Un
remedio peor que la enfermedad...
El
Gobierno intenta hacernos creer que no busca controlar a los diarios ni
beneficiar a sus amigos. La historia peronista también los condena.
Tengo 51 años, 37 de periodismo y creo haber escrito por primera vez sobre
Papel Prensa hace veinte años, cuando muy pocos lo hacían. No necesito que
Sergio Szpolski, Diego Gvirtz o Fuerzabruta me cuenten ningún cuentito del
monopolio (ya que estamos, me encantaría que Szpolski contara la historia del
Banco Patricios y la AMIA; Gvirtz, la del arrepentido y Barone, la de su
prolífica familia en Télam).
Sé lo que es, como editor, comprar papel a “precio abierto” en épocas de
hiperinflación: o sea, endeudarte sin saber el monto, pero estar obligado a
vender el diario al día siguiente. Sé lo que significaba comprar papel a 100 la
tonelada cuando Clarín lo compraba a 50, y sólo tenía stock para sus amigos.
Pero también sé que es lo que el Congreso se apura a aprobar ahora
levantando la mano como un sonámbulo: es una venganza que pone a prueba el
sistema de justicia y que no hará sino cambiar un mal orden de cosas por otro
orden injusto, quizá peor que el anterior.
Papel Prensa fue una empresa irregular inaugurada durante una dictadura. Su
solución no puede ser la del papel en manos de funcionarios discrecionales en
una democracia de baja intensidad.
Si dependo de algún curso nocturno del Instituto del Relato Dorrego, estoy
perdido: les agradezco de antemano al versátil Pacho O’Donnell, Anguita,
Caballero, Brienza, Pigna. Les recomiendo el resumen de la historia de Papel
Prensa publicado en el tomo II de Argentinos en cualquier edición de 2003.
No se trata aquí de revisionismo, sino de archivos: la obsesión del
peronismo por los medios no es nueva y tampoco lo son sus desvelos por el
control. Se repite, eso sí, como observara Karl Marx en El Dieciocho Brumario
de Luis Bonaparte: “Hegel dice –escribe Marx– que todos los grandes hechos y
personajes de la historia universal aparecen dos veces. Pero se olvidó de
agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”.
La Prensa y el General.
“Las agencias informativas manejadas por los servicios de Inteligencia
participan también en esos planes y los diarios venales de los diversos países
son asimismo instrumentos a su servicio (…) Si desde un diario se puede hacer chantaje
a una persona, desde esta organización se lo puede hacer a toda la Nación. Por
este medio se puede llevar al descrédito a un gobierno y a un pueblo entero, a
la guerra” (Perón en 1947).
“La Prensa es un diario coloquial en sus aspiraciones y antiargentino en su
inspiración. Resume su doctrina en pocas palabras: defensa del privilegio a
todo trance, negación de los derechos legítimos del pueblo, política enderezada
hacia la entrega del patrimonio argentino a intereses extraños” (Raúl
Alejandro Apold, subsecretario de Prensa y Difusión de los dos primeros
gobiernos peronistas, en 1948).
“Los órganos que dirigen la guerra, como los comandos que la conducen,
poseen oficinas especiales dedicadas al aprovechamiento de todo material
informativo. El aprovechamiento es función del Servicio de Inteligencia, toda
noticia debe ser explotada en la propaganda, contrapropaganda, provocación,
espionaje, etc. En tareas de guerra la verdad es suplantada por la necesidad de
servir directa o indirectamente al objetivo que se persigue. Las noticias,
informaciones o comunicados que emergen de la Dirección de Guerra o los
comandos de la conducción contienen solo la verdad que conviene, a la que se
agrega lo que interesa a los fines de la mejor conducción. Para que esta tarea
pueda ejecutarse congruentemente es menester una absoluta centralización de
esos servicios. Las grandes centrales de información son las únicas
técnicamente habilitadas para la explotación integral de la noticia” (Perón, en
Los vendepatria, desde su exilio, año 1957).
Obsesión por el control.
En aquellos años era La Prensa, con una circulación, diría, de 745.894
ejemplares en 1944: el 26 de abril la dictadura de Edelmiro Farrell (de la que
Perón fue ministro de Guerra) decidió clausurarlo por cinco días por una
denuncia publicada contra los hospitales municipales. La Prensa empleaba
entonces a casi 1.700 personas y consumía 26 mil toneladas de papel, con 22
páginas de lunes a sábado y treinta los domingos. Según relata Hugo Gambini en
su Historia del peronismo, de los seis matutinos que se editaban entonces en la
Capital, sólo dos (Democracia y El Laborista) fueron favorables a la fórmula
Perón-Quijano. La Prensa, La Nación, El Mundo y Clarín la criticaban, al igual
que tres de los los cuatro vespertinos: Crítica, Noticias Gráficas y La Razón.
La Epoca era el único que a la tarde se inclinaba por el “coronel del pueblo”.
En marzo de 1946, a tres meses del primer mandato de Perón, el gobierno
dispuso la expropiación de algunas bobinas de papel prensa para “satisfacer
necesidades oficiales de orden educativo, cultural e informativo, pudiéndose
distribuir los remanentes sobre la base de un prorrateo a efectuarse entre las
empresas periodísticas que carezcan de papel”.
Al poco tiempo, el Banco Central decidió suspender el otorgamiento de
permisos de cambio para la importación de papel de diario. Un año después, en
1948, el gobierno resolvió determinar el volumen de cada publicación, con la
siguiente salvedad: “A los efectos de la limitación de páginas dispuesta no se
tendrán en cuenta los espacios destinados a la publicación de noticias,
comunicados, gráficos y fotografías provenientes de organismos del Estado”. Los
diarios bajaron a ediciones de 16 páginas y luego de 12, llegando hasta seis
páginas en 1950.
En su número del 4 de enero de 1970, La Nación recuerda aquellos años
diciendo que el periódico “conoció formas curiosas de comercialización de sus
ediciones. En las casas de departamentos, los canillitas se las ingeniaban para
alquilar cada ejemplar por horas y llevarlos paulatinamente de un departamento
a otro”.
El Multimedios P.
En su Breve historia de la política argentina, Ricardo de Tito describe que
Apold articula un sistema de control y censura de los medios. El aparato
propagandístico oficial monta un gran trust periodístico: la Cadena ALEA (que
incluye siete diarios en la Capital y sesenta y tres en el interior) y la
Editorial Haynes (que publica doce revistas y tiene quince radios que emiten en
las principales ciudades del país y ocho talleres gráficos). A principios de
1951 La Prensa, paralizada por una serie de huelgas y luego expropiada,
reaparece como organismo periodístico oficial de la CGT.
Apold se hizo cargo, a la vez, de la dirección de Sucesos argentinos, que se
exhibía en todas las salas cinematográficas del país, y en paralelo comandó la
Junta Arbitral de Exhibición Cinematográfica, la Dirección de Espectáculos
Públicos, Defensa, Difusión, Publicidad y Archivo Gráfico, y los medios de
difusión masivos y privados. ALEA, dirigido por Carlos Aloé, tuvo a su cargo
Radio El Mundo y su Red Azul y Blanca de Emisoras Argentinas, Radio Splendid y
Radio Belgrano, las agencias noticiosas Saporiti y Agencia Latina, las
publicaciones El Hogar, Selecta, Caras y Caretas, PBT, Mundo Argentino, Mundo
Infantil, Mundo Deportivo, Mundo Agrario, Mundo Radial y Mundo Atómico.
Szpolski y Gvirtz todavía tienen mucho que aprender: ALEA era una verdadera
maniobra de ‘trustificación’ oficial sostenida con préstamos de bancos
oficiales y financiada, cuándo no, por la publicidad del Estado adelantada
convenientemente. Y todo empezó con el papel.
Perdón: todo empezó el día en que
todos pensaron que aquel iba a ser, solamente, un problema de La Prensa.
©
Escrito por Jorge Lanata y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires el domingo 17 de Diciembre de 2011.