Murió un trabajador...
Entre los boxeadores de fama existen dos modelos de vertientes, de quehaceres. El modelo del trabajador, es decir el modelo del ring como un trabajo diario donde el boxeador ha cedido paulatinamente al acartonamiento del oficio diario al training del gimnasio.
Esto era precisamente nuestro querido Joe. Lo opuesto al circo donde el boxeo parece a veces convertirse en las historias de amor, jurados truchos y peleas con resultados arreglados antes de que comience la contienda. Demasiada gente alrededor de los dos contrincantes nos hace añorar el ascetismo de las peleas de otros tiempos. En estos casos el boxeador ya consagrado se convierte casi en un actor de cine con desenlaces trágicos.
Patterson sin duda fue uno de los que eligió seguir trabajando en el papel de entrenamiento con el ejemplo familiar. Seguirlo en una tarde de entrenamiento era seguir viéndolo gastado y gastando sus últimas energías.
Frazier fue primer campeón olímpico y ganador de la medalla de oro de boxeo en Tokio en el ’64. Su ejemplo funcionará, tal vez, para mostrar cómo el deporte del box puede formar una versión profesional diferente de la ya conocida y elegir el atajo de ambas profesiones.
Para él el box, para él el ring, para él el gimnasio eran partes de una misma totalidad. En esencia Frazier fue un campeón de buen ejemplo para que su presencia suponga una nueva moral, una nueva ética de este magnífico deporte que merece ser mejor tratado. Entonces, tal vez lograremos el rescate de su originalidad y de la filosofía del combate.
Rival de colosos de la talla de Classius Clay, jamás le he visto en ninguna de sus peleas una sonrisa sobradora.
Para decir la verdad, nunca lo vi sonreír. Ni en sus triunfos ni en sus derrotas.
© Escrito por Eduardo “Tato” Pavlovsky (*) y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 12 de Noviembre de 2011. (*) Psicoanalista, dramaturgo y ex boxeador amateur.