La gente se conoce, unos son amigos y otros se odian. Reina el apuro por hacer rendir la única hora que el banquete será ofrecido, por pescar en la misma mierda cien kilos de salchicha, tres plasmas rotos de los que quizá salga uno sano, yogures, la caja de cosméticos Avon . Para todo ello es preciso hundirse en el piso viscoso y meter los brazos; los guantes no resultan para los alimentos. La escena actualiza aquel cuadro donde las negras revuelven vísceras en El Matadero, de Esteban Echeverría, pero en conjunto tiende más al futuro que al pasado. De algún modo, las tensiones por los alimentos en todo el planeta se juegan también acá.
Claro que donde hay dinero, hay método y un sistema comercial. Que existe una mafia de la basura en el Ceamse parece ya fuera de duda . Rige un turno anterior de cartoneros privilegiados -llamados veedores -, que entra pocas horas antes para marcar su botín. A estos bagayos con destinatario se los llama “tendidos”; por la tarde ya están cubiertos con plásticos. A los bandazos sobre una sola bicicleta, tres estibadores sacan 300 kilos de carne picada ; a la salida la cargan en uno de esos Valiant que solo conservan la primera marcha. Los venderán a pocas cuadras, a 5 pesos el kilo. Esa tarde hubo grandes descargas de salchichas, en bolsas de cien kilos, y de alimento canino: el kilo de balanceado se revende a 2 pesos. Quienes recogieron salchichas negaron que las vendieran, p ero más tarde algunas casillas de Carcova abrirán sus ventanas y revenderán panchos y yogures . Es imposible determinar a qué marcas pertenece cada lote de desechos, pero es evidente que proceden de molinos y frigoríficos; todo llega en bolsas sin inscripciones. Los cartoneros aseguran que levantan alimentos de todas las primeras marcas. También vimos gigantescos paquetes de pan rallado donde más tarde pescaron patitas de pollo procesado. Si las empresas pagan al Ceamse la terminación de sus desechos, cuatro horas después de que sean arrojados ya reingresaron en otro nivel más abajo. Fuera de la quema, esa carne no se distingue en nada de las hamburguesas “caseras” de cualquier carnicería de barrio. Alguno nos confía que en los casos de la salchicha y el jamón, la puzza se enmascara con un paso por lavandina. Otros aseguran que las compran granjas de porcinos.
De vuelta por el camino, los pibes parecen más viejos. Van embadurnados de la cabeza a los pies: grasa, reguero de lácteos y el barro orgánico en que chapotearon durante una hora. Cada uno vuelve con lo suyo, más encallecido y hosco que a la ida . Las pibas van en grupo, casi todas ellas con alguna mujer mayor. Tienen una reciedumbre de heroínas para pelear a la par y es posible imaginarlas bailando “Bombón asesino”, una vez que hayan conseguido lavarse con el escuálido chorrito de agua no potable que llega a Carcova en unas mangueras de PVC. Se les oye alguna amenaza (“Si me dice algo, la muelo a palo en seco”, querrán decir “antes de saludarla”). Pero ellas son, de hecho, las más frontales, las más politizadas y las que mejor se expresan. Hasta se les intuye una fuerte identificación con la presidenta Cristina Kirchner, allí donde los muchachos se concentran mayormente en la demolición o la colección de quejas. Y todo el tiempo se oye un léxico nuevo, que hace rato se despidió de la escuela y se aleja de la lengua común.
Está hecho de onomatopeyas, “conchaetumadres” y otras contracciones : ese magma violento de palabras obliga a pensar otra vez de cero. Oigo un insulto loco, programado a la perfección con una pedrada a otro que lleva su carro adelante: “¡Chancho puto lambeverga!” Unos jóvenes me gritan, “Doña, ¡acá nada de firmar !” Les digo que pierdan cuidado. El fotógrafo quedó muy atrás, impedido por los policías que nunca supimos si querían cuidarlo de la lluvia de piedras. No es solo que los avergüencen las cámaras y el festín amarillo. ¡Lo que ellos no quieren por nada del mundo es que se corte el suministro! Acá todavía se oyen lamentos por la suspensión del Tren Blanco, que unía José León Suarez y Retiro. En la práctica, aseguran, eso solo sirvió para hacer menos visibles a los cirujas: significó la privatización del acceso a la Capital y reconcentró la mafia del cartoneo . A corto plazo, quizá ellos tengan razón y el banquete deba seguir, porque en verdad lo que da náusea es el hambre en la factoría de soja. Pero en el mediano término, el cirujeo en el Quemaikén es aberrante, es la ironía que hace saltar la línea completa . Al salir de la quema, volvimos a estar cerca de la pampa húmeda.
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