El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Para recordar este acto fundacional, hemos seleccionado un artículo aparecido un mes y medio después de la declaración solemne.
Fuente: El Redactor del Congreso, Nº 6, del 23 de agosto de 1816, pág. 5, reproducido por Emilio Ravignani en Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo I, Buenos Aires, 1937, págs. 217-218, en Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.
“Pueblos y habitantes todos del sud: A vosotros dirijo la palabra inundado en avenidas del placer más puro. Llegaron los suspirados instantes de la providencia. Se abrió a la faz del mundo el gran libro del destino, para que en una de sus páginas leyesen los americanos el soberano decreto de emancipación de su metrópoli europea en los días de su decrepitud política. No debieron, sin duda, ser eternas nuestras cadenas, ni inconsolable nuestro llanto. Una mano invisible, que parecía habernos abandonado muchas veces a los funestos efectos de una suerte versátil e inconstante, había fijado el momento, que reemplaza con ventajas los muchos en que naufragó nuestra esperanza, y nos pone en la posesión de un bien que graduábamos distante de nosotros.
No está pues en el orden, que para anunciarlo al mundo, retrogrademos a la consideración de aquellos trescientos años de vejaciones que inventó el despotismo, acumuló en nuestros países la ferocidad de nuestros conquistadores y quiso continuar en su modo la prepotencia de los antiguos mandatarios españoles. Sabido es, y no se oculta a las naciones del orbe, el violento despojo de los justos e imprescriptibles derechos de esta parte del mundo conocido. Y cuando la providencia quiso marcar la revolución de la Península con el sello de su inminente disolución y exterminio, ha permitido también que el orden de los sucesos y el peso de la justicia restablezcan a la América el pleno goce de una libertad, que era suya por tantos títulos, y de que sólo pudo despojarla escandalosamente la fuerza al abrigo de una oculta permisión, cuyo sagrado no es dado al corazón humano violar con cálculos atrevidos.
Adorémosla, sin osar investigarla: y echando un velo sobre nuestros pasados males, sólo demos lugar al gozo de anunciar al mundo imparcial su terminación feliz, y que el cúmulo de poderosos motivos que nos han conducido al cabo de esta solemne declaración que hacemos, justificarán nuestra conducta y la eterna separación a que hemos aspirado de la monarquía española; separación indicada por la misma naturaleza, sancionada por los más inconcusos derechos, y debida a la inspiración nunca interrumpida de la América toda. ¡Cuánto debemos apreciar, oh, América, un momento que, sepultando en el caos del tiempo el transcurso de trescientos años de ominosa esclavitud, nos da paso franco a los de nuestra suspirada libertad! No inquietaremos las cenizas de nuestros padres con el ruido de nuestras duras cadenas y los que nos sucedan no nos llenarán de execraciones, porque no supimos quebrantarlas, continuando su opresión. Bendecirán nuestros esfuerzos y señalarán el día de su libertad con monumentos indelebles de su eterna gratitud.
El día 9 de julio será, para ellos como para nosotros, tan recomendable, tan glorioso, como el 25 de mayo. En el momento que aparezca el sol que los preside, le saludaremos sin poder contener la abundancia del gozo. ¡O diem latum, notandum nobis candisisimo cálculo! Quiera el cielo prosperar nuestra resolución generosa, y que ella sea el vínculo sagrado que una e identifique nuestros sentimientos, la benéfica estrella que disipe nuestras desavenencias y el numen tutelar que nos inspire virtudes, que sea exclusivamente las bases de la santa libertad que hemos jurado.”.
© http://www.elhistoriador.com.ar
Fuente: El Redactor del Congreso, Nº 6, del 23 de agosto de 1816, pág. 5, reproducido por Emilio Ravignani en Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo I, Buenos Aires, 1937, págs. 217-218, en Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.
“Pueblos y habitantes todos del sud: A vosotros dirijo la palabra inundado en avenidas del placer más puro. Llegaron los suspirados instantes de la providencia. Se abrió a la faz del mundo el gran libro del destino, para que en una de sus páginas leyesen los americanos el soberano decreto de emancipación de su metrópoli europea en los días de su decrepitud política. No debieron, sin duda, ser eternas nuestras cadenas, ni inconsolable nuestro llanto. Una mano invisible, que parecía habernos abandonado muchas veces a los funestos efectos de una suerte versátil e inconstante, había fijado el momento, que reemplaza con ventajas los muchos en que naufragó nuestra esperanza, y nos pone en la posesión de un bien que graduábamos distante de nosotros.
No está pues en el orden, que para anunciarlo al mundo, retrogrademos a la consideración de aquellos trescientos años de vejaciones que inventó el despotismo, acumuló en nuestros países la ferocidad de nuestros conquistadores y quiso continuar en su modo la prepotencia de los antiguos mandatarios españoles. Sabido es, y no se oculta a las naciones del orbe, el violento despojo de los justos e imprescriptibles derechos de esta parte del mundo conocido. Y cuando la providencia quiso marcar la revolución de la Península con el sello de su inminente disolución y exterminio, ha permitido también que el orden de los sucesos y el peso de la justicia restablezcan a la América el pleno goce de una libertad, que era suya por tantos títulos, y de que sólo pudo despojarla escandalosamente la fuerza al abrigo de una oculta permisión, cuyo sagrado no es dado al corazón humano violar con cálculos atrevidos.
Adorémosla, sin osar investigarla: y echando un velo sobre nuestros pasados males, sólo demos lugar al gozo de anunciar al mundo imparcial su terminación feliz, y que el cúmulo de poderosos motivos que nos han conducido al cabo de esta solemne declaración que hacemos, justificarán nuestra conducta y la eterna separación a que hemos aspirado de la monarquía española; separación indicada por la misma naturaleza, sancionada por los más inconcusos derechos, y debida a la inspiración nunca interrumpida de la América toda. ¡Cuánto debemos apreciar, oh, América, un momento que, sepultando en el caos del tiempo el transcurso de trescientos años de ominosa esclavitud, nos da paso franco a los de nuestra suspirada libertad! No inquietaremos las cenizas de nuestros padres con el ruido de nuestras duras cadenas y los que nos sucedan no nos llenarán de execraciones, porque no supimos quebrantarlas, continuando su opresión. Bendecirán nuestros esfuerzos y señalarán el día de su libertad con monumentos indelebles de su eterna gratitud.
El día 9 de julio será, para ellos como para nosotros, tan recomendable, tan glorioso, como el 25 de mayo. En el momento que aparezca el sol que los preside, le saludaremos sin poder contener la abundancia del gozo. ¡O diem latum, notandum nobis candisisimo cálculo! Quiera el cielo prosperar nuestra resolución generosa, y que ella sea el vínculo sagrado que una e identifique nuestros sentimientos, la benéfica estrella que disipe nuestras desavenencias y el numen tutelar que nos inspire virtudes, que sea exclusivamente las bases de la santa libertad que hemos jurado.”.
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