El 25 de octubre de 1917 comenzó la Revolución Rusa.
Basándose en las teorías de Karl Marx, Vladimir Lenin encabezó en esta fecha la
primera revolución comunista del siglo XX, instauró la dictadura del
proletariado, adoptó como régimen político la República Federal Socialista y
Soviética Rusa y expropió a los terratenientes de sus tierras y las repartió
entre los campesinos. Las empresas pasaron a ser propiedad del estado, bajo el
control de los mismos trabajadores. La Revolución de Octubre -el acontecimiento
político, económico y social más importante del siglo XX- tuvo lugar el 7 de
noviembre de 1917 de nuestro calendario, pero al momento de la revuelta, Rusia
aún se regía por el calendario juliano, mientras que la mayoría de los países
occidentales, inclusive la Argentina, se regían por el calendario gregoriano.
Reproducimos a continuación un artículo aparecido en 1972 en La Opinión
Cultural, que alude al pensamiento de Marx y Engels sobre América Latina.
Contradicciones de un pensamiento acerca del problema
nacional.
Insertos en las luchas políticas de su época, y
elaborando al mismo tiempo herramientas teóricas que permitieran provocar el
cambio social, KarL Marx y Friedrich Engels no desdeñaron ocuparse del Nuevo
Continente. Dentro de sus escritos teóricos y sus actividades en la Europa de
la segunda mitad del siglo XIX, estas reflexiones sobre Norte y Sudamérica son
periféricas, pero –no pocas veces– audaces. Sin embargo, resulta irrelevante
criticar a los fundadores del materialismo histórico con ojos dogmáticos. Seres
humanos al fin, productos también de la Historia, su marxismo no es infalible;
y si en su afanosa elaboración de la realidad muchas veces erraron los
cálculos, no por eso sus aciertos son menores.
Cuadernos de Pasado y Presente publicará próximamente en el país Materiales
para la historia de América Latina de Karl Marx y Friedrich
Engels, una laboriosa edición con notas críticas de todos los textos que los
pensadores alemanes dedicaron a esta parte del continente, muchos de los cuales
se editan en español por primera vez. En estas páginas se incluye un fragmento
de la introducción al libro, a cargo de Pedro Scaron, y una interesante
correspondencia de Engels que revela su conocimiento del movimiento obrero en
Buenos Aires.
Introducción
América Latina rara vez fue objeto de atención
preferente, o siquiera sostenida, por parte de Marx y Engels. Para la
conciencia europea del siglo XIX esta región del mundo era casi una terra
incognita, y sólo grandes acontecimientos (la lucha por la independencia
hispanoamericana, la guerra de México, la intervención anglo-franco-española
contra ese mismo país) obligaron a no pocos estudiosos y políticos del Viejo
Mundo a recordar que el término “América” no siempre era un sinónimo
exactamente intercambiable por la denominación “Estados Unidos”. Pese a su
talento y sus intereses poco menos que enciclopédicos, Marx y Engels no fueron
en ese aspecto una excepción. Los textos suyos referidos directa o
indirectamente a América Latina, aunque más abundantes de lo que generalmente
se supone, representan una parte muy pequeña de su obra total.
Estos Materiales para la historia de América
Latina constituyen también, y en muy primer lugar, materiales
para la historia del pensamiento marxista. En contra de teorías muy difundidas,
según las cuales con la redacción del Manifiesto comunista quedarían
trazadas, poco menos que definitivamente, las grandes líneas de la concepción
que Marx se había formado del mundo, líneas que en los decenios sucesivos sólo
conocerían una prolongación armoniosa, el análisis de estos textos contribuye a
hacer patente que la evolución del pensamiento de Marx y Engels sobre la
cuestión nacional es extremadamente compleja. Diríamos que accidentada,
inclusive. La filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo
francés, vale decir lo que Lenin llamó con acierto las “tres fuentes” o “tres
partes integrantes del marxismo”, se fusionaron aquí menos felizmente, más
conflictiva y trabajosamente que en otras esferas del ideario de Marx.
Es posible reconocer varias etapas en el desarrollo del
pensamiento de Marx y Engels sobre el problema nacional, y en particular sobre
la expansión de los grandes países del Occidente europeo a expensas del mundo
extraeuropeo.
Una primera, con fecha de comienzo imprecisa pero no
posterior a 1847, y que se cierra de Crimea (1856). Lo característico de este
período es que Marx y Engels combinan el repudio moral a las
atrocidades del colonialismo con la más o menos velada justificación teórica del
mismo. Los famosos artículos sobre la dominación británica en la India enuncian
notablemente esta posición, reseñada así por el propio Marx en una carta del 14
de junio de 1853 a Engels: “He proseguido esta guerra oculta (a favor de la centralización)
en mi primer artículo sobre la India, en el que se presenta como revolucionaria la
destrucción de la industria vernácula por Inglaterra. Esto les resultará muy shocking(a
los editorialistas de The New York Daily Tribune, el
periódico norteamericano en el que colaboraba Marx). Por lo demás, la
administración británica en la India, en su conjunto, era cochina y sigue
siéndolo hasta el presente”.
A juicio de Marx y Engels el capitalismo desarrollado de países como Inglaterra ejercía una influencia “civilizadora” (en ocasiones ellos mismos ponían esta palabra entre comillas) sobre los “países bárbaros”, aún no capitalistas; los sacaba de su quietud (una quietud muy hegeliana, dicho sea entre paréntesis) para arrojarlos violentamente a la senda del progreso histórico. Las consecuencias devastadoras de la libre competencia a escala mundial eran tan positivas, en último análisis, como las que resultaban de aquélla en el interior de un país capitalista cualquiera. La libertad comercial aceleraba la revolución social. Era natural, entonces, que Marx, aun cuando “solamente en ese sentido revolucionario”, se pronunciara en esa época “a favor del libre cambio”.
A juicio de Marx y Engels el capitalismo desarrollado de países como Inglaterra ejercía una influencia “civilizadora” (en ocasiones ellos mismos ponían esta palabra entre comillas) sobre los “países bárbaros”, aún no capitalistas; los sacaba de su quietud (una quietud muy hegeliana, dicho sea entre paréntesis) para arrojarlos violentamente a la senda del progreso histórico. Las consecuencias devastadoras de la libre competencia a escala mundial eran tan positivas, en último análisis, como las que resultaban de aquélla en el interior de un país capitalista cualquiera. La libertad comercial aceleraba la revolución social. Era natural, entonces, que Marx, aun cuando “solamente en ese sentido revolucionario”, se pronunciara en esa época “a favor del libre cambio”.
Todavía a fines del decenio de 1850 Marx se burla del
proteccionista Carey porque éste, aunque consideraba “armónico” el
aniquilamiento de la producción patriarcal por la industrial dentro de un país
determinado, tenía por “inarmónico” el que la gran industria inglesa disolviera
las formas “patriarcales o pequeñoburguesas” de la producción nacional de otros
países. Carey relegaba al olvido “el contenido positivo de estos procesos de
disolución (…) en su manifestación plena, correspondiente al mercado mundial”.
Dentro de la misma Europa, determinadas naciones eran
para Marx y Engels las portadoras del progreso histórico, mientras que las
demás no tenían otra misión que la de dejarse absorber por sus vecinos más
poderosos. ¿Esta tesis, puede preguntarse el lector, no contradecía la
exigencia internacionalista formulada en el Manifiesto, la
consigna que demandaba la unidad de los proletarios de todos los países,
excluyendo implícitamente las rivalidades nacionales entre ellos? Marx y
Engels, muy posiblemente, habrían respondido que la pregunta estaba mal
planteada: aquella consigna sólo podía tener validez para las relaciones entre
países… donde hubiera proletarios. “En todos los países civilizados el
movimiento democrático aspira en última instancia a la dominación política por
el proletariado presupone, por ende, que exista un proletariado; que
exista una burguesía dominante; que exista una industria que produzca al
proletariado y que haya vuelto dominante a la burguesía. De todo esto no
encontramos nada en Noruega ni en la Suiza de los primitivos cantones”. A
fortiori, pretender aplicar a la guerra entre Estados Unidos y México, por
ejemplo, los principios de lo que después se llamó internacionalismo
proletario, habría sido visto por Marx y Engels como el colmo de la
desubicación histórica.
Hacia 1856 se abre una nueva etapa en el pensamiento de
Marx y Engels sobre el problema nacional y colonial, la cual dura, también
aproximadamente, hasta la fundación de la Internacional (1864). Se trata de una
fase de transición. Marx y Engels no revisan claramente sus concepciones
teóricas sobre la relación entre las grandes potencias europeas y el mundo
colonial o semicolonial, pero en sus escritos acerca del tema el aspecto que
prevalece, en la mayor parte de los casos, es la denuncia de los atropellos de
aquellas potencias y la reivindicación del derecho que asistía a chinos,
indios, etc., de resistir contra los agresores u ocupantes extranjeros. Un
hecho interesante es que la mayor parte de los trabajos de Marx y Engels sobre
el colonialismo se ubican en esta etapa, que en cierta medida coincidió con la
de su actividad periodística más intensa.
Los límites del tercer período se pueden fijar entre 1864
y la muerte de Marx. Si desde cierto punto de vista es exacto que Marx es uno
de los principales fundadores de la Internacional, no menos cierto es que ésta
contribuye, aunque no a fundar, sí a desarrollar el internacionalismo de Marx,
a liberarlo de elementos contradictorios con ese internacionalismo. Es notable,
con respecto a la cuestión irlandesa. Mientras que en 1848 Marx hacía suya la
ambigua consigna cartista de “establecer una firme alianza entre los pueblos de
Irlanda y Gran Bretaña”, en cartas de noviembre de 1867 le escribe a Engels:
“Antes consideraba imposible la separación entre Irlanda e Inglaterra. Ahora lo
considero inevitable, si bien después de la separación puede establecerse una
federación”. “Lo que necesitan los irlandeses es:
1. Gobierno propio e independencia de Inglaterra, 2. Una
revolución agraria (…) 3. Tarifas protectoras contra Inglaterra.
La Unión (de 1801 entre Inglaterra e Irlanda), al dejar
sin efecto las tarifas protectoras establecidas por el parlamento irlandés,
destruyó toda vida industrial en Irlanda”. El librecambista (“seulement dans le
sens révolutionnaire”) de 1848, en 1867 es un lúcido expositor de la necesidad
de que países como Irlanda defiendan de la competencia británica, erigiendo
barreras protectoras, sus incipientes industrias.
No menos profunda es la evolución del pensamiento de Marx, durante el período, con respecto a la India. Aunque no generaliza sus hallazgos empíricos en este terreno, el auto de El Capital se aproxima a la noción del subdesarrollado. Estamos lejos de las tesis según la cual el capitalismo inglés, mefistofélicamente condenado a hacer el bien pese a su naturaleza maligna, engendraría la industria moderna en su inmensa colonia asiática. “Más que la historia de cualquier otro pueblo, la administración inglesa en la India ofrece una serie de experimentos económicos fallidos y realmente descabellados (en la práctica, infames). En Bengala crearon una caricatura de la gran propiedad rural inglesa; en la India Sudoriental, una caricatura de la propiedad parcelaria; en el Noroeste, en la medida en que les fue posible, transformaron la comunidad económica india, con su propiedad comunal de la tierra, en una caricatura de sí misma”.
No menos profunda es la evolución del pensamiento de Marx, durante el período, con respecto a la India. Aunque no generaliza sus hallazgos empíricos en este terreno, el auto de El Capital se aproxima a la noción del subdesarrollado. Estamos lejos de las tesis según la cual el capitalismo inglés, mefistofélicamente condenado a hacer el bien pese a su naturaleza maligna, engendraría la industria moderna en su inmensa colonia asiática. “Más que la historia de cualquier otro pueblo, la administración inglesa en la India ofrece una serie de experimentos económicos fallidos y realmente descabellados (en la práctica, infames). En Bengala crearon una caricatura de la gran propiedad rural inglesa; en la India Sudoriental, una caricatura de la propiedad parcelaria; en el Noroeste, en la medida en que les fue posible, transformaron la comunidad económica india, con su propiedad comunal de la tierra, en una caricatura de sí misma”.
El apoyo de Marx a la rebelión de los indios ya no es, en
esos años, de índole pura o fundamentalmente moral. Diversos textos sugieren a
las claras que Marx se ha persuadido de la incapacidad de Inglaterra para
cumplir, en la India, con la segunda fase de la “doble misión” que él le
asignara en los artículos de 1853, id est, la de “sentar los fundamentos
materiales de la sociedad occidental en Asia”.
A fines de este periodo, meses antes de la muerte de
Marx, Engels realiza una importantísima contribución teórica al definir,
respondiendo a consultas de Kautsky, la política que a su juicio debía
mantener, en sus relaciones con el mundo colonial, el proletariado victorioso.
Partiendo – al igual que en los Principios del comunismo,
redactados por él 35 años atrás – de la tesis de que la revolución socialista
sería llevada a cabo por la clase obrera de los países europeos más adelantados
(y por la de los Estados Unidos), Engels establece lo siguiente: 1) el
proletariado se hará cargo “provisionalmente” de las colonias pobladas de
indígenas, a las que “habrá de conducir lo más rápidamente posible, a la
independencia”; 2) “el proletariado que se libera a sí mismo no puede librar
guerras coloniales”; 3) “el proletariado victorioso no puede imponer a ningún
pueblo felicidad alguna sin socavar con ellos su propia victoria”.
Antes de pasar a la etapa cuarta y final (esto es, al
último período de la vida de Engels), señalemos un hecho significativo: a lo
largo de los tres períodos descritos, la evolución del pensamiento de Marx y
Engels es, en lo que respecta al problema nacional en el marco de Europa
continental, muchísimo más lenta que en lo tocante a las relaciones entre
Inglaterra e Irlanda o entre las grandes potencias europeas y el mundo
extraeuropeo. En 1866, en una serie de artículos escrita a solicitud de Marx,
Engels sigue negando a los “residuos de pueblos” (servios, checos, rumanos
incluidos) el derecho a una existencia nacional independiente, a la que sí son
acreedores los grandes pueblos dotados de “fuerza vital”, “viables”.
En los años siguientes, la militancia en la Internacional
y en el movimiento socialista europeo hace que pronunciamientos de este género
se vuelvan cada vez menos publicables, por lo que se los relega a lo que Marx
denominaba el “lenguaje brutal de las cartas”. Todavía en 1882, en
correspondencia con Kautsky y Bernstein, Engels reitera con variantes no
esenciales, su actitud de c1849 respecto a los esclavos de los Balcanes,
“doscientos nobles pueblos de bandoleros”, “pintorescas nacioncitas” aliadas
del zar y a las cuales únicamente después de la caída de éste se les podría
conceder la independencia, aunque nunca, por ejemplo, el derecho de que
impidieran “la extensión de la red ferroviaria europea hasta Constantinopla”.
La cuarta etapa, como hemos señalado, la constituyen los
años que van de la muerte de Marx a la de Engels. Aunque en aspectos
particulares éste desarrolla con acierto, durante el periodo, conceptos suyos o
de Marx sobre le problema nacional, en general ésta una fase de estancamiento,
cuando no de involución. El mundo que queda más allá de Europa y de los Estados
Unidos despierta cada vez menos el interés del viejo militante, y su actitud
ante los problemas europeos presenta notorias afinidades con la posición
“patriótica” que, ante la primera de las guerras mundiales, adoptara la primera
de las guerras mundiales, adoptara la socialdemocracia alemana. En 1891, cuando
parece inminente el estallido de una contienda bélica entre Alemania, por un lado,
y Rusia y Francia por el otro, Engels asegura a Bebel y otros dirigentes
socialistas que si Alemania es atacada “todo medio de defensa es bueno”: ellos
deben “lanzarse contra los rusos y sus aliados, sean quienes sean”. Podría
ocurrir, incluso, sostiene Engels, que en ese caso “nosotros seamos el único
partido belicista verdadero y decidido”.
¿Se ajusta la periodización anterior a los textos de Marx
y Engels sobre América latina? En líneas generales, sí, y particularmente en lo
tocante a las dos primeras etapas. Los clásicos del marxismo pasan de un
respaldo categórico y entusiasta a la expansión norteamericana, en la etapa que
tentativa y aproximadamente hemos fechado entre 1847 y 1856, a la crítica de la
misma en el período que va, poco más o menos, de 1856 a 1864. En 1861 y años
siguientes Marx se opone resueltamente a la intervención anglo-franco-española
en México, pero no deja de ser significativo – y típico del período que nos
ocupa – que el fundamento exclusivo de sus críticas a los intervencionistas sea
algo tan poco “marxista”, o si se quiere tan poco específicamente “marxista”,
como el viejo derecho de gentes. Los interesantes artículos de Marx en defensa
de México podrían haber sido firmados por más de un burgués honesto, hostil a
la política pirata de Palmerston y Napoleón III, y no resulta extraño, por
ello, que se les utilizara en el parlamento británico para demostrar la
insensatez e ilicitud de esa política.
Insuficientemente representada, en cambio, está la etapa
que ubicamos entre la fundación de la Internacional y la muerte de Marx. Se
echan de menos, en particular, análisis de la claridad y contundencia
alcanzadas por algunos de los que en esa misma época Marx dedicara a Irlanda y
a la India. Los textos “latinoamericanos” escritos por el viejo Engels en sus
doce últimos años de vida, aunque interesantes, tampoco caracterizan
suficientemente la evolución experimentada, en ese período, por sus ideas sobre
el problema nacional.
Párrafo aparte merece el artículo sobre Bolívar, escrito
por Marx en 1858. El más grande de los teóricos europeos del siglo XIX compone
una biografía de la más relevante figura latinoamericana de esta centuria; si
el resultado no fue todo lo importante que pudo ser, ello se debe, en parte, a
algunos de los motivos que harto esquemáticamente hemos esbozado en páginas
precedentes. Aunque por esa fecha Marx evolucionaba hacia posiciones
diferentes, compartía aún el juicio monocordemente pesimista de su maestro
Hegel sobre América latina. Otros elementos gravitaron también en él, y siempre
en el mismo sentido negativo. La afición de Bolívar por la pompa, los arcos
triunfales, las proclamas, así como el naciente culto a la personalidad del
Libertador, pueden haber inducido a Marx a ver en aquél una especie de Napoleón
III avant la lettre, esto es, alarmantes similitudes con un
personaje que despertaba en Marx el más abismal y justificado de los
desprecios. (No nos consta que alguna vez haya comparado a Luis Bonaparte con
el general y político sudamericano, pero sabemos en cambio que los asimiló por
separado al mismo tertium comparationis, el emperador haitiano
Soulouque). Lo curioso es que Marx – cuya información sobre Bolívar era
insuficiente, pero no tan pobre como suele creerse – en su ensayo biográfico
pasó como sobre ascuas o sencillamente dejó de lado temas que, de no
encontrarse tan entregado a la tarea de demoler la figura del Libertador,
tendrían que haberle interesado vivamente.
En las Memorias del general Millar, sin duda
la mejor de las fuentes por él consultadas, aparecen escasas pero sugerentes
referencias a la actitud de las clases sociales latinoamericanas ante la guerra
independentista, a la situación de los indios y el alcance de la abolición
bolivariana del pongo y de la mita, al proyecto de Bolívar de vender las minas
del Bajo y el Alto Perí a capitalistas ingleses (proyecto resistido por las
clases altas, partidarias, dicho sea de paso, de que las minas se cedieran
gratuitamente). Pero de esos y otros temas, cuyo tratamiento por la pluma de
Marx hubiese podido ser tan enjundioso, no encontramos huellas en la biografía
de Bolívar, centrada en la historia militar y política. Con ello no queremos
significar que ese extenso artículo carezca de relevancia. Más importante que
como biografía bolivariana, sin embargo, el opúsculo de Marx tiene un valor
propio como documento para el estudio de Marx.
Pedro Scaron
La Internacional Comunista y Buenos Aires
Aunque brevísimos, los textos siguientes contienen datos
de interés sobre las relaciones entre Marx, Engels y la Internacional por una
parte, y por otra el movimiento obrero bonaerense a comienzos del decenio de
1870.
No eran, por lo que sabemos, los primeros contactos de la
gran asociación proletaria con organizaciones obreras latinoamericanas. En su
informe a la conferencia de Londres (1865), los delegados franceses aseguran
que “se han tomado medidas para entablar correspondencia con Río de Janeiro y
con las colonias de Guadalupe y Martinica”.
La Sociedad Tipográfica Bonaerense, fundada en 1857,
comenzó a enviar en 1870 al Consejo Federal de las secciones internacionalistas
españolas su periódico, que es el mencionado por Engels en el texto primero.
Francisco Mora comunicó al Consejo General londinense ese
hecho y le recomendó ponerse en contacto directo con Buenos Aires; los
internacionalistas españoles, a su vez, harían todo lo posible por organizar
secciones de la Internacional en América latina.
La derrota de la Comuna de París provocó la diáspora de
muchos miles de sus defensores, y no pocos ex comuneros se refugiaron en países
latinoamericanos, contribuyendo poderosamente a la difusión de las ideas
socialistas (marxistas y anarquistas) en los medios obreros locales. Auguste
Monnot, Emile Faesch y otros fundaron, el 28 de enero de 1872, la primera
sección (francesa) de la Internacional en Argentina. Según una carta suya al
Consejo General, fechada el 14 de abril de 1872, contaban entonces con 89
miembros; tres meses después los afiliados eran 273. Le Moussu, encargado por
el Consejo General de las relaciones con América, les habían comunicado ya el
1° de julio la admisión oficial de la sección a las filas de la A.I.T. Poco
después de la sección francesa, se fundaron en Buenos Aires otras dos: una
italiana y otra española, tal como le escribía a Engels, el 25 de mayo de 1873,
Jean Larocque.
En el Congreso de La Haya (setiembre de 1872) la sección
francesa de Buenos Aires estuvo representada también por Raymond Vilmart,
llamado también “Vilmot”. No parece prudente conceder demasiada importancia al
carácter específicamente “bonaerense” de su representación: Vilmart, amigo
personal de Lafargue y delegado también de secciones de la A.I.T. en Burdeos,
muy posiblemente haya debido su credencial sudamericana a los esfuerzos que
Engels realizara por asegurar a los partidarios de Marx una mayoría unida y
segura en el congreso.
Pero el año siguiente, Vilmart llega a la capital
argentina; según Segall enviado por Marx “con la ayuda de
Engels y amigos”. El 13 de mayo de 1873 acusa recibo de una carta de Marx
(lamentablemente no conservada, al parecer) y de un paquete de impresos, y
deplora que entre éstos no se cuenten La guerra civil en Francia, el
Manifiesto y otras obras. Vilmart desempeñó un importante papel en el
movimiento socialista argentino, y más tarde simpatizó con el
anarcosindicalismo. Propagó que los socialistas extranjeros “debían abandonar
su aislamiento por nacionalidades e integrarse a la clase obrera criolla”.
El descubrimiento de las cartas, hoy perdidas, escritas
por Marx y Engels socialistas europeos residentes en Buenos Aires (y todavía se
están hallando en Europa, donde la investigación es mucho más intensa, cartas
de Marx de las que los expertos no tenían la menor noticia), contribuiría sin
duda a un conocimiento mucho más afinado acerca de las secciones de la
Internacional en nuestro continente.
Engels y Buenos AiresDe Engels al Consejo
Federal Español de la Internacional
Londres, 13 de febrero de 1871
(…) Aún no tenemos sección alguna en Portugal; tal vez
fuera más fácil para ustedes que para nosotros establecer relaciones con los
obreros de ese país. si ellos es así, por favor escríbannos otra vez sobre el
particular. Del mismo modo creemos que, cuando menos en los primeros tiempos,
sería mejor si ustedes pudieran trabar relaciones con los tipógrafos de Buenos
Aires; de todas maneras, convendría que nos informaran posteriormente sobre los
resultados obtenidos. Entretanto podrían prestarnos un servicio grato y útil a
la causa, enviándonos un número de los Anales de la Sociedad
Tipogr(áfica) de B(uenos) A(ires) a título informativo.
Del informe Oficial el Consejo General de
Londres
(…)Nos limitamos a consignar que desde el Congreso de
Basilea y particularmente desde la conferencia de Londres, celebrada en
setiembre de 1871, la Internacional ha ganado terreno entre los irlandeses en
Inglaterra y en Irlanda misma, en Holanda, Dinamarca y Portugal, que se ha
organizado firmemente en los Estados Unidos y que existen ramificaciones en
Buenos Aires, Australia y Nueva Zelandia. (…)
Karl Marx y Friedrich Engels
(Leído ante el Congreso Internacional de la Haya el 5 de setiembre de 1872)
(Leído ante el Congreso Internacional de la Haya el 5 de setiembre de 1872)
Pasquale Martignetti (1844-1920), traductor al italiano
del Origen de la Familia, Trabajo asalariado y capital y otros
escritos de Engels y Marx, había sido acusado (todo hace creer que falsamente)
de cometer un desfalco en la oficina donde trabajaba. Antes del fallo judicial
(el tribunal de apelaciones finalmente lo absolvió), Martignetti decidió
empezar una nueva vida en Buenos Aires y pidió a Engels una carta de
recomendación. El interés de la respuesta de Engels consiste en que la misma
demuestra que su autor estaba al tanto de la existencia y actividades del club
socialista Vorwärts, formado por alemanes radicados en Buenos
Aires.
Se había fundado esta institución el 1° de enero de 1882
con el propósito de “cooperar a la realización de los principios y fines del
socialismo, de acuerdo con el programa del Partido de la Democracia Social
Alemana”. El club publicó durante diez años, a partir de 1886, el periódico
socialista Vorwärts y estuvo representa, por intermedio de
Wilhelm Liebknecht, en el congreso fundador de la II Internacional (1889). La
barrera del idioma y la circunstancia de que la emigración alemana a la
Argentina no fuera muy numerosa disminuyeron, sin duda, la influencia de la
institución sobre el medio en que actuaba, pero la misma tuvo por momentos un
contacto estrecho con los obreros argentinos, como lo demuestran las frecuentes
reuniones sindicales que éstos efectuaron en la sede del Vorwärts. El
club mismo participó activamente en la organización del primer mitín
conmemorativo del 1° de mayo realizado en Argentina.
Ni en la carta a Martignetti ni en la recomendación se
menciona por su nombre a ninguno de los socialistas alemanes residentes en
Buenos Aires (Engels simplemente pide ayuda para Martignetti a los “compañeros
alemanes” que aquél pueda encontrar), lo que permite suponer que el autor del Anti-Dühring no
tenía por esa época contacto directo con corresponsales radicados en la
Argentina. Tal impresión se robustece por una carta anterior (26 de enero de
1887) de Engels a su traductor: “La República Argentina sería quizás un terreno
más favorables; existe allí una numerosa colonia italiana, y usted aprendería
el español sin grandes dificultades. Pero está lejos, el viaje es caro y
difícil el regreso. El país hace progresos, pero esto es todo lo que puedo
decir al respecto”.
En la carta que sigue, Engels habla de un texto del
socialista italiano Antonio Labriola (1843-1904), publicado fragmentariamente
en la revista II Messaggero (15 de marzo de 1890) bajo
el título de La terra a chi la lavora. Labriola
proponía que se distribuyera tierra baldía de las colonias italianas a
campesinos de la metrópoli; Martignetti, invitado por aquél a escribir sobre el
tema, antes de hacerlo le solicitó a Engels su opinión, que incluimos aquí por
su referencia final a las aspiraciones de los emigrantes italianos que se
dirigían a las colonias o a Buenos Aires.
De Engels a Pasquale Martignetti
Londres, 13 de enero de 1890
Londres, 13 de enero de 1890
Querido amigo.
He meditado sobre el asunto de la recomendación a Buenos
Aires. No puedo engañar a los camaradas sobre lo ocurrido. En la medida en que
gozo de confianza entre los obreros, ello se funda en la condición previa de
que a todo trance les diré la verdad, y sólo la verdad.
Yo me inclinaría, en su lugar, por ir sin ninguna
recomendación de ese tipo. No bien allá se entere uno de que usted ha sido
condenado, se enterarán ciento, y precisamente gente que no leerá mi testimonio
o a la cual nada le importará el mismo. Y en ese caso usted ya no se sentirá
más como en su casa, la condena lo perseguirá por todas partes. Más vale una
vida nueva con un nombre nuevo. Usted es joven y, a juzgar por su fotografía,
fuerte: ¡ánimo, entonces!
Pero para tener en cuenta todos los casos, adjunto un
escrito en el que digo a su favor todo lo que sin cargo de conciencia puedo y
debo decir. Le vuelvo a aconsejar, sin embargo, que no haga uso del mismo. Tal
vez esto vuelva más difícil su lucha en los primeros días. Pero seguramente, a
la larga, una ruptura total con el pasado le facilitará las cosas.
Usted sabrá lo que tiene que hacer. Pero ojalá todo esto
sea superfluo y la corte de casación le haga justicia.
Muy sinceramente suyo,
F. Engels
Direcciones: Vorwärts, redacción: calle
Reconquista 650 nuevo (las calles tienen números viejos y nuevos) Asociación
Vorwärts: calle Comercio 880.
© La Opinión Cultural, domingo 12 de Noviembre de 1972, pág. Publicado por http://www.elhistoriador.com.ar
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