Clima enrarecido,
pronóstico reservado...
Corrida del dólar, protestas masivas, denuncias de corrupción, reforma de la Justicia sin debate y con ajustadísima mayoría parlamentaria… ¿cómo sigue la película de la política argentina? Al oficialismo se lo ve a la defensiva, a la oposición, bajo el estímulo de un clima convocante, pero siempre desorientada. Y las tendencias electorales continúan inciertas.
Detrás de esos temas no menores, y bajo las
humaredas que ellos levantan, hay una ciudadanía expectante cuya agenda no es
la misma que la de los políticos y los ciudadanos políticamente alineados.
Aquí, como en casi todas partes, los votantes indefinidos terminan decidiendo
el resultado electoral. La diferencia es que en otras partes las campañas
electorales ponen el foco en esos votantes volátiles, mientras en la Argentina
la comunicación política –tanto la del oficialismo como la de los opositores–
parece encandilada con los votantes ya alineados y no se ocupa de los
indefinidos. Obviamente, hay una masa no menor de ciudadanos que saben que
votarán las listas oficialistas, y otra masa no menor de ciudadanos que saben
que las listas del oficialismo no las votarán. ¿Quién habla para los que están
indefinidos?
Hay dos indicios muy significativos acerca
de estos últimos, y algunos datos ciertos. Lo cierto es que en octubre de 2011
aproximadamente la mitad de ellos votó para presidente a Cristina de Kirchner;
la otra mitad, a falta de un candidato con fuerza polarizadora, dispersó su
voto. Con esos votos, la Presidenta pudo superar el cincuenta por ciento; ellos
fueron decisivos para su triunfo; y no son votos regalados, hay que
conquistarlos cada vez. Los indicios: primero, son votantes poco ideológicos,
poco generalistas; demandan respuestas específicas a problemas específicos,
valoran en alto grado la gobernabilidad. Frente a esas demandas, la Presidenta
hasta ahora corrió con ventaja.
El segundo indicio lo ofrecen las
preferencias de esos votantes por los dirigentes políticos. Son esos votantes
“swing”, sin preferencias definidas de antemano, quienes hoy entronizan a
Daniel Scioli y a Sergio Massa en la tabla de posiciones de la imagen positiva
en las encuestas. No están buscando más oficialismo ni más oposición, sino
precisamente lo que esos dirigentes encarnan con sus aparentes ambigüedades.
Recuerdan al memorable “no positivo” de Julio Cobos en 2008, que a esa gente le
cayó muy bien.
Esos votantes que terminan inclinando la
balanza electoral tienden a no reaccionar ante promesas, diagnósticos o
pronósticos. Más bien reaccionan ante los hechos y ante las respuestas de los
gobernantes a los hechos. Cuando el desempleo era muy alto y la pobreza muy
extendida, plantear ayuda familiar, impulsar jubilaciones y subsidiar servicios
públicos fue una respuesta muy bien valorada; eran soluciones, no promesas. Ahora
los problemas más acuciantes son la pérdida de poder adquisitivo de los
ingresos –esto es, la inflación–, la mala calidad de los servicios públicos
–sumada a la falta de respuesta de los gobiernos a las incidencias trágicas que
se derivan de ellos–, la declinante calidad de la educación –donde convergen la
falta de horas de clase por paros y ausencias docentes con la incapacidad del
sistema para cumplir la función de enseñar–. Pero ahora, de todo eso no se
habla desde la política.
Los mensajes del Gobierno a veces rondan lo
insólito por el desajuste con las expectativas de sus propios votantes. Pero lo
que más resalta es la enorme concentración de la atención del oficialismo en
asuntos como la Ley de Medios, la reforma judicial o la re-reelección, que en
el mejor de los casos a mucha gente no le interesan y, cuando le interesan,
tienden a decir que no. El argumento de que así mal no les ha ido no se
sostiene: no fue así como al actual oficialismo le fue bien, no fue hablando de
lo que a la gente no le interesa o no le gusta, sino de lo que a la gente le
resolvía problemas.
Los mensajes de la oposición también se
mueven entre la irrelevancia y lo insólito. De lo que más hablan los dirigentes
opositores es de lo poco que se entienden –o lo mal que se llevan– con otros
dirigentes opositores. Ni siquiera pueden mantener en bajo perfil sus
negociaciones tentativas. Luego, hablan de generalidades que al electorado no
definido no le dicen nada. Y cuando, inesperadamente, tocan un tema de
preocupación general, no se les ocurre nada más extraordinario que pedir una
devaluación. Desde hace treinta años, si en algo la sociedad argentina se
mantuvo igual a sí misma fue en su persistente adhesión a la estabilidad de
precios y a la estabilidad del tipo de cambio. Recuerdan a Duhalde propiciando
en su campaña de 1999 la devaluación… así le fue.
No se sabe cómo sigue la película, pero
sería deseable que sus guionistas consideren seriamente rodarla con varios
finales distintos.
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