Con y sin rumbo…
Ajuste perfecto. Mauricio Macri. Dibujo: Pablo Temes
Macri avanza en
su plan, pero lo esperan obstáculos. Las dudas de Massa y Cristina.
El
resultado victorioso que el Gobierno obtuvo en las elecciones del 22 de octubre
pasado fue una bisagra. El mensaje de Mauricio Macri del 30 de octubre en el CCK lo hizo explícito: había llegado el
momento de actuar y avanzar con medidas que necesitaban el envión y del
sustento político que solo podía dar un triunfo electoral. Los que saben lo que
pasa en los pasillos del poder cuentan que, a mediados de 2017, el Presidente
había recibido un documento que contenía un diagnóstico de situación de la
economía y una serie de decisiones que deberían adoptar en busca de las soluciones de fondo que
demanda la compleja realidad argentina. Aparecía ahí como tema central el
déficit fiscal y su principal efecto adverso, la inflación. Todos entendieron que ese
plan de acción se podía ejecutar luego de la elección y –para ser precisos–
solo en caso de ganarla.
Producido ese resultado,
Macri supo que no había tiempo que perder. Consciente del impacto
negativo que producirían algunas de esas medidas, actuó siguiendo las reglas
del manual: las decisiones debían tomarse e implementarse en estos meses, a fin
de aprovechar el impulso de la victoria electoral y de alejarlas lo máximo
posible de las elecciones presidenciales de 2019. “Las resoluciones más duras
las tienes que adoptar no bien comiences tu mandato”, es la frase que con
acento madrileño le dijo el rey Juan Carlos I al Presidente pocas horas antes
de comenzar su mandato. Por los hechos hasta aquí ocurridos, se ve que Macri no
olvidó el consejo y se dispuso a actuar en consonancia con el consejo del hoy
abdicado rey de España.
Como era previsible, todo esto –el recorte de las
jubilaciones y los aumentos de combustibles y transporte– ha tenido un costo
político que bien grafican las encuestas que muestran una caída de ocho puntos
en la imagen positiva del Presidente. “Pasó lo mismo con las tarifas del gas”,
recuerda una voz del Gobierno a la que Macri escucha con atención.
La economía está en el centro de las preocupaciones del
Gobierno y de la sociedad. El
combate contra la inflación es la prioridad y, como lo expresa
el bolsillo de los ciudadanos, el éxito aún queda lejos. Después del cimbronazo
que representó el desplazamiento del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, de su rol central en
la fijación de las metas de inflación, los remezones dentro del Gobierno no han
cesado. De hecho, la semana terminó con rumores que hablaban sobre la
incertidumbre existente acerca de la continuidad de Sturzenegger en el cargo.
Tan fuerte fue el rumor que hubo necesidad de que desde
el Poder Ejecutivo se desmintiera la especie. Hay una norma de la política que
dice que cuando hay que comenzar a ratificar a un funcionario es porque algo no
anda bien.
Del paquete
de medidas y leyes que el oficialismo trazó como hoja de ruta
en el citado discurso presidencial del 30 de octubre pasado, queda la reforma
laboral. La aspiración gubernamental es que esto sea tratado y aprobado por el
Congreso en febrero venidero. La realidad es que, al día de hoy, esa
posibilidad parece poco probable.
Palpitando la ley.
Lo dijo con todas las letras y en voz bien alta el senador Miguel Ángel Pichetto.
Sin la venia de Pichetto no hay ninguna posibilidad de que se aprueben las
leyes que el Gobierno requiere del Congreso. Claro que, como casi siempre pasa
en la Argentina, los imponderables juegan un papel importante en momentos
cruciales. Algo de esto ha pasado en esta primera semana del año.
El caso Balcedo se
inscribe en esa dinámica.
La cinematográfica
detención y las evidencias de una riqueza obscena de Marcelo Balcedo, secretario general del Sindicato de
Obreros y Empleados del Minoridad y Educación (Soeme) y empresario
periodístico, ha convulsionado el mundo sindical y ha puesto la lupa sobre los
turbios manejos de muchos de sus dirigentes. Ni lerdos ni perezosos, desde la
Casa Rosada han aprovechado para insistir con un proyecto que, de concretarse,
podría ser explosivo: la obligación de hacer pública la declaración jurada de
bienes de los dirigentes sindicales.
En ese universo conviven dirigentes honestos con otros que
no lo son. Esto no es novedad. Lo que sería novedoso e impactante es que
saliera a la luz la riqueza de
muchos de ellos. Esto sumado a la ley que impidiera su reelección
indefinida –proyecto que presentó y fogonea el diputado nacional Facundo Moyano– serían pasos gigantes para cambiar un
modelo de conducción sindical carente de transparencia y favorecedor de la
corrupción.
La primera semana de enero ha dejado la foto del flamante
titular del peronismo bonaerense, Gustavo Menéndez, con Sergio Massa. La foto denota una cruda realidad: si el peronismo no se une, sus chances de
triunfo son nulas. También Máximo Kirchner ha tomado nota de esta circunstancia. El principal problema existente
para ello tiene nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner. Hay cosas que no tienen
retorno.
Es difícil imaginar una mancomunión entre Sergio Massa y
la ex presidenta. El principal problema entre ambos no es una diferencia
política, de las que son naturales en ese universo de contornos muchas veces
difusos. Allí hubo algo más, mucho más: maltrato
personal de CFK, un robo en la casa del ex intendente de Tigre y
operaciones de inteligencia en su contra. Massa sabe, además, que nada tiene
por ganar y sí mucho que perder con esa foto.
Ante estas movidas, en el Gobierno, donde todos estos
movimientos se siguen con atención, alguien recordó una famosa frase de Sun
Tzu: “Nunca interrumpas a un adversario
cuando está cometiendo un error”.
Producción periodística: Santiago
Serra.
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