Aldo
Ferrer y el desarrollo industrial…
Aldo Ferrer fue parte de los economistas estructuralistas que siguieron la estela abierta por Raúl Prebisch con la publicación del Manifiesto del 49 (El desarrollo de América Latina y algunos de sus principales problemas) que desafiaba la visión neoclásica del desarrollo. Ese documento plantea la diferencia entre los países periféricos –productores primarios– y los centrales –industrializados– en la desigual apropiación de los frutos del progreso tecnológico y el consecuente fenómeno del deterioro de los términos de intercambio y abre el cauce a las corrientes heterodoxas y desarrollistas en la región.
© Escrito por
Federico I. Poli el viernes 11/03/2016 y publicado por el Diario Perfil de
la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Por esa
época, un joven Ferrer escuchaba de boca de Prebisch, en un seminario en la
Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, el desencanto con la teoría económica
ortodoxa que este ex presidente del Banco Central expresaba porque no le sirvió
para resolver los problemas que había enfrentado. Ahí aparece la necesidad de
construir una teoría a partir de estilizar los hechos de la realidad de
nuestros países. A ese conocimiento contribuiría mucho Ferrer con aportes como
La economía argentina (1963) en el que proponía una periodización de la
historia de la economía argentina y de sus dilemas, tomando como modelo los
trabajos de Celso Furtado de los 50, y su polémico Crisis y alternativas de la
política económica argentina (1980).
Creía
Ferrer en la importancia de alcanzar una “estructura industrial integrada y
abierta” que refería a una estructura económica industrial diversificada con
participación de sectores intensivos en conocimiento, abierta al mundo y al
comercio intraindustrial, contrariamente a la visión autarquizante que algunos
atribuyeron a su “vivir con lo nuestro”. Planteaba que el desarrollo económico
se alcanza a través de la competitividad, para la que un tipo de cambio
adecuado es un elemento fundamental, junto al aporte de políticas de ciencia,
tecnología, capacitación de los recursos humanos. “En la medida en que el tipo
de cambio es competitivo genera industria y ocupación, mejora los salarios reales”,
Ferrer dixit. En este sentido, defendía las retenciones como instrumento de
política económica que permitía compatibilizar, en países como Argentina, el
desarrollo de la industria y el agro, por el dilema, que tan bien formularía
Diamand, que las productividades diferenciadas introducía al manejo del tipo de
cambio.
Sabía
Ferrer que el Estado tiene un rol claro en la economía para alcanzar el
desarrollo. Siendo ministro de Economía, a principios de los 70, impulsó la
creación del Banco Nacional de Desarrollo para financiar la expansión y
reconversión de sectores industriales, las infraestructuras y la minería, y la
ley del “compre nacional” que permitía utilizar el poder de compra del sector
público y sus empresas, que representaba el 40% de la inversión total, para
apalancar sectores de complejidad tecnológica.
Afirmaba
Ferrer que “cada país tiene la globalización que se merece” porque “el grado de
desarrollo alcanzado depende de la aptitud de cada sociedad para participar de
las transformaciones desencadenadas por el avance de la ciencia y sus
aplicaciones tecnológicas”. Introduce el concepto de “densidad nacional” que
hace referencia a que la calidad de las respuestas que cada país da a los
desafíos y oportunidades que la cambiante globalización le plantea está en
relación con los liderazgos.
La última
vez que lo vi fue en Madrid, en octubre de 2012, en un seminario que
organizamos con Enrique Iglesias. Le dije a Aldo que ese día debíamos sacarnos
una foto porque no teníamos. Aceptó encantado. Lamentablemente, no lo hicimos.
El martes cuando me enteré de su desaparición, me acordé con tristeza de esa
foto que no fue.
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