Negacionistas: ¿para qué sirve la Historia?...
El 23 de marzo de 1944, en Roma, durante la Segunda
Guerra Mundial, un grupo de partisanos detonó dos bombas contra una columna de
policías de Bolzano (italianos germano parlantes): mataron a 28 de ellos y a
tres civiles. El comandante de la Gestapo en Roma, Herbert Kappler, decidió
hacer un escarmiento. Contó con la colaboración de Erich Priebke, a quien los
argentinos conocen pues fue extraditado desde nuestro país a Italia para ser
juzgado.
© Escrito por
Federico Lorenz el lunes 27/02/2017 y publicado en http://www.rionegro.com.ar, de la ciudad de General Roca, Provincia de Río Negro.
La represalia de las tropas de ocupación alemanas, indiscriminada,
consistió en fusilar, tomados al azar, a diez italianos por cada una de las
víctimas del ataque partisano. Los llevaron a las Fosas Ardeatinas, unas minas
abandonadas cerca de Roma, y los asesinaron y enterraron allí. Resultaron 335
víctimas porque se equivocaron en las cuentas.
Mientras ocurrían los hechos, circularon varias versiones para justificar
la matanza: que antes de proceder al fusilamiento los ocupantes alemanes habían
publicado un bando en el cual advertían acerca de las represalias en caso de
atentado contra sus tropas; que habían empapelado Roma con bandos invitando a
los responsables a entregarse. Al no hacer caso a las advertencias, ni
entregarse después, los resistentes eran los responsables de las muertes
perpetradas por las SS.
El historiador italiano Sandro Portelli demostró que, aunque falaces, estas
versiones construyeron un sentido común que funcionó como la “verdad” sobre lo
que había sucedido. Los partisanos eran irracionales (no habían escuchado la
advertencia, ni pensado en las consecuencias de sus actos) y cobardes (no se
habían entregado y habían muerto inocentes en su lugar). Pero Portelli
estableció que ese bando nunca había existido: fue un rumor que propalaron
diarios conservadores, corrió de boca en boca, y se asentó en la memoria como
verdad. En esa mentira, los resistentes eran los responsables del crimen nazi.
Todo lo contó Portelli en un libro llamado La orden ya fue ejecutada.
Roma, las Fosas Ardeatinas, la memoria.
Muchos de los que a finales del siglo XX empezamos a trabajar “temas de
memoria” (que en Argentina aún significa “la época de la dictadura y Malvinas”)
encontramos en ese libro una gran inspiración. En estos días en que con tanta
impunidad y ligereza aparecen funcionarios, políticos, intelectuales y
periodistas que impugnan lo que ya es cosa juzgada en la Argentina (el
terrorismo de Estado), lo recordé con nostalgia y alguna amargura. ¿Hay que
empezar todo de nuevo otra vez? ¿No logramos acumular conocimiento? Bastó
rascar un poquito para que apareciera allí la foja cero a la que pretenden
volver. Parecería que todo se reduce a opiniones, que no hay verdad posible, y
que lo mejor que podemos hacer es “completar la memoria”.
Es verdad que se pueden profundizar temas, mejorar explicaciones, pero
revisar la historia no es negarla. Eso lo aprendí, también, gracias a otro
libro leído en aquellos primeros años como investigador: Los asesinos de la memoria,
de Pierre Vidal - Naquet. Hijo de dos deportados asesinados en Auschwitz, este
célebre helenista se propuso demostrar que los negacionistas no solo no hacen
buena investigación histórica, sino que mienten. Desmontó los argumentos de
Robert Faurisson, un negador del Holocausto. Lo hizo con método, y de una
manera implacable, a pesar de que para ello tuvo que echar sal a sus heridas.
Superó la prueba del propio involucramiento emotivo: “aquí no se trata de
sentimientos” –escribió- “sino de la verdad.
Esa palabra, que antes pesaba, tiene hoy en día una tendencia a
disolverse”. Tal vez demasiado tajante, pero es que Vidal – Naquet supo que el
peligro era muy grande, y no se podía dar el lujo de distraerse. Los
negacionistas no quieren destruir la verdad “que es indestructible, sino la
toma de conciencia de esa verdad”. Terrible, porque esa toma de conciencia es
el momento de la decisión política, el paso previo a la acción. ¿Cómo paralizar
a miles? Golpeando “a una comunidad sobre las mil fibras aún dolorosas que la
ligan a su propio pasado”. Es un trabajo de zapa, que disfrazado de la revisión
para avanzar, paraliza, no nos deja salir de un momento fundante a partir del
horror: “se trata de privar, ideológicamente, a una comunidad de lo que
representa su memoria histórica. Henos pues obligados, en última instancia, a
probar lo ocurrido.
Nosotros, que sabemos desde 1945, henos aquí forzados a ser demostrativos,
elocuentes”. Reemplacemos “1945” por “1985”, el año histórico del Juicio a las
Juntas. Hemos construido pisos de saber, aproximaciones a la verdad (pues no
existe algo así como la verdad absoluta) pero resulta que hay quienes,
escudados en el derecho a opinar, impugnan esa verdad juzgada.
Cuando hace años leía estos textos fascinantes, atrapado en el dolor y la
esperanza de mi propio país, encontré también sentido para mi trabajo como
historiador. Escribe Sandro Portelli, el autor de La orden...: “He entendido
concretamente algo que sabía en teoría: una tradición es un proceso en el que
también la simple repetición significa una responsabilidad crucial, porque el
sutil encaje de la memoria se lacera de modo irreparable cada vez que alguien
calla. No es solamente en África donde, como decía Jomo Kenyatta, se quema una
biblioteca cada vez que muere un viejo; también en Italia, cada vez que un
antifascista calla, se quema un pedazo de libertad”.
¿Hay que empezar todo de nuevo otra vez? ¿No logramos acumular
conocimiento? Bastó rascar un poquito para que apareciera allí la foja cero a
la que pretenden volver.
Vidal Naquet desmontó los argumentos de un negador del Holocausto. Lo hizo
con método, y de una manera implacable, a pesar de que para ello tuvo que echar
sal a sus heridas.
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