¿Cómo se hace para explicarle a los jóvenes hinchas de Huracán que el mismo club que estuvo a un paso de salir campeón hace dos años ahora deberá jugar en la B Nacional? ¿Cuántas palabras alcanzan para justificar el cuarto descenso en veinticinco años? Seguramente que todo lo que se diga sonará a excusas, a argumentos gastados, a una inútil búsqueda de culpables. Hoy, el presidente Carlos Babington parece ser una gigantesca esponja que absorbe todos los insultos, todas las responsabilidades y las broncas contenidas de la multitud que dejó derrotada la Bombonera.
Aquella esperanza que nadie imaginaba hace apenas dos años, ese equipo que brilló bajo la conducción de Ángel Cappa y con el atrevimiento de un grupo de chicos donde asomaban Javier Pastore, Matías de Federico y Patricio Toranzo, no alcanzó para torcer una historia que venía mal desde hace tiempo. El Huracán de Cappa mereció ser campeón, un rival durísimo como Vélez y el sospechoso arbitraje de Gabriel Brazenas se lo impidieron. Fue hace dos años, pareciera que ocurrió hace una década.
Todo lo que vino después fue idéntico a un martirio. Porque cosechó 37 puntos en el torneo siguiente y apenas 40 en la que finalizó el último fin de semana. Huracán pudo haber zafado del descenso directo, pero no pudo mantener la ventaja de seis puntos que llegó a sacarle a Gimnasia, a pesar que el Lobo ganó un único partido (2-0 a Banfield) en las últimas trece jornadas. Ya igualados, en el desempate no hubo nada que hacer, después de las muestras de irresponsabilidad deportiva del chico Soplán y del experimentado Cámpora, más allá de cierta rigurosidad del ampuloso Lunati en la segunda roja.
Huracán no parece tener paz deportiva ni tampoco paz social. Los severos cuestionamientos a la gestión Babington (reelecto con casi el 70% de los votos durante la primavera Cappista en 2009) y el ex jugador, ex ídolo, ex entrenador, se está probando el rótulo de ex presidente. Las fracciones políticas se empujan para cuestionarlo, blandiendo documentación, argumentando deudas siderales y falta de compromiso e inteligencia para armar planteles más competitivos. Está claro, también, que el Inglés no es el único culpable.
La lucha será durísima para volver, porque el torneo Nacional B se ha convertido en un campeonato Nacional, ampliamente dominado por los clubes de plazas fuertes del interior del país, dejando para un segundo lugar a los equipos porteños o bonaerenses. Quizá Quilmes y Chacarita hayan sido las últimas excepciones, a un torneo donde mandan santafesinos, cordobeses, mendocinos, sanjuaninos y jujeños. Se sumará a la despareja pelea que mantienen Ferro, el tricolor de San Martín, el ahora regresado Atlanta y hasta el poderoso Rosario Central.
Huracán necesita sangre nueva, frenar las divisiones internas, conseguir gente que aporte ideas, capacidad, trabajo y también dinero, priorizar el esfuerzo silencioso de amparar y cuidar los brotes futbolísticos que están naciendo en las inferiores y entender que con unidad se podrá volver a ser. Lo entendieron hace años en Lanús, que llegó a jugar contra Piraña –pequeño club de Pompeya, vecino al Globo- lo procesaron y consiguieron en Tigre y se arremangaron también en Belgrano, para poner al Celeste de pie, ascienda o no.
La historia le reclamará a la gente que quiere bien a Huracán, un sacrificio más. Parece ser ya la costumbre: pelea contra la adversidad, más penas que alegrías. Así son las cosas hoy. Crudas, difíciles, espantando a los que creen que es sencillo volver. Huracán debe volver, pero en serio. No solamente con un buen equipo. Con un buen club. Esa será la tarea para los años que están por venir.
© Escrito por Alejandro Fabbri y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el jueves 23 de Junio de 2011.
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