Cien años atrás, Gardel estrenaba el primer tango canción
de la historia…
Carlitos. El
Morocho del Abasto lo estrenó en el entonces teatro Esmeralda, hoy Maipo, el 3
de enero de 1917. Rápidamente se volvió un éxito. Foto: Cedoc Perfil
Hasta entonces, el tango era un revoltijo de ritmos
y voces llegados de todos los rincones, que no terminaban de cristalizar en un
todo armónico. Con este éxito
nació un género universal.
© Escrito por Rubén
Tizziani, Escrito y Periodista, el sábado 07/01/2017 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El 3 de enero de 1917, en el teatro Esmeralda (hoy Maipo)
de Buenos Aires, Carlos Gardel estrenó Mi noche triste, una canción con música
de Samuel Castriota y letra de Pascual Contursi. Tres minutos bastaron en
aquella función para que un músico y un poeta, que no se conocían entre sí, y
un cantante nacido Charles Romualdo Gardes en la ciudad francesa de Toulouse,
dieran forma definitiva a un género musical que aún recorre el mundo.
Hasta entonces, el tango había sido un género amorfo, inacabado, revoltijo de ritmos y voces llegadas de todos los rincones, que no terminaban de cristalizar en un todo armónico. Como alquimistas que consiguen al fin penetrar los misterios del Opus Nigrun, Castriota y Contursi, cada uno por su lado, tomaron esos materiales híbridos e hicieron con ellos algo que antes no existía: el tango canción.
En 1916, el pianista Samuel Castriota, que solía actuar en el café El Protegido, del barrio de Boedo, estrenó un tango de su autoría que tituló Lita. Entretanto, el poeta y cantor Pascual Contursi, argentino radicado en Montevideo, se ganaba la vida cantando “a la gorra” en los cabarets. Cuando descubría una composición que le agradaba y no tenía letra, le adosaba textos suyos y la incorporaba a su repertorio. Así hizo con Lita, que bautizó con el primer verso del tango que lo haría inmortal: “Percanta que me amuraste”.
Mi noche triste condensa la totalidad de los elementos que caracterizan el tango: ese aire grave, cadencioso y dramático que todavía lo distingue y una línea argumental que alimentó el género durante más de treinta años: el triste monólogo del hombre que lamenta el abandono de la mujer amada.
Además, inauguró un “lenguaje tanguero” al introducir voces lunfardas –percanta, amurar, encurdelarse, cotorro, catrera– en un contexto de respetable nivel poético.
Esa inclusión suma fuerza y expresividad a un sentimiento del mundo que durante décadas irían a compartir varias generaciones de rioplatenses: la invencible nostalgia del paraíso perdido.
El mundo donde nació el tango. ¿En qué contexto histórico, social y económico se produjo la aparición y el desarrollo del tango?
El período 1880-1914 fue la etapa de mayor crecimiento económico del país. Entre 1880 y 1913, el producto bruto per cápita creció a más del doble, mientras que la población se multiplicó por cuatro como resultado de la inmigración masiva: de menos de 2 millones de habitantes a comienzos de la década de 1870 a más de 8 millones en 1914. En 1869, la Argentina tenía 1.737.000 habitantes, 211 mil de los cuales eran extranjeros (12,2%); en 1914, con un total de 7.900.000 habitantes, los extranjeros sumaban 2.391.171 (30,5%). Ese fenómeno fue más acentuado en la ciudad de Buenos Aires. En 1910, un 58% de los habitantes de la Capital eran extranjeros.
Con este telón de fondo, el tango dio sus primeros pasos hacia 1880, según la mayoría de los historiadores. Creció en los barrios bajos de la ciudad y los suburbios: en los conventillos de La Boca, los cafetines y postas de carreta, los corrales, pulperías y prostíbulos. En esos tugurios y barracas, tríos de guitarra, flauta y violín interpretaban ritmos primitivos y vulgares, con letrillas casi siempre procaces: Afeitate el 7 que el 8 es fiesta (en lenguaje vulgar, siete es el nombre del ano); ¡Al palo! (significa que el hombre tiene una erección); Date vuelta; Dejalo morir adentro o Dos sin sacarla (dos eyaculaciones consecutivas); Dame la lata alude a las fichas de latón con que se daba turno en los burdeles.
Amores contrariados.
Los parroquianos de esos peringundines, como se llamarían
en lunfardo, eran gauchos, orilleros, algunos negros e inmigrantes recién
llegados. La mayoría se ocupaba en trabajos rudos y modestos, aunque no
faltaban desocupados y vagabundos. Ni las prostitutas.
Los amores contrariados en los cuales el hombre es siempre víctima de una mujer veleidosa y sin corazón es un asunto que tiene en el tango un peso insoslayable. Mi noche triste –que funda literalmente el género y traza todas las coordenadas dentro de las cuales se moverá de ahí en adelante– trata, precisamente, el tema del abandono.
Tanto fatalismo impregna las mejores páginas del tango. ¿De dónde sacaron aquellos poetas la idea de que las mujeres –a excepción de las madres– eran engañadoras, desleales, y que el amor estaba, inevitablemente, destinado al fracaso? De la realidad.
Entre 1880-1930, llegaron 264 hombres por cada 100 mujeres. La única compañía femenina disponible para ese “excedente” masculino eran bailarinas, prostitutas, “alternadoras”, como decía el eufemismo de la época. Era lógico que eso originara sólo vínculos precarios, pasajeros.
Así y todo, en esa fragua se irían amalgamando los elementos que en el escaso lapso de 35 años terminarían por modelar uno de los géneros musicales más difundidos del siglo XX: el tango canción, que tiene un argumento e incorpora un universo temático digno de la tragedia griega y que, más allá de los amores fugaces y del abandono, habla del viaje, el desarraigo, la madre, el barrio, los amigos y la casa natal, el coraje, el paraíso perdido y el olvido.
Como si Buenos Aires, una ciudad que nació y creció con los ojos puestos en otra orilla, a miles de kilómetros de distancia, hubiera sido desde su creación un territorio destinado a fusionar historias, fantasías, emociones y sueños de millones de mujeres y hombres que el destino unió a orillas del río ancho como el mar.
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