Motivos insólitos para el 8N...
8 de Noviembre de 2012. 8N
Durante mi visita a Buenos Aires hablé más de kirchnerismo
que en la suma de los últimos diez años. Era inevitable. Pero cuando en una
sobremesa familiar se empezó a hablar de “los dos bandos”, supe que mi
participación era imposible. Quedarme callado no era una opción; no suele serlo
porque no me aguanto, pero en este caso era más difícil, porque me hacían
preguntas. Objetar las supuestas bondades del kirchnerismo y/o defender
posturas del bando opositor que considero inexistente era tentador, pero fútil
porque –justamente– no hay dos bandos. Me limité a decir esto último y me fui,
con la esperanza de dotar mi ausencia de algún sentido didáctico. No sé de qué
habrán sido equidistantes después; es muy difícil ser equidistante cuando hay
un lado solo.
El tenembaumismo, incluso en sus encarnaciones de entrecasa,
insiste en ser salomónico para salvarse. Pero sólo se puede ser salomónico si
hay dos extremos en pugna. Si hay uno solo, las únicas posibilidades son: tener
una opinión clara sobre el fenómeno o prescindir de ella. Esto es un lujo que
el progresismo no puede permitirse, no al menos sin retroceder, reconocer sus
errores, pedir disculpas, tres cosas que no están acostumbrados a hacer.
Sabemos que no hay dos bandos. Así como no soy del bando del
vecino si vamos juntos a la municipalidad cuando se cae un árbol, tampoco me
contagio si el 8 de noviembre salgo a la calle con gente que cree en la
existencia de los duendes. Lo que hay es un problema, tenemos un problema que
queremos resolver. Si se te queda el auto en el barro y Cecilia Pando quiere
ayudar, no veo cuál es el inconveniente en dejarla que empuje y darle las
gracias. Siempre y cuando no tengamos que firmarle un petitorio antiabortista a
cambio; por suerte no es el caso.
El grueso de la oposición alienta –a los ponchazos, porque
son muy brutos y ni siquiera eso hacen bien– la idea de que la única manera de
resolver este problema, el que tenemos ahora, es mediante la construcción de
una alternativa política viable. Vengo a decirles que eso es mentira.
No sé a ustedes, pero a mí me importan muy poco el agonismo,
El Eternauta, la pasión según Sandra Russo, el peronismo, el antiperonismo, la
patria y la liberación. Puedo vivir sin ellos. Es más: reclamo mi derecho a
vivir sin que ellos se me impongan como dogma, eso es justamente parte del
problema que hay que resolver.
No nos debemos la construcción de un sistema ideológico
alternativo; eso es algo que uno hace si tiene ganas, y si no tiene ganas no lo
hace, no es obligatorio. Si bien es cierto que sería bueno contar con partidos
políticos más o menos votables que pudieran después gobernar como en cualquier
país normal, no dependemos de ellos para reclamar derechos. Es entendible que ellos
pretendan que los esperemos hasta el improbable día en el que decidan
representarnos, pero para algunas cosas ya no podemos seguir esperando.
Es cierto: no son las más urgentes. Esas cosas –paradoja–
nos acompañan desde hace mucho, en la forma de bultos durmiendo en la vereda,
nenas de seis años vendiendo flores por la calle, mil caras de la pobreza por
las cuales somos incapaces de manifestar en un contexto que las naturalizó
todas bajo el impermeable paraguas populista. Es dificilísimo. ¿Qué hacés? ¿Llevás
un pobre a la plaza? ¿Y por qué nos escucharía un gobierno que miente
sistemáticamente sobre los índices de pobreza?
No todos los manifestantes tendrán la misma educación o
sensibilidad social. Cada uno irá por lo que pueda, por lo que crea más pertinente,
en un experimento que puede salir mal pero debería salir bien si entendiéramos
–la oposición incluida– que todos los reclamos confluyen en el mismo: se le
pide a un gobierno que no haga lo que no corresponde. Que no mate, ni mienta,
ni oprima, ni robe, ni amenace ni pretenda imponer a los ciudadanos ideas,
símbolos y prácticas que, en democracia, sólo pueden ser optativos. No es tan
difícil de enunciar, y es bien fácil de entender.
© Escrito por Guillermo
Raffo, escritor y cineasta y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.