La estatua que tiene vida...
Diego debería quedar siempre en ese pedestal al que lo subimos entre todos por sus hazañas de ídolo interplanetario del fútbol. Y que bien nos recuerda en esta carta uno de los médicos que lo asistió de cara a la muerte. Pero resulta que la estatua está viva, siente, ama, goza, sufre, desafía. Se resiste al bronce, como si fuese un humano más. Y sigue gambeteando.
"Dispuesto a escuchar"
"Conocí a Maradona, en virtud de formar parte del plantel de médicos que, de una manera u otra, colaboramos en la llamada rehabilitación de Diego, en enero de 2000. Estuvimos juntos durante su estancia en Cuba y en algunas tantas otras ocasiones. Me considero un privilegiado poseedor de su cariño y de su confianza, así como del mérito de jamás haber hecho mención alguna de nuestra relación, en virtud de obtener un beneficio personal.
Ocurre que hoy, más de diez años después y actualmente radicado en España, he sentido la necesidad de escribir unas breves líneas, que puedan servir de reflexión para todos aquellos que todavía lo cuestionan y critican despiadadamente.
Lo cierto es que, a juzgar por el emotivo recibimiento que tuvo en Ezeiza, se trata de una inmensa minoría. El resto, lo amamos incondicionalmente.
Maradona es una persona que en virtud de su talento innato, ha trascendido los límites habituales, como es de universal aceptación cuando se habla de sus condiciones futbolísticas. No obstante, muchas veces nos atrevemos a opinar con dudosa autoridad sobre su desempeño como director técnico, olvidando por un momento que…se trata de la misma persona.
Del mismo modo, muchos opinaban (y aún lo hacen) sobre su potencial de recuperación y debieron rendirse ante las evidencias. Por lo tanto, no debiera extrañarnos que también cuestionen otros tantos diversos aspectos de su comportamiento. Maradona funciona como una especie de psicólogo universal.
Entonces, hablaremos en público de sus condiciones futbolísticas…como jugador, recordaremos momentos de felicidad ante sus hazañas, o hasta nos atreveremos a emocionarnos por el manifiesto amor que siente hacia sus hijas. Sin embargo, como si se tratase de una especie de esquizofrenia afectiva, no tendremos reparo en criticar su manera de decir las cosas, aun cuando las incorporemos en nuestra verba diaria, gracias a su espontaneidad genial.
Nos llenaremos la boca diciendo “la pelota no se mancha”, pero lanzaremos alegremente que un técnico de la Selección no puede decir “que la sigan chupando”. Tomamos de Maradona aquello que nos complace, aun incorporando sus virtudes como propias, pero no estamos dispuestos, o no somos capaces, de defender aquellos aspectos para los que en realidad no estamos a la altura de las circunstancias.
Entonces, ¿por qué dañar de ese modo a quienes más amamos? ¿Acaso hay algún ciudadano argentino capaz de decir que, en el aspecto que fuere, Maradona le resulta indiferente? Seguro que no. No se puede pretender escindir a las personas, de forma tal que se adapten totalmente a nuestras expectativas. No tenemos derecho a opinar sobre su capacidad futbolística, sobre su vida personal, sobre sus condiciones técnicas, sobre su forma de hablar o de vestir, su infancia, su recuperación, su presente y, mucho menos, sobre su futuro.
Maradona es nuestro, nos pertenece, nos enorgullece y es natural sentir ciertos impulsos colectivos. Pero, por favor, no hagamos de ellos un exceso inoportuno. Seamos prudentes. Maradona es un ser humano excepcional. Extremadamente afectivo. Genial. Capaz de barrer consigo mismo cuando pone, como en este Mundial, su corazón en juego. No hagamos otra vez una crítica injusta y despiadada. Mucho menos cuando no estamos a la altura de las circunstancias. Apoyemos su gestión, acompañemos y disfrutemos de sus dones, pero, por favor...no suicidemos a Maradona.
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