Las cifras abruman y en las últimas semanas hemos recibido datos y más datos sobre el hambre en la Argentina. Datos que necesitan ser contextualizados, pensados, discutidos. No podemos, como dice Reynaldo Sietecase, uno de los hemisferios de hoy, ver las cifras y dar vuelta la página.
1.
¿Alguna vez revolviste una bolsa de basura buscando comida?
¿Comiste una fruta o un pedazo de pollo frío recién rescatado de un tacho de residuos?
¿Te desmayaste de hambre alguna vez?
¿Se puede hablar del hambre sin haberla sufrido?
Se puede, pero no es lo mismo.
¿Tiene sentido volver a escribir sobre el hambre?
Sí, pero no alcanza.
Para comer de la basura sin que el asco te espante hay que tener hambre de verdad. Sentir en el cuerpo ese malestar profundo que rompe todas las inhibiciones y las barreras.
Para comer de la basura hay que estar empachado de hambre.
2.
4 millones de argentinos tienen problemas para alimentarse.
10 por ciento de la población se levanta cada mañana sin saber si podrá conseguir comida para su familia. (Estos datos surgen de estimaciones privadas ya que los últimos datos oficiales son de 2004).
1.861.831 menores no tienen los recursos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas.
2.300.000 indigentes no tienen garantizada la comida diaria.
8 niños mueren por día por causas vinculadas con la desnutrición (información brindada por la Red Solidaria).
1.000 millones de personas pasan hambre en todo el mundo de acuerdo con una medición de Naciones Unidas.
Los números no dicen nada. Todas estas cifras sobre el hambre se publicaron en las últimas dos semanas en distintos medios gráficos de la Argentina.
Los lectores los pasaron rápido entre tostada y tostada. Dieron vuelta la hoja del diario y listo, allí se toparon con la guerra por la ley de medios o las desventuras del equipo de Diego Maradona.
Las cifras del hambre sólo duran unos segundos de indignación. Los números por sí solos no dicen nada.
3.
El hambre tiene nombre y apellido. El hambre tiene cara.
Barbarita Flores tenía 9 años en 2002. Los argentinos no conocían su existencia hasta que se desmayó de hambre en su escuela del barrio ATE de San Miguel de Tucumán. Recuerdo que en una reunión de producción del programa Día D, que conducía Jorge Lanata por América, recibimos un cable de una agencia de noticias que decía: “Chicos tucumanos se desmayan de hambre en la escuela”. La primera reacción fue de desconcierto e incredulidad. Aunque el país era un incendio, igual dudamos: ¿Será verdad? La única manera de saberlo era viajar. María Julia Oliván fue la cronista que mostró por primera vez la carita desconsolada de Bárbara y la cruel realidad en la que vivía junto a sus siete hermanos. Hacinados y sin cloacas. Cuando se desvaneció la nena llevaba 24 horas sin comer. Apenas había tomado un mate cocido.
Aquella nota conmovió al país. Hizo que llegara ayuda para su familia y motivó la preocupación de las autoridades. También le permitió a su papá obtener un trabajo. La nota desnudó una historia de la Argentina profunda, una historia de tantas. Reveló también la inacción oficial ante esa tragedia cotidiana.
Una semana después, invitamos a Barbarita al programa de tele cuando no hacía falta. La nota ya estaba cerrada con el viaje y el informe. Fue una estupidez. Todavía me arrepiento de haber producido aquella fallida entrevista de Lanata. Barbarita no pudo articular palabra. Estaba tremendamente avergonzada ante las cámaras. Ella se había desmayado de hambre, nosotros nunca podríamos entender la dimensión real de su drama.
4.
En la última campaña electoral todos los candidatos propusieron algún tipo de plan para mitigar el hambre entre los chicos argentinos. Con distinto grado de indignación, desde la izquierda a la derecha, desde los más liberales hasta los más conservadores, rechazaron la idea de que en un país que produce comida para millones existan niños con problemas de alimentación.
Hay cinco proyectos en el Parlamento nacional para crear “un ingreso universal para la niñez”. La idea no es nueva. La Coalición Cívica la impulsa desde 1996 y la Central de Trabajadores de la Argentina la tiene como una de sus principales reivindicaciones sociales. En el Gobierno dicen que la plata no alcanza y que el esfuerzo económico ronda los 20 mil millones.
Sin embargo, pasan los días y no sucede nada. Alberto Morlachetti, coordinador del Movimiento de los Chicos del Pueblo (impulsor de la campaña “El hambre es un crimen”), está indignado por la demora: “Cada niño que muere es irreemplazable y los que sobreviven mal alimentados sufren daños irreparables”. Dice bien. El hambre tiene consecuencias devastadoras en la infancia: las conexiones interneuronales no terminan de conformarse y eso provoca retrasos graves e irreversibles. No sólo se trata de chicos más bajitos y panzones. Bernardo Klikberg las llama “las marcas invisibles del hambre”.
5.
Hay hambres voluntarias. Ayunos místicos y hambres heroicas. Desde Mahatma Gandhi hasta los presos del IRA, la decisión de no ingerir alimentos se convirtió en un gesto de desobediencia civil. Una manera de rechazar la opresión y la injusticia.
Siempre me impresionó un poema de Nazim Hikmet escrito al quinto día de una huelga de hambre. El escritor turco estuvo una década preso por su militancia comunista: “Si no consigo expresar bien, hermanos,/ Lo que quiero decirles,/ Tendrán que disculparme:/ Siento algunos mareos,/ me da vueltas un poco la cabeza./ No es alcohol./ Apenas, es un poquito de hambre./ Hermanos,/ Los de Europa, los de Asia, los de América./ Yo no estoy en prisión ni en huelga de hambre./ Me he tendido en el césped, esta noche de mayo,/ Y los ojos de ustedes me miran de muy cerca,/ lucientes como estrellas./ En tanto que sus manos/ son una sola mano estrechando la mía,/ como la de mi madre,/ como la de mi amada,/ como la de la vida.”
6.
¿El hambre vino con Colón?
En la Argentina hay treinta pueblos indígenas y más de 600 mil personas se reconocen como tales. Un cuarto de esos hogares tiene sus necesidades básicas insatisfechas. Muchos niños mbyá-guaraní, wichís y de otras etnias pasan hambre. La situación sanitaria en los hogares indígenas hace que las diarreas, las infecciones respiratorias y la parasitosis, todas enfermedades curables, se conviertan en fatales para los recién nacidos.
Unicef acaba de lanzar la Campaña por los Derechos de la Niñez y la Adolescencia Indígena para crear conciencia sobre estos niños que viven lejos de los centros urbanos, sin documentos, sin asistencia sanitaria, sin escuelas bilingües, discriminados y sin respeto a sus costumbres y tradiciones.
El hambre de los antiguos dueños de la tierra tiene relación directa con la llegada del hombre blanco al continente americano. “Ya no hay montes, no hay animales para cazar, ni frutos del río, ni tierras para sembrar”, se quejan.
“Los indígenas están un escalón más abajo que los más pobres de los pobres. Y parece que a nadie le importa eso”. La frase me la dijo Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, en pleno furor mediático por el levantamiento zapatista en México. Nunca lo olvidé.
7.
La mayoría de las personas reconoce que haría cualquier cosa por sus hijos. Pero les cuesta aceptar que el hambre pueda ser un motor del delito.
“En la Argentina no come el que no quiere”, dicen.
8.
El Gato Dumas, maestro cocinero, perdió su primer nombre en una cacerola. Se inició en el oficio de encantar con las comidas mirando cocinar a su abuelo, el escultor Alberto Lagos. El Gato tenía entonces tres años y un destino prefijado: mejorar con su impronta la gastronomía nacional. Una vez me animé a preguntarle sobre el hambre: “No sé si puedo describirla –me advirtió–, pero creo que es lo peor del mundo, la peor de las desgracias”.
© Escrito por Reynaldo Sietecase y publicado en el Diario Crítica de la Argentina el viernes 16 de Octubre de 2009.
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