María Isabel Chorobik de Mariani. Q.E.P.D.
A los 94 años murió Chicha Mariani,
fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo. Donde esté, seguirá buscando a Clara
Anahí.
Se convirtió en un símbolo de la
lucha de la búsqueda de los niños robados por la dictadura. A su nieta la
secuestraron cuando tenía tres meses durante un operativo en La Plata. Había sufrido un ACV.
A los 94 años y tras más de 40 de
búsqueda incansable para encontrar a su nieta Clara Anahí, arrebatada por los
genocidas de la última dictadura cívico militar, falleció en la ciudad de La
Plata la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo María Isabel Chorobik de
Mariani. Estaba internada desde hacía diez días tras haber sufrido un ACV. La
despiden hoy desde las 7.30, en calle 7 entre 47 y 48.
Hasta el 24 de noviembre de 1976,
Chicha, un sobrenombre que llevó desde siempre y que se volvió símbolo de la
lucha por la búsqueda de los niños robados durante la dictadura, era docente de
secundario. Desde esa noche, su vida cambió para siempre: en un megaoperativo
de un centenar de represores del Ejército y la Policía Bonaerense fueron
acribillados dentro de una casa ubicada en la calle 30 al 1116 de La Plata
Diana Teruggi, la nuera de Chicha; y otros cuatro militantes de Montoneros. De
esa casa y tras ese operativo la patota se llevó a Clara Anahí, de tan solo
tres meses, con vida. Al padre de Clara Anahí e hijo de Chicha, Daniel Mariani,
los genocidas lo encontraron y asesinaron en agosto de 1977.
Para entonces, y después de recorrer
instituciones y hospitales, de hacer averiguaciones de manera individual,
Chicha comenzó a intentar ponerse en contacto con mujeres que estuvieran en su
misma situación: sin saber el paradero de sus hijos ni de sus nietos. Supo de
la incipiente existencia de Madres de Plaza de Mayo en donde encontró a Alicia
“Licha” de la Cuadra. Junto a ella y diez más fundaron en noviembre de 1977
Abuelas de Plaza de Mayo. El organismo, que la tuvo como presidenta, se forjó
al calor de la esperanza de localizar a los más de 400 bebés y niños robados en
pleno terrorismo de Estado, objetivo con el que recorrieron el mundo en
búsqueda de apoyo.
Dedicó una década a la constitución
y fortalecimiento de Abuelas, que llevaban a cabo la búsqueda de los niños
robados a pie y a pulmón: recorrían hogares y guarderías, hacían guardias en
las casas de los posibles familias de apropiadores. Lideró los caminos que las
Abuelas se abrieron hacia la posibilidad de poner la genética al servicio de la
búsqueda. En 1989 dejó la institución pero no abandonó la lucha. Creó la
Fundación Anahí, desde donde continuó andando con la esperanza siempre puesta
en poder hallar a su nieta. Dedicó su vida a esa lucha, en la que estuvo
acompañada por otras abuelas, como Elsa Pavón y Licha de la Cuadra, por jóvenes
abogadas y abogados y militantes de derechos humanos de La Plata, sobre todo.
Convirtió la casa de la calle 30,
cuya fachada continúa agujereada tal cual la dejaron los cazadores de la última
dictadura, en museo y su propia casa en el núcleo de todas las actividades que
tuvieran como objetivo central encontrar a Clara Anahí. Allí recibía cartas con
información, así como correos electrónicos. Una vez anuladas las leyes de
impunidad y comenzados los juicios de lesa humanidad no se cansó de exigirle a
los genocidas enjuiciados que dijeran lo que sabían del paradero de su nieta.
Que aportaran datos. Fue víctima en varias oportunidades de la saña con la que
represor de la Bonaerense Miguel Osvaldo Etchecolatz –responsable del operativo
en que su nieta fue secuestrada– sostuvo que sabía dónde estaba Clara Anahí,
sin aportar un dato. “Tengo esperanzas de que va a aparecer, aunque yo no la
vea”, dijo en una de las tantas entrevistas que ofreció a lo largo de su lucha.
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