Carrascosa, el hombre que renunció a ser el
Gran Capitán...
Jorge Carrascosa era el líder elegido por
César Menotti para el Mundial de 1978. Pero el defensor, figura de Rosario
Central y de Huracán, desistió de integrar el equipo nacional. Estaba harto del
ambiente del fútbol.
La Selección, en la antesala
del Mundial 78, con Carrascosa como capitán.
Ese día fue un dolor a la
distancia. Un golpe de Estado que se hizo golpe en el alma. En la oscuridad que
nacía, había un espacio para un retazo de magia: René Houseman ya había
mostrado, en el Huracán de 1973, que tenía todo para convertirse en un
paradigma del wing derecho. Explosión, habilidad pura, fantasía y, sobre todo,
esa audacia que le había valido el apodo de Loco.
En aquel 24 de marzo de 1976, mientras la última dictadura daba su primer paso
y deshacía sin vueltas las instituciones nacionales, en el estadio Slaski, de
Chorzow, la Selección que dirigía César Menotti enfrentaba a Polonia, en el
marco de una gira preparatoria para el Mundial de 1978. Houseman, entonces, le
dio el triunfo a la Argentina del fútbol con un gol y detalles de su osadía.
Todo para el aplauso de esos polacos asombrados ante el talento. Argentina
venció 2-1 (el primer gol fue de Scotta) al equipo polaco que, en el Mundial
anterior, había realizado su mejor campaña de la historia al terminar tercero
(tras vencer al defensor del título, Brasil). La victoria argentina, además,
había dejado un dato para enmarcar: en ese estadio inaugurado en 1953, Polonia
nunca había perdido.
Aquella gira también fue una
suerte de hito. Como siempre en ese tiempo, el capitán había sido Jorge Carrascosa,
el lateral izquierdo que se divertía en las prácticas del Huracán de 1973
viendo y celebrando la magia de su admirado Loco
René. Pero, a esa altura, al Lobo
-ese apodo que no lo definía- ya no lo divertía casi nada dentro
del ambiente del fútbol. Estaba harto. No quería saber nada de arreglos, de
árbitros que cobraban penales a cambio de dinero, de la creciente industria del
doping, de una violencia que ya parecía cotidiana... Para colmo, debía escuchar
una barbaridad nacida de la ignorancia: que jugaba en la Selección porque era
amigo de Menotti.
De aquellos
desencantos había nacido una decisión. En esos días ya daba vueltas por su cabeza la idea de
decir basta al fútbol. Incluso, no era una novedad para el entrenador. Los dos
solían hablar en la intimidad del plantel. Allí, Carrascosa le sugería su deseo
de abandonar la Selección; Menotti le pedía que revisara una idea que mucho se
parecía a una cuestión juzgada.
La llegada de los militares
al poder también generó inquietud en Carrascosa, siempre respetado por sus
compañeros, siempre visto como un referente por su generosidad y por su
coherencia. "Uno siempre estaba pendiente de que a la familia no le pasara
nada. El único contacto que yo tenía era telefónico, pero el deseo de todos era
regresar lo más rápido posible para estar con los suyos... Al peronismo le
quedaba poco tiempo para terminar su gobierno, pero igualmente uno percibía que
se venía gestando algo así...", contó Carrascosa en una entrevista
concedida al diario Página/12.
De todos modos, no fue una
sino varias razones las que impulsaron la negativa de Jorge Carrascosa a
participar del Mundial de 1978. Aquel fue el "no" más comentado de la
historia del fútbol argentino. El hombre que dejó recuerdos de los imborrables
en Banfield, Rosario Central y Huracán fue, entonces, el eje y la víctima de
mil conjeturas incomprobables, de suposiciones verosímiles y de las otras, de
mentiras intencionadas... Se dijo de todo con relación a su "no": que
tenía miedo, que estaba en contra de la Dictadura, que era comunista y por eso
boicoteaba el Mundial, que era un vendepatria... Nada de eso. "El Mundo
del fútbol, en el que yo estaba, no era el mejor de los mundos. Me empecé a
sentir mal cuando vi el tema de los incentivos, la droga. ¿Te parece lindo saber que vas a salir
campeón porque el árbitro te va a dar un penal?", expresó
alguna vez.
La raíz profunda del
"no" tenía un antecedente más lejano. El 23 de junio de 1974, en el Mundial
de Alemania Federal, Argentina necesitaba dos cosas para clasificarse a la
segunda ronda: vencer a la débil formación de Haití y que la Polonia de
Grzegorz Lato y Kazimierz Deyna venciera a Italia, entonces subcampeón mundial.
Lo primero se parecía mucho a un trámite simple. Lo otro -con Polonia ya
clasificada a la siguiente ronda-, casi todo lo contrario. Entonces, en esa
Selección en la que jugaba Carrascosa (con un curioso número 7 en la espalda)
se adoptó una decisión: incentivar al plantel polaco para que "fuera para
adelante" contra Italia.
Argentina,
previsiblemente, goleó 4-1 a los caribeños y Polonia venció 2-1 a los vestidos
de azul. Así, por el patio de atrás y a oscuras, la Selección albiceleste
accedió a la siguiente ronda.
A Carrascosa le costó digerir aquella decisión colectiva de incentivar.
Le dolió. Pensaba: "Mirá si alguien va a jugar mejor porque le den más
plata... Uno juega por la gloria..."
Luego crecieron las dudas y
la incertidumbre. Carrascosa se cuestionaba esa maquinaria creciente que
impulsaba al fútbol como negocio y se devoraba su condición deportiva y lúdica.
Hablaba frecuentemente con Menotti. Pero el entrenador le insistía con que
continuara, con que era importante para el grupo, con que era un espejo para
todos, con que lo necesitaba... Aguantó. Toleró. Mientras, masticaba la bronca
por tantas preguntas razonables sin respuesta.
Un día antes de dar la lista,
Menotti ya sabía de la negativa. Pero lo llamó. Y el lateral izquierdo, el
capitán, dijo lo que le salió de adentro: "No va más, César..." Un
día después, se dieron a conocer los 22 nombres para el Mundial de Argentina. Y
no estaba Carrascosa. A esa altura, ya se había recluido en Mar del Plata. Hizo
silencio, escuchó su voz interior. Se sintió conforme con su decisión.
Después, ya en el Mundial,
fue sólo una vez a la cancha: en la derrota 1-0 frente a Italia, en la primera
ronda. Y, cuando después del 3-1 ante Holanda, Daniel Passarella levantó la
Copa en su condición de capitán, a Carrascosa no lo habitó ninguna
contradicción. Esa escena no lo hizo arrepentir. Nada lo hizo arrepentir. Lo
explicó, ya más tarde, ante la consulta de los periodistas Fabián Casas y
Gonzalo Aziz, en la revista Mística:
"No es necesaria una dictadura militar para dejar el fútbol. Hay muchas
cosas que pasan en este sistema de vida que te hacen dejar, perder las
ilusiones.
Si yo hubiera
tenido que jugar el Mundial de España mientras estábamos en guerra con
Inglaterra, también habría renunciado. ¿Va a estar un vecino,
un amigo en guerra y yo voy a estar jugando un Mundial? Cuando un pibe te pide
algo para comer se acabaron los planes. ¿Vos podés comer un sandwich de jamón
crudo cuando hay un nene pidiéndote comida? Y el mundo del fútbol, donde yo
estaba, no era el mejor de los mundos. Yo me empecé a sentir mal en el medio.
Cuando vi el tema del incentivo, de la droga. ¿Te parece lindo saber que vas a
salir campeón porque el árbitro te va a dar un penal? ¿Podés festejar algo que
ganaste con arreglo? Si un tipo, en cambio, te gana con talento, hay que
aceptarlo. Pero, ¿por qué hay que ganar siempre? Sucede que uno está en una
sociedad donde uno vale por lo que gana y no por lo que realmente es. Y fuera
del fútbol, la cosa es igual, superficial..." El hombre que no quiso ser el Gran Capitán volvía a
ofrecer su mirada irreprochable.
© Escrito por Waldemar Iglesias
el Martes 16/07/2014 y publicado por Planeta Redondo de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.