Cómo construir una pirámide sin deslomarse…
Herminio Fernández, gallego, jubilado y barcelonés, patenta un ingenio que
ofrece una respuesta al gran misterio de la arquitectura.
© Escrito por Carles Cols el jueves 11/05/2017 y publicado por El Períodico de la Ciudad de Barcelona, España.
Dejó dicho Gustave Flaubert que los
libros no se conciben como los niños, sino como las pirámides, a costa de
amontonar bloques de piedra unos sobre otros, una comparación magnífica, sin
duda, pero el escritor se quedó más pancho que Madame Bovary y no aclaró, ya de
paso, exactamente eso, cómo se construye una pirámide, tremendo misterio de la
arqueología desde que Heródoto (que si de rigor se trata era el Pío Moa de la
antigüedad) dejara escrita una vaga descripción sobre aquella hazaña de la
arquitectura.
Las cifras, porque no es algo que se
recuerde así sin más, como las tablas de multiplicar, hay que subrayarlas. Solo
en Keops, la mayor de las pirámides, se amontonan más de 2,3 millones de
bloques de piedra de más de dos toneladas de peso cada una. Se dice pronto,
pero ¿cómo se hace? Pues en la calle de Bou de Sant Pere (por situarla en el
mapa, a un minuto del Palau de la Música) vive Herminio Fernández Fernández,
gallego y jubilado, que no solo tiene patentado un método para construir
pirámides, sino que en el recibidor de su casa tiene un prototipo a escala de
su ‘rampa elevadora manual’, un ingenio que ya le hubiera gustado a Howard
Hawks para su ‘Tierra de faraones’.
Esta suerte de Arquímedes gallego
trabaja sin planos, pura intuición. La demostración práctica de su invento es
la monda.
Una teoría común, extraterrestres al
margen, es que los egipcios subieron los bloques de las pirámides con legiones
de esclavos a través de rampas, un disparate a poco que se hagan cuatro
cálculos de trigonometría. Una inclinación de la pendiente superior al 10%
hubiera puesto el reto solo al alcance de Obélix. De ser así, para la de Keops,
por ejemplo, la rampa habría tenido una longitud de un kilómetro y medio.
Total, que habría sido mayor y más impresionante que la propia pirámide.
Herminio
levanta 100 kilos en su 'rampa elevadora manual'.
El cuarto piso sin ascensor en el
que vive Herminio es una corta pero extenuante ascensión que invita a la
reflexión, que predispone, qué caray, a abrazar cualquier sabia solución si de
levantar kilos de peso con la fuerza de los brazos se trata. Y eso es lo que
(si hay que jurarlo por Amón, que así sea) resuelve la desconcertante ‘rampa
elevadora manual’. Herminio coloca 100 kilos de peso en la plataforma e invita
a asir por las puntas las dos palancas del invento. Un simple alehop y los
bloques de cemento suben un escalón. Se acomodan las palancas en el siguiente
diente (eso se hace en un pispás) y, alehop de nuevo. El esfuerzo es
insignificante. Es la monda. Clark Kent debe sentirse así cuando levanta en
brazos a Lois Lane.
Cual Encofrado Autoportante
En la arquitectura moderna se emplea
en ocasiones excepcionales, en rascacielos singulares, por ejemplo, un
dispositivo que parece bautizado por el mismísimo Lex Luthor, el encofrado
autotrepante. El más célebre de Barcelona fue el de la torre Agbar. Aquel
invento se abrazaba a la columna vertebral del edificio y literalmente escalaba
por ella como un niño se sube a un árbol. Cada cinco días subía un piso.
Lo que Herminio ha diseñado, sin
planos, con pura intuición de carpintero, es un puzle de madera, un conjunto de
escalones, engranajes y palancas, todo tallado a mano, que tan pronto como
ascienden las piedras se desmontan las piezas de abajo y se colocan arriba para
proseguir sin pausa la escalada. Brillante.
Nada menos que el encofrado
autotrepante de la antigüedad. Asegura Herminio que una sola persona
mínimamente en forma puede mover bloques de 300 kilos. No hace una demostración
dentro de casa porque ya la hizo tiempo atrás, con nefastas consecuencias para
los azulejos del piso. La hace en el tejado. La cuestión, en resumen, es que
asegura que una veintena de personas, cada una con su palanca, podrían levantar
al alimón un bloque de 6.000 kilos.
Plinio el
Viejo desdeñó el fin mismo de las pirámides, "trabajo en vano", dijo,
pero no dejó ni una buena pista sobre cómo se construyeron, igual que Heródoto.
Eso sirve en bandeja el debate sobre
cuántas personas eran necesarias para levantar una pirámide en un plazo
razonable de tiempo. Plinio el Viejo, que en cierto modo las menospreciaba,
decía de ellas que eran “un trabajo en vano” o, peor aún, sostenía que eran
simplemente el mezquino propósito del faraón de turno de dejar las arcas vacías
tras su muerte y fastidiar así a su sucesor, calcula que en una de las más
notables que conoció, que sitúa en Arabia, trabajaron durante 20 años unos
360.000 hombres. No estuvo allí, por supuesto, para verlo. Herminio tampoco,
claro, y en igualdad de condiciones, discrepa de Plinio.
Defiende que bastaba una plantilla
de unos 4.000 trabajadores para completar una pirámide en 20 años, y solo una
cuarta parte de ellos destinados a esa espectacular tarea de subir las piedras.
Herminio, con su prototipo
de catapulta y ballesta, un dos por uno insólito.
“No,
nunca he estado en Egipto, y no voy a ir, me da miedo el avión”, explica Herminio en el saloncito de su casa, entre ballestas de
fabricación propia y catapultas de miniatura, que, por cierto, funcionan. Este
hombre está hecho un Arquímedes.
El
lanzamiento de lápices cual flechas a lo largo del pasillo daría para otra
crónica, igual que su teoría sobre los desconcertantes conductos de ventilación
de las pirámides, de los que sostiene que son una suerte de pararrayos fallido.
Lo dicho, eso, otro día. De momento, si alguien necesita una pirámide, Herminio es su hombre.
A él
le gustaría probar su invento a lo grande. Su suerte, claro, sería ser
anglosajón, que la National Geographic Society le prestara atención, como cuando
en el 2012 le dio por financiar la demostración de la teoría Terry
Hunt y Carl Lipo de que los moais de la isla de Pascua fueron
trasladados a pie, en un gracioso paseo.
Quién
sabe, quizá algún día...
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