domingo, 14 de julio de 2013

Lo insustancial, CFK y Sergio Massa... De Alguna Manera...


Insustancial…


“Cristina Kirchner subestima a Sergio Massa como una verdadera amenaza. Cree que la picardía política del intendente es proporcional a su falta de sustancia” (de la columna “Cristina, entre encuestas y dólares”, de Damián Nabot, el domingo pasado en Perfil). 

Probablemente la Presidenta tenga razón acerca de la insustancialidad de Massa, entendiendo por sustancia de la política la ideología. El mejor ejemplo es la estrategia comunicacional de Massa como flamante candidato: fue al programa de Alejandro Fantino (se llama Animales sueltos) y aspira a ir al de Susana Giménez.

No exponerse a responder preguntas de periodistas políticos es una señal. Hay quienes ven en esa actitud de Massa inseguridad y vacío: no sabría qué responder. Y otros lo interpretan como una demostración de fortaleza: no precisa mostrar su sustancia para ganar.

Pero tenga o no Massa sustancia, la insustancialidad de lo que Massa representa se plasma en su ambigüedad ideológica sin importar que sea el resultado de una elección o una limitación.

¿Cómo alguien tan insustancial llega a ser el político con mejor imagen y mayor intención de voto de la Argentina? La perplejidad surge de la idea de mérito, de justificación, de sustancia traducida como virtud. Cristina Kirchner quedó apegada al planteo clásico de la esencia: para Platón, sólo es lo que se encuentra en el mundo de las ideas, lo sensible no tiene ni esencia ni existencia, es pura apariencia; o sea, Massa.

La política electoral es relacional, es como el poder, reducible a una cuestión de posición. 

Las representaciones electorales son como las representaciones lingüísticas. Lo que une la representación con lo representado es arbitrario y convencional.

Tomando la representación política como el significante y lo representado como el significado, se podría apelar al texto canónico Curso de lingüística general del suizo Ferdinand de Saussure, quien sostenía que en la lengua “no había que prestar atención a lo sustancial, a lo sustantivo sino, por el contrario, sólo a lo relacional”.

Saussure funda la lingüística moderna al romper con el enfoque clásico de pensar al signo en relación con aquello que representa, simplificadamente: ningún lazo natural los une.
 
Para Saussure, “el significante lingüístico es incorpóreo, está constituido no por su sustancia material sino exclusivamente por las diferencias que lo separan (de los otros)”.

La lingüística de Saussure se transformó en la disciplina guía del estructuralismo, influenciando múltiples campos (la cultura es un lenguaje), como en la antropología a Lévi-Strauss, cuya teoría de la alianza se basa en el intercambio de símbolos. Todos los fenómenos culturales, desde el arte hasta la política, son sistemas simbólicos de oposiciones binarias.

La significación, dice Saussure, no sale del elemento aislado y de su idea representada, el valor es el resultado de la interdependencia de una significación con otras significaciones que emana de la presencia de cada uno de los elementos dentro del sistema (por ejemplo, hoy Scioli más K que nunca).

Uno de los grandes teóricos de la posmodernidad, Fredric Jameson, calificó a nuestra época como “la tendencia saussureana de sustituir sustancias por relaciones”.
 
En su Curso..., Saussure escribió: “Para determinar el valor de una moneda de cinco francos, poco importa el elemento tangible que le sirve de soporte (hoy reservas en dólares), hay que saber que se la puede trocar por una cantidad determinada de una cosa diferente” (el pan de $ 10 de Moreno, por ejemplo).

El valor de un elemento de un sistema no es el propio fuera de contexto sino en relación con otros elementos con los que comparte el sistema. Lo determinante es el lugar que el elemento ocupa en esa red de relaciones, y nunca es el resultado solitario del elemento sino de la copresencia de todos los demás con los que se relaciona.

Lo único esencial es la relación, nunca el elemento, y esa relación nunca puede ser creada ni modificada sólo por el individuo. “El valor de cada uno de los signos –decía Saussure– es el resultado de la presencia simultánea de los otros”.

Massa no representaría lo que representa si el oficialismo y la oposición previos a su surgimiento no hubieran creado la demanda que Massa viene a representar. “Los valores se definen en oposición a otros valores del mismo sistema y al campo asociativo basado en relaciones de semejanza”.
 
Massa, como significante de la ambigüedad, remite a un concepto multidimensional, a una representación colectiva, donde –parafraseando al semiólogo Christian Metz– “la (in)inteligibilidad del objeto (Massa) se convierte a su vez en objeto”.

Umberto Eco escribió: “La imprecisión, la debilidad y la incompletud no impiden que se hable de código, a lo sumo se hace ambigua la significación y difícil la comunicación”.
 
Massa es signo del vacío político que lo creó. Es, fundamentalmente, producto de Cristina Kirchner, que eligió a un “insustancial” para ser su primer jefe de Gabinete no heredado.

La insustancialidad es un signo de época. No sólo es un atributo de Massa: también lo es de Scioli y de Macri, los tres principales candidatos actuales a presidir el país en 2015.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 12/07/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 

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