Las políticas de Derechos Humanos no son invento
kirchnerista...
La política de derechos humanos fue una de las
prioridades del Gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. Foto: Cedoc
La noticia de la recuperación del nieto de Carlotto
generó autoelogios por medidas que existen hace décadas.
Es imposible no emocionarse
con las palabras de Estela de Carlotto.
Una abuela que luego de 36 años encontró a su nieto. La titular de Abuelas
sabía que había nacido en cautiverio. Durante años, los perversos servicios de
inteligencia –muchos de sus integrantes reciclados en nacionales y populares-
hicieron correr falsas historias sobre la hija de Carlotto como también de los
hijos de Hebe de Bonafini. Aún hoy, muchos argentinos reproducen tales
mentiras. La recuperación de Ignacio Hurban es un hecho histórico. A la emoción
no se la discute. Ahora bien, la
utilización política y la tergiversación de la historia, sí
merecen debatirse e incluso cuestionar.
Aplaudo que Estela haya dicho
que es un triunfo de todos, de la sociedad y que es una abuela más. Es el
discurso que la colocó en un lugar de referente por amplios sectores de la
sociedad. Esa trayectoria sólo se empañó cuando se encegueció con los gobiernos
de Néstor y Cristina Kirchner y prejuzgó
sobre los hijos de Ernestina
Herrera de Noble o se sumó a la división maniquea de la
historia, entre buenos y malos impuesta por el relato.
Ayer, uno de los peores días
para el kirchnerismo, en el que el
vicepresidente Amado Boudou estaba por sumar un nuevo procesamiento judicial, la
estrategia del gobierno frente a los fondos buitres se volvía a dar la cabeza
contra la pared, la jueza federal María
Servini de Cubría ordenaba allanar la sede de la Asociación del Fútbol
Argentino, la noticia del nieto recuperado por Abuelas de Plaza
de Mayo le venía como anillo al dedo al gobierno para tapar el sol con la mano,
al menos por unas horas. ¿El hecho no existió? Nadie duda de eso. Pero como
periodista y analizando los antecedentes que tiene este gobierno en adueñarse de
las alegrías que deberían ser de todos y en modificar la historia de cualquier
manera, creo que el
kirchnerismo comenzó a montar un nuevo capítulo a su “épica”
trayectoria de la que hacía mención el director, guionista y productor, Juan
José Campanella anteayer.
En los medios de comunicación
–críticos, oficialistas, paraestatales, liberales- los voceros del kirchnerismo
salieron en cadena nacional a festejar el hallazgo de un nieto con las
“incuestionables” políticas de derechos humanos que Néstor Kirchner
habría puesto en marcha a partir del 25 de mayo del 2003. “Es una política de
estado”, aludiendo a la recuperación de nietos, decía el diputado nacional Juan Cabandié que frivolizó su propia
historia chapeando a una agente de tránsito con su pasado en el
que “se bancó la dictadura”.
Lo hizo para evitar pagar una multa. La frivolidad
política no es sólo un defecto de Martín Insaurralde. Hace dos años le pregunté
sobre los hijos de Ernestina y los manejos espurios de la Fundación de Bonafini
al ex diputado nacional Juan Carlos Dante Gullo.
El histórico dirigente me contestó: “Estamos buscando nietos, ¿entendés?
Nietos. Yo tengo a mi madre desaparecida. Entonces no se puede cuestionar esas
cosas”. Cuando le recordé que no era yo el que compartía la mesa con un
“cómplice de la dictadura” como Héctor Magnetto,
Gullo le echó la culpa a los “tiempos” de la política.
En medio del canto de sirenas
del relato oficial, en las redes sociales, decenas de fanáticos me exigían
dejar de dar malas noticias y que me
rectificara de haber titulado a mi libro anterior. “El negocio de los derechos humanos”
es una espina que, más de uno, tiene clavada. Como si fuese el flautista de
Hamelin, uno de los referentes del Partido Justicialista en la ciudad, repasaba
en televisión los “logros” del proyecto nacional y popular en materia de
derechos humanos. Vale recordar que ese partido político, impulsaba la amnistía
a los militares. Cristina fue uno de los millones de argentinos que votó esa
propuesta.
Y para algún desmemoriado habría que decir que el Banco
Nacional de Datos Genéticos fue creado en 1987. En 1992,
durante el gobierno de otro justicialista –mal que les pese a muchos- Estela de
Carlotto disfrutó de un té con masitas en Olivos junto con Carlos Saúl Menem.
Por ese entonces, el ex presidente había firmado los indultos a los militares y
a los líderes de las organizaciones guerrilleras. Carlotto le entregó un
petitorio a Menem con varios puntos, entre los que se incluían la colaboración
del gobierno en la búsqueda de los nietos, la creación de un organismo
específico –lo que sería la CONADI- y la difusión de sus tareas. Menem aceptó
sin chistar. Todos se sacaron fotos sonrientes, junto con otras 50 personas,
entre ellos, varios periodistas influyentes de esa época.
Lo acompañaban
Claudia Bello y el polémico Ministro del Interior, José Luis Manzano, actual
empresario de medios cercano al kirchnerismo. El dato demuestra que no sólo
este gobierno quiso y entabló relaciones con los referentes más importantes de
los organismos de derechos humanos. Por otra parte, confirma que la política de derechos humanos, con
sus idas y vueltas, no comenzó con el kirchnerismo. Para los
lectores menores de 30 años, en la Argentina se realizó un histórico juicio a
las Juntas Militares. A la actual Presidenta no se le conoció participación
alguna en el hecho. Pero, es posible, que durante el 2015, el ministro de
Defensa, Agustín Rossi, encuentre la participación secreta de los Kirchner como
ideólogos del juicio.
¿Qué es una política de
estado en materia de derechos humanos? En la práctica sería algo así como
hablar de política ferroviaria y tapar
la corrupción y la tragedia del 22 de febrero del 2012. Es como
llenarse la boca con los pueblos originarios y abrazarse con Gildo Insfrán. O
confiar en que la Presidenta se hizo millonaria, de la noche a la mañana,
porque es una abogada exitosa que participó en dos o tres juicios en su vida.
El relato tiene una extraña manera de calificar a los derechos humanos. El
mismo día en que se adueñaba de la felicidad que significa encontrar un nieto
más, se ordenaba extraer pruebas de ADN a un hijo del gobernador tucumano, José Alperovich.
La memoria, verdad y justicia
para saber quién asesinó a Paulina Lebbos en
febrero del 2006, es más lenta que la tortuga Manuelita. El encubrimiento por
parte del poder político y judicial tucumano que ha denunciado su padre,
Alberto, en ocho años, no tuvo eco en Casa Rosada ni provocó que nadie se
pusiese colorado. Hasta hace poco, la senadora y esposa de Alperovich, Beatriz Rojkés,
era la tercera en la línea sucesoria de la Presidenta. El 9 de julio del 2013,
Lebbos intentó dejarle una carta a la Presidenta. No pudo. El gas pimienta de la
policía local le nubló la vista. Es la mirada maniquea de los derechos humanos
que esboza el relato oficial. Derechos humanos que convirtió en una sociedad
anónima y en negocio privado expresado en el trunco programa de construcción de
viviendas, Sueños
Compartidos.
Las causas nobles y justas
trascienden a los gobiernos. La Presidenta es capaz de creer que San Martín
cruzó los Andes gracias a ellos, que los goles de Messi surgieron de su ingenio
y que el mundo se nos cae encima porque no se bancan que tengamos un modelo
económico y productivo exitoso. Algún
trasnochado, avalado por el oficialismo, confundirá la histórica noticia de
ayer con un supuesto mérito de este gobierno. Cuando baje la
espuma de las olas del mar, la Argentina seguirá igual. Con inflación,
inseguridad, recesión económica, una sociedad intolerante y dividida, y con un
gobierno que está escribiendo sus últimas páginas para reinventarse fuera del
poder y la caja estatal. Serán tiempos de contrahegemonía y de resistencia
“revolucionaria”.
© Escrito por Luis Gasulla, autor de
El negocio de los derechos humanos, el Domingo 03/08/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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