Sin políticas
de Estado…
La semblanza de la sospecha. Dibujo: Pablo Temes.
El accidente en
Once y las sombras de los narcos reflejan temas cruciales que no se toman en
serio. ¿Hasta cuándo?
En Olivos, la Presidenta cursa su convalecencia sin
ninguna complicación. Es una muy buena noticia. Nada de diarios, nada de noticieros,
nada de problemas para Cristina Fernández de Kirchner, orden médica que sus
hijos Florencia y Máximo se encargan de hacer cumplir a rajatabla. Por eso no
se le informó sobre el nuevo accidente ferroviario ocurrido ayer en Once. Y
estuvo bien que así haya sido. La ausencia pública de la jefa de Estado, unida
al natural impacto que produjo su enfermedad, le ha reportado una mejoría a su
imagen ante la opinión pública. Es una mejoría que le ha traído algún beneficio
mínimo a Martín Insaurralde. El intendente de Lomas de Zamora y primer
candidato a diputado nacional por el FpV en la provincia de Buenos Aires lucha
a brazo partido para revertir un resultado que lo deja al kirchnerismo sin
futuro de poder.
En realidad, la campaña se la ha cargado sobre sus
espaldas Daniel Scioli. El gobernador bonaerense, hasta ayer nomás denostado
por el kirchnerismo, está haciendo lo imposible por remontar una cuesta
difícil. Y ahí va, entonces, de inauguración en inauguración de muchas obras ya
inauguradas y de anuncios y promesas, algunas de ellas de dudosa concreción.
Así, Scioli ha pasado de ser un traidor vapuleado desde el círculo áulico que
rodea a la Presidenta a un leal de toda la vida. Nunca más cierto aquello de que
la necesidad tiene cara de hereje.
En este derrotero de una campaña tan pobre como
tantas otras del pasado, el gobernador no ha dudado en adherir al sistema de
premios y castigos que el kirchnerismo usa con quienes no le son adictos. Eso
es lo que se está viendo, por ejemplo, con la distribución del personal de
Gendarmería asignado a realizar tareas de policía. Para los municipios K hay
mucho; para los otros, la nada misma.
En el medio de esta lucha apareció el video de Juan
Cabandié del que ya no se sabe cuántas versiones hay. Atravesados por ese
fárrago del vale todo, lo que sí se sabe es que hay cuatro hechos ciertos: la
frase “yo me banqué la dictadura” pronunciada por el legislador porteño como
estandarte de un pretendido escudo de indemnidad –la palabra justa es
impunidad– según el cual en nombre de ello la persona se siente con derecho a
estar por arriba de todo y de todos; la utilización de la palabra “correctivo”
para sancionar a la agente municipal que estaba cumpliendo su trabajo, concepto
que retrotrae al lenguaje siniestro de la dictadura; el llamado a Martín
Insaurralde, primero negado, en busca de una protección de privilegio; y el
hecho de que a la agente Belén Mosquera la echaron.
En el Gobierno se enojan porque es evidente que
quien acercó el video a los medios lo hizo con la intención de dañar la
candidatura de Cabandié y complicar, a la vez, la de Daniel Filmus. ¿No hizo el
Gobierno lo mismo con Francisco De Narváez en la campaña de 2009 con una
denuncia por medio de la cual intentó vincularlo a la ruta de la efedrina y al
triple crimen de General Rodríguez? La diferencia es que en el caso de De
Narváez la denuncia resultó ser falsa mientras que en el caso de Cabandié, el
hecho existió. Y ahí está el problema para el kirchnerismo.
El accidente en la estación de Once desnudó otra
vez el estado de precariedad de los ferrocarriles. Como siempre, el oficialismo
ha salido a victimizarse y a culpar a otros. Otra vez, pues, se ha desempolvado
la hipótesis del complot. Lo que no llega a comprender el Gobierno es que el
deterioro del servicio es una penuria que los pasajeros padecen todos los días.
Según narraron varios pasajeros, el tren que ayer siguió su marcha venía
teniendo problemas de frenado en varias estaciones. ¿Nadie avisó de esto? Por
otra parte, y siguiendo la teoría conspirativa oficial, cabe preguntarse si el
Sarmiento está tomado por un grupo de maquinistas suicidas a los que el
Gobierno no puede controlar o es que está copado por un grupo de saboteadores
que se mueven impunemente por sus talleres sin que nadie los pueda identificar.
¿No será, tal vez, que muchos de los anuncios de mejoras en el Sarmiento son un
bluf?
Otro hecho grave de la hora estuvo dado por el
atentado que sufrió en su casa el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti. Le
tiraron a matar y, de hecho, lo pudieron haber asesinado. El origen de este
acto propio de sicarios es uno: el narcotráfico. A los pocos días apareció una
amenaza contra la vida del mandatario provincial. Si a este episodio le sumamos
el hecho que se produjo en Córdoba, con el desbaratamiento aún en curso de
investigación de una red de narcopolicías, tendremos la idea cabal e
inquietante del avance vertiginoso del narcotráfico. La reacción del gobierno
nacional, intentando utilizar el atentado para dañar la imagen de Bonfatti, ha
sido la peor posible. Parece mentira que no haya desde la Casa Rosada una
comprensión de la dimensión de este problema, que exige un trabajo codo a codo
y sin fisuras de toda la dirigencia política. Es esta una cuestión primordial
que debería generar políticas de Estado consensuadas y sostenidas. Si esto no
se logra, nuestro país corre el riego serio de quedar a merced de estas bandas
de mercenarios y sicarios. Es lo que ya ocurre en varios lugares en los que la
ausencia del Estado es creciente, y como tal, ominosa. No hace falta irse lejos
para comprobarlo.
Basta escuchar los testimonios de los curas
villeros que, con sus conductas heroicas y en soledad, son el único freno al
accionar de esas bandas que se saben impunes y que, de prosperar, harán de la
Argentina un lugar invivible.
¿Tan difícil es darse cuenta de ello?
Producción periodística: Guido Baistrocchi.
©
Escrito por Nelson Castro el domingo 20/140/2013 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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