No
se dirimen ideas, sólo poder…
La crisis de
AFA: discusiones por poder o poco intercambio de ideas. Foto: Cedoc
No se discute qué
fútbol queremos sino cómo salir del paso. Mientras el debate sea por cargos o cifras, nada cambiará profundamente.
© Escrito por
Gonzalo Bonadeo el domingo 02/10/2016 y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El panorama presente del fútbol argentino parece escrito por los guionistas
de un pésimo teleteatro mexicano. O argentino: pasan las horas, los días y los
meses y los conflictos siguen siendo los mismos. Los protagonistas se mueven
circunstancialmente, como si quisieran ocupar torpemente un espacio distinto en
el campo de juego y, de tal modo, no logran avanzar ni un milímetro en la
solución del conflicto.
Nosotros, hombres de medios, vivimos aferrados a la lógica de los clicks
–llámese así al equivalente al rating televisivo de las punto com– y así como
nos colgamos de la ¿polémica? entre Carlos Tevez y Horacio Pagani mientras
reducimos a la mínima expresión la proeza del seleccionado argentino de FUTSAL,
seguimos haciéndole creer al mundo que lo trascendente para el futuro de
nuestro fútbol pasa por Pérez, Moyano, Tinelli, Tapia o Marín.
La Superliga para unos y la AFA para otros solíamos decir hace poco menos
de un año, como si el destino y la solución del conflicto pasara por una
definición similar a la del “carne o pasta” arriba de un avión.
Hoy seguimos en la misma: siempre resulta más atractivo hablar de nombres
notorios –no siempre por las mejores razones– que de ideas que sirvan para
terminar con el dilema; si la AFA dejase de ser una vergüenza, deberíamos
empezar a hablar de otras cosas.
El 29 de diciembre de 2015, poco después del empate más indecoroso de la
historia de las elecciones, el diario La Nación tituló “Hubo acuerdo y las
elecciones serán el 29 de junio”. De 2016, claro. Y agregó en el cuerpo de nota
que, hasta esa fecha, Luis Segura seguiría a cargo de la presidencia. Ni hace
falta que les aclare que nada de eso sucedió. Lo que sí valdría la pena es que
los dueños de la pelota –o quienes creen serlo– nos explique a la millonada de
hinchas qué fue lo que sucedió en el camino. ¿Por qué no hubo elecciones? ¿Por
qué no siguió Segura? ¿Cuál fue la maravillosa variante que justificó que se
deshiciera el acuerdo? ¿Hubo alguna vez tal acuerdo?
Durante la última semana de junio de este año, los medios nos llenamos de
palabras explicando que, a partir de la intervención de la justicia, la FIFA
desafiliaría a la AFA. De pronto, el lunes 27 de junio nos íbamos a quedar sin
jugar ni la Copa América, ni los Juegos Olímpicos, ni las eliminatorias.
Tampoco voy a recordarle qué pasó finalmente. Lo que sí les debo recordar es
que, lejos de desafiliarnos, fue la propia FIFA la que se metió en la AFA y, de
algún modo, fecundó in vitro la creación de la denominada Comisión
Normalizadora que asumió apenas un mes después del anunciado apocalipsis que
jamás llegó. Al menos, no ése.
No caeré en la ingenuidad de ignorar que detrás de los mensajes que le
llega a la opinión pública hay una caterva de operadores. Voluntarios e
involuntarios: en la Argentina de hoy, vendemos las joyas de la abuela, el
cuadro de la abuela y las cenizas de la abuela a cambio de una entrevista mano
a mano con el Patón Bauza.
Pero a veces el tedio supera cualquier capacidad de análisis. Y tanta
mediocridad supera cualquier capacidad de resistencia al tedio.
En las últimas horas, el gran debate fue el del ascenso y una huelga que se
levantó sin tiempo suficiente para que los hinchas vean a sus equipos durante
este fin de semana. El tema, como siempre, es el dinero. Tu dinero. Mi dinero.
Cada vez que atestigüemos esta batalla berreta por un botín que ni siquiera
alcanza para tapar ni mínimamente la irresponsabilidad dirigencial, recordemos
que esa plata es nuestra. Y que el fútbol se lleva dinero que debería ser para
cloacas, para rutas, para jubilados, para pibes, para maestros, para médicos. O
para deportes que necesitan y merecen.
Desde un lado del debate te hablan de que el denominado ascenso usa mal lo
que recibe. Del otro, que los de Primera se cortan solos y no quieren que el
ascenso exista. Ambos lados prescinden de la lógica del deporte: no sólo podés
pasar de ser de un bando a ser del otro en cualquier momento, sino que venimos
de atestiguar el bochorno de diez ascensos. De tal modo, muchos de los que hoy
se amontonan en un bando pueden mañana mismo pasar del otro. Nada grave. La
naturaleza de muchos de estos dirigentes convierte tal mutación en algo menos
complicado que cambiarse de calzoncillo.
No faltan los que aprietan cuanto pueden porque consideran que la Comisión
Normalizadora actúa de acuerdo con indicaciones directas del gobierno central.
Y tampoco faltan quienes advierten que los “amuchados de la B” sólo persiguen
ventajas individuales y que el espíritu de cuerpo dura la nada misma. El falso
concepto de federalización que tiene el fútbol argentino no ayuda a
desmentirlos.
Tómese un minuto para digerir los números de las distintas competencias
oficiales, siempre teniendo en cuenta que Buenos Aires y “el Interior” tienen
certámenes específicos y bien diferenciados camino al mismo objetivo de
ascenso.
La Primera B, en la que juegan veinte equipos, es equivalente al Torneo
Federal A, en el que juegan 35. La Primera C, en la que juegan veinte equipos,
es equivalente al Torneo Federal B, en el que juegan 61. Y la Primera D, en la
que juegan 16 equipos, equivalente al Torneo Federal C, en el que juegan…
¡¡¡266!!!
Un auténtico federalismo de facinerosos. ¿Alguien puede creer, entonces, en
el concepto de Ascenso como una sola cosa? El asunto no es de ahora.
Hace apenas 15 años, Instituto y Quilmes fueron los mejores equipos de un
Nacional B de treinta equipos –¿les suena?– divididos en una zona
“Metropolitana” y una del “Interior”.
Si bien ambos equipos tuvieron el mismo destino –perdieron la promoción
ante quienes aspiraban a quedarse en Primera–, el recorrido de ambos fue
obscenamente beneficioso para el equipo del Sur del Conurbano.
No sólo Quilmes jugó 28 partidos contra 36 de Instituto, sino que, para
cumplir con su calendario, debió recorrer como visitante poco más de 1200
kilómetros en total contra casi 16 mil del conjunto cordobés. Súmenle al
desgaste físico, cuánto más cara resulto la campaña de uno respecto del otro.
Hace pocos días, un dirigente del Ascenso reflotó la idea de regionalizar
la competencia para abaratar los costos de traslado de los equipos. Ojalá la
idea incluya abaratar los costos para todos y no solamente para los de la
Capital y el Conurbano. Es saludable pensar en que a Nueva Chicago, Chacarita o
Ferro se le eviten los costos de viajar hasta Santiago del Estero. Ojalá
alguien piense lo mismo para que Gimnasia y Esgrima de Jujuy, San Martín de
Tucumán o Crucero del Norte eviten los costos de enfrentar a Guillermo Brown,
de Puerto Madryn.
En la AFA no se dirimen ideas. Sólo poder. No se discute cómo adecentar
tanta indecencia sino ver cómo ampliar la porción en la torta de influencia de
cada uno. No se debate qué fútbol queremos sino cómo salir del paso después de
la cagada que uno mismo se ha mandado.
No pregunten más qué nos parecen la Superliga, la Comisión Normalizadora o
la herencia de Grondona.
Nada cambiará profundamente si antes no terminamos con dos asuntos de una
profundidad infinitamente mayor que cualquier debate por cargos o cifras.
Por un lado, la financiación del circo por parte del Estado. No tiene
ninguna explicación que en un país con un tercio de la población debajo de la
línea de la pobreza se destine dinero para solventar los gastos del equipo de
fútbol de un club (no digamos más que se financian a los clubes, porque es
mentira).
Por el otro, los barras bravas.
Y aquí no hay mucho más que aclarar. Todo está dicho. Justamente porque nadie desde el poder quiere hablar
del asunto.
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