Tóxico asedio de
lenguaraces…
No habíamos terminado de reponernos de los
exabruptos de Juan José Gómez Centurión -su insólita negación del plan sistemático
de la dictadura para desaparecer personas-, cuando el ex juez de la Corte
Suprema de Justicia Raúl Zaffaroni arremetió, durante dos días consecutivos,
con que habría "ahorcado" al fiscal Alberto Nisman en represalia por
lo que él considera una pésima denuncia contra Cristina Kirchner por su alocado
acuerdo con Irán.
© Escrito por
Pablo Sirvén el domingo 05/02/2017 y publicado por el Diario La Nación de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El primero es un alto funcionario del actual gobierno que discute sucesivas
sentencias judiciales, desafía el más básico sentido común e ironiza respecto
del siempre discutido número de desaparecidos; el segundo, que actualmente es
miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, carece de la más
elemental sensibilidad para darse cuenta de que tampoco está nada bueno juguetear
con sorna en torno a otra muerte violenta aún no aclarada y de oscurísimas
proyecciones sobre el gobierno que Zaffaroni defiende tan incondicionalmente.
Indigna que gente adulta, con altas responsabilidades institucionales a
nivel nacional e internacional, se lance al ruedo con provocaciones absurdas y
gratuitas. Inquieta estar en manos de individuos que deciden cuestiones
trascendentales, y que pierden el equilibrio con tanta facilidad, sólo por la
vanidad de trascender con vergonzosas incorrecciones.
La incontinencia de Gómez Centurión llegó justo cuando empezaba a amainar
otra polémica, al volver el presidente Mauricio Macri sobre sus pasos y reponer
la inamovilidad del feriado del 24 de marzo, que en una primera instancia el
mandatario había dispuesto hacer móvil.
La agitación de aguas tan estancadas sirvió, al menos, para una incipiente
ampliación de ese debate en la TV y en otros medios. Desde que los fundadores
del kirchnerismo, en 2003, se abrazaron al tema como cruzados contra el
terrorismo estatal, como jamás se habían interesado antes, las nuevas
generaciones accedieron a un relato incompleto y sesgado. Aunque siempre será
mucho peor un terrorismo desatado desde el Estado, detrás de esa excusa se
escondió con premeditación el contexto de una feroz violencia política escalada
en los años 70 por organizaciones armadas de izquierda que provocaron un
sinnúmero de víctimas.
El énfasis sólo puesto en la represión y, peor todavía, su aviesa
utilización para hacer política y "maquillar" pasados nada heroicos
de la propia tropa -como el de Alicia Kirchner, funcionaria de la dictadura en
Santa Cruz o el del mismísimo Zaffaroni, que juró como juez por el estatuto del
Proceso de Reorganización Nacional y rechazó hábeas corpus en esos tiempos,
sólo por mencionar dos casos- distorsionan hasta hoy la comprensión integral de
la tragedia setentista. Con el argumento de no caer en la improcedente
"teoría de los dos demonios", que intenta equiparar la violencia
guerrillera con la represión castrense, se alimentaron odios indebidos y se
manipularon procesos y detenciones que se extienden en el tiempo sin sentencia.
Pero nadie se hace cargo de los asesinados por las "formaciones
especiales". Hasta en un reciente artículo en Clarín, Julio Bárbaro
esquiva el bulto. "Los peronistas somos una historia -escribió-, los
violentos fueron otra." Si Gómez Centurión es negacionista con la
represión castrense, Bárbaro lo es con la grave responsabilidad que le cabe al
peronismo por haber fogoneado la violencia, no sólo en dictadura, sino también
en democracia, a izquierda (Montoneros, FAR, FAP) y derecha (Triple A, Comando
de Organizaciones, tiroteos sindicales). Y sigue pendiente la autocrítica que
el justicialismo debe a la sociedad por haber construido los monstruosos
cimientos del terrorismo de Estado, entre 1974 y 1976, cuando estaba a cargo
del poder.
Sólo el presidente Raúl Alfonsín, corriendo grandes riesgos institucionales
como los que debió soportar, y que lo obligaron a revisar el plan original de
su cruzada justiciera, dispuso el juicio a las juntas y luego dictó órdenes de
captura para los cabecillas de la guerrilla peronista, y también del ERP, e
incluso para José López Rega, autor intelectual de la abominable Triple A. Su
sucesor, Carlos Menem, deshizo todo de un plumazo con los indultos, y los
Kirchner se dedicaron sólo al capítulo de la represión, más con sed de venganza
que con ánimo verdaderamente reparatorio, que reactivaron divisiones en la
opinión pública que habían empezado a quedar atrás.
Una pena que Macri al reponer la inamovilidad del feriado del 24 de marzo
no haya dispuesto consagrar uno nuevo: el del 10 de diciembre, Día de los
Derechos Humanos y del triunfo de la democracia sobre la dictadura. No costaba
absolutamente nada ya que este año caerá en domingo. Ojalá que lo haga en algún
momento y que el año que viene se anime a dar definitivamente de baja el
absurdo feriado del 24 de marzo. Será un momento más que oportuno ya que caerá
en sábado y quienes quieran seguir atando el Día de la Memoria al de la asunción
de Videla podrán manifestarse sin ocasionar grandes trastornos ciudadanos
(tampoco en 2019, ya que caerá en domingo).
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