Personalismo y descontrol...
Todo es pelea en las arenas de las dos coaliciones principales de la política vernácula. Es una pelea encarnizada, que se agudiza a medida que se acerca la fecha del 24 de junio. Ese día se cierran las listas de cuya confección dependerá la suerte de la Argentina. Muchos de los allí designados accederán a posiciones de poder desde la cual regirán los destinos de nuestro país y su gente. La lucha es por esos cargos. Es una lucha sin ideas, que se libra a la vista de todos sin la más elemental empatía con la dolorosa situación que atraviesan los votantes. Eso la transforma en un transcurrir obsceno. No hay sutilezas.
Por el lado del oficialismo, Sergio
Massa combate con denuedo por anular la posibilidad de una
competencia interna a la que le teme. Afirmar lo que va a pasar dentro de
quince días es una quimera. Lo único cierto es que Massa quiere ser candidato.
Para que ello ocurra, lo que busca con desesperación es anular la posibilidad
de cualquier competencia interna. Ante lo estrepitoso del fracaso de su gestión
como ministro de Economía, se arman cada tanto, algunas operaciones en las que
el tigrense amenaza con dejar su poltrona e irse a su casa. La última tuvo
lugar el viernes pasado. Le correspondió llevarla a delante a Cecilia
Moreau –aliada estrecha de Massa– diciendo que el tigrense
estaba harto de las operaciones, y que en cualquier momento podía irse. Es
francamente paradójico que el ministro –experto en la búsqueda de acciones de
propaganda política fatua, se sienta víctima de operaciones de sus adversarios.
Los que lo conocen muy bien y, por lo tanto, lo quieren poco, descreen de cada
una de las palabras de Massa.
Es
una lucha sin ideas, que se libra sin empatía con la dolorosa
situación que viven los votantes
La única realidad es que sólo está dispuesto a inmolarse
por él. “Sergio tiene mucho que perder. Está sentado en la silla más caliente
de la Argentina y si se banca estar ahí haciendo todo lo posible porque el país
no estalle, es mejor que no le pongan palos en la rueda a su candidatura”
–aseguran en su entorno, siguiendo la misma línea. Es un mensaje directo para
el Presidente que insiste con la idea de la competencia en las PASO y se
regocija porque su mentora y ahora enemiga íntima, no tiene candidato. Mejor
dicho, lo tiene, pero Wado de Pedro no despega. ¿Será el turno de Axel
Kicillof?
Entretanto, La Cámpora continúa perdiendo poder. Sus
figuras, hombres grandes y aburguesados, están muy lejos de los pibes para la
liberación. La facción ultra-k no tiene recambio. Así lo sostuvo el propio Javier
Milei: “Cristina está profundamente enojada, porque le estamos
haciendo un desastre en los segmentos de edad más joven y les estamos haciendo
un desastre en la provincia de Buenos Aires”. Es cierto, la juventud ya no es
permeable al sueño del kirchnerismo eterno.
El PRO y No tan Juntos
por el Cambio en su totalidad, han atravesado la peor semana en
cuanto a rencillas internas y disputas de poder. “No sé si esto ya terminó;
hubo gestos de buena voluntad con el ingreso de Espert (José Luis), pero todos
esperamos que la pelea no escale a partir del lunes” –dijo no muy convencido,
uno de los armadores políticos de la coalición opositora.
Horacio Rodríguez Larreta siempre creyó que sería el
heredero natural de Mauricio
Macri. El tiempo y los desencuentros políticos y personales le
enseñaron lo contrario. El alcalde porteño comprendió que debía independizarse
de su padrino político. Eliminar a su mentor, si realmente pretende quedarse
con el liderazgo opositor.
Larreta tiene un serio problema de timing. Primero,
intentó disfrazarse de “progre” con algunas políticas y anuncios que le
pusieron los pelos de punta a su jefe. Más tarde, dio las primeras señales de
autonomía y lanzó una campaña donde aseguraba que había que unir a la Argentina
y dejar de lado la grieta. El mensaje despertó polémica: ¿sumar sectores afines
o ser “acuerdista” con casi todos? Las críticas lo obligaron a aclarar las
cosas y todo terminó oscureciendo. La puntada final fue la que desató el
tembladeral. El intento fallido para que el gobernador de Córdoba Juan
Schiaretti, un peronista clásico que supo jugar a favor del
kirchnerismo en el Congreso (aún en la quita de coparticipación a la Ciudad de
Buenos Aires), ingrese a JxC, desató la furia de Patricia
Bullrich y Mauricio Macri que ya conforman un tándem muy bien
aceitado para la campaña. La jugada no podía haber sido más inoportuna teniendo
en cuenta que, además de las tensiones internas, Luis Juez se jugará en pocos
días la posibilidad de ganar la gobernación de Córdoba como representante de
JxC ante, nada más y nada menos, que el peronista Martín Llaryora, delfín de
Schiaretti. Contradicción más grande no se consigue. En la política en general,
y la argentina en particular a nadie le cuesta mucho dejar el manual de lealtad
y buenas costumbres de lado. ¿Era la idea original de HLR ofrecerle la
vicepresidencia al cordobés, para sumar los votos necesarios en la interna y
barrer así con Patricia Bullrich y Mauricio Macri ante el crecimiento de los
halcones en el Conurbano?
Una jugada a dos bandas que también le permitiría sumar
aliados en el Congreso para la futura gestión. Rápida de reflejos –aunque igual
de intransigente– la exministra de Seguridad salió a decir públicamente que la
posibilidad de fractura de Juntos por el Cambio era sólo responsabilidad de Larreta.
Quedan pocos días para el cierre de listas y mandan los personalismos y el descontrol. No sólo faltan gestos de renunciamiento, sino que, además, a nadie se le cae una idea. Otra muestra más de que el poder enferma y enceguece. Otra muestra más de la falta de madurez política de nuestra dirigencia.
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