Historia repetida…
Cuesta
abajo, Mauricio Macri. Dibujo: Pablo Temes
Entre el no poder de Mauricio Macri y la
imprudencia de Alberto Fernández, vuelven incertidumbres pasadas.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 01/09/2019 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Déjà vu
es una expresión cuya autoría pertenece a Emile Boirac, un investigador
psíquico francés que vivió entre 1851 y 1917. Se trata de un fenómeno por el
que una persona cree erróneamente que una vivencia que sucede en el presente la
ha experimentado ya en el pasado. Se lo considera un tipo de paramnesia, que es
una distorsión de la memoria.
A
diferencia de esta definición, el déjà vu político, social y económico por el
que está atravesando la Argentina del presente no pertenece a ningún tipo de
paramnesia, sino a la más estricta realidad: todo lo que se está viviendo en
estos días se vio y se padeció anteriormente. Ese recuerdo nos transporta, no a
2001, sino a 1989. El 14 de mayo de ese año, Carlos Menem había ganado las
elecciones, y eso vació de poder la presidencia de Raúl Alfonsín. Había una
larga transición de 7 meses a la que el presidente electo dinamitó. El desmadre
económico que sobrevino dio pie a un proceso hiperinflacionario que dejó en la
ruina a mucha gente. Esa crisis forzó la entrega anticipada del poder al
presidente electo.
De ayer a hoy. Al igual que aquellas elecciones
de mayo de 1989, estas PASO han agotado de poder al actual gobierno. La
diferencia es que hoy no hay presidente electo.
El
poder es algo inasible. Las más de las veces, ganarlo lleva una vida. Perderlo,
en cambio, no. Es lo que le está pasando a Mauricio Macri. El mal resultado
electoral del 11 de agosto fue “un palazo” –como él mismo lo reconoció– de cuya
dimensión y consecuencias todavía no parece haberse dado cuenta, porque lo que
hoy está en juego no es su reelección sino la gobernabilidad. Solo un
imponderable mayúsculo –equivalente a lo que fue el cajón de Herminio Iglesias
en la elección de 1983– puede revertir el resultado primario.
Por momentos, al Presidente lo invade
el enojo. Eso lo perciben y lo sufren algunos de sus funcionarios que se
atreven a insinuar la necesidad de autocrítica del Gobierno.
Esos
funcionarios son plenamente conscientes de que el 10 de diciembre terminan. “Lo
que se palpó fue un ambiente de derrota indisimulable”, era lo que se escuchaba
el martes por la tarde en la curia metropolitana luego de la reunión de los
miembros del episcopado con Macri.
Gobernabilidad
significa llegar al 10 de diciembre sin zozobras, a fin de concretar un
traspaso del mando ordenado. Lograr que un gobierno no peronista termine en
tiempo y forma su mandato –algo que no ocurre desde 1928 con la presidencia de
Marcelo T. de Alvear– es responsabilidad tanto del oficialismo como de la
oposición.
Alberto
Fernández estuvo imprudente con sus expresiones del lunes por la noche luego de
la reunión que mantuvo en su oficina de la calle México con los enviados del
Fondo Monetario Internacional. No porque no se supieran sus posturas
divergentes sobre el acuerdo con el organismo, ni porque no le asista la razón en
sus críticas, sino por las circunstancias. Alguien le hizo entender o él mismo
se dio cuenta de ese error y por eso el martes anunció que se llamaría a
silencio. Sus declaraciones a The Wall Street Journal publicadas el viernes
hicieron añicos esa promesa. “El Gobierno está en default y lo tiene
escondido”, dijo sin tapujos. ¿El presidente virtualmente electo quiere empujar
a Macri al precipicio? ¿Es su deseo el de envalentonar a los sectores duros del
kirchnerismo que, con sed de venganza, propician el “efecto helicóptero” para
verlo al Presidente en una huida a lo De la Rúa? Debería darse cuenta de que,
diciendo estas cosas. No hace más que complicarle la vida, no al Gobierno, sino
a la gente.
El
Fondo Monetario tiene un acuerdo firmado que no existe más –voló por el aire–,
porque las metas quedaron a años luz de lo que se firmó: no se cumplieron los
objetivos monetarios, ni los fiscales, ni el de inflación, ni el del tipo de
cambio, ni el de crecimiento de la actividad económica. Entonces –sobre un
acuerdo que no existe más– no hay posibilidad de firmar otro acuerdo porque
básicamente no hay con quién hacerlo.
Temblores. La reacción del Gobierno el
miércoles fue de pánico. “Se asustaron”, describe un consultor cercano al
oficialismo porque empezaron a ver que el FMI se corría y el desembolso no
llegaba.
El mercado también había entrado en
pánico y por eso no hubo casi órdenes para renovar las Letes, hecho que obligó
al Banco Central a vender 427 millones de dólares para tratar de contener el
dólar que, así y todo, subió.
En
los mercados, los anuncios que hizo el ministro Hernán Lacunza cayeron mal. En
ese universo se asume que no hay dinero para pagar en el corto plazo y que no
existen medidas para solucionar los problemas de fondo de la economía
argentina. Nadie cree que el Congreso se ponga a trabajar con voluntad en el
proyecto de reestructuración de la deuda.
Todo esto generó en el mundo financiero más
duda de la que ya había. Hoy hay un anuncio de reestructuración sin ningún
indicio de cómo termina.
El
viernes fue un día difícil. Y mañana lunes lo puede ser aún más. En las redes
sociales abundaban los mensajes de gente decidida a retirar sus dólares de los
bancos. En las casas centrales de dos importantes entidades se vivieron
situaciones de tensión cuando varios ahorristas quisieron efectuar retiros y se
encontraron con que no había disponibilidad de billetes.
“Si esto sigue así, habrá necesidad de
pensar en un control de cambio”, dijo Julio Cobos, reconociendo el difícil
momento que se vive. Que Cobos haya hablado de esto marca el desconcierto
existente dentro del Gobierno.
Macri
no quiere oír hablar de eso. Sería para él no solo una herejía sino una
capitulación. Constituiría, además, una paradoja –no la única– que quien
comenzó su gobierno levantando el cepo termine reinstalándolo. Por eso, el
Presidente habló con Guido Sandleris para que mañana haya suficiente
disponibilidad de billetes en los bancos para satisfacer a la gente que acuda a
retirar sus dólares.
La otra
paradoja es la conducta de los mercados, esa especie de deidad a la que este
gobierno le ha rendido una pleitesía casi sacra. Son ellos los que, en los
hechos, desde el 12 de agosto pasado le vienen enviando a Macri un mensaje
claro y contundente: que no confían más en él, que su proyecto de reelección
está terminado y que el poder real pasa por lo que diga y haga Alberto
Fernández.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.
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