Diciembres...
Los saqueos de ayer
(“robos organizados”, según arrancaron en calificar los zócalos de los canales
de noticias adictos al kirchnerismo) mostraron, una vez más, cómo frente a un
mismo hecho cada uno ve lo que quiere ver. Todos los gobiernos, tanto el
nacional como los provinciales y municipales donde se produjeron saqueos –esto
alineó a Abal Medina, Scioli y Massa–, coincidieron en negar que se tratara de
hechos espontáneos sino de “algo orquestado”. El kirchnerismo atribuyó los
saqueos a Moyano, a un sector de ATE y a Gastronómicos. En Bariloche, a las
internas políticas de Río Negro alrededor de Pichetto y el gobernador
Weretilneck. Además, hubo saqueos en decenas de localidades. El diablo es uno
solo pero tiene mil rostros, decía la Iglesia medieval.
Ese pensamiento responde
a las necesidades de quienes gobiernan: “Yo no tengo la culpa”, “no es por
hambre o necesidad”, “son marginales, delincuentes, vándalos”; pero nunca “el
pueblo”, como sí habría sido en 2001.
Al revés, y también en
sintonía con sus necesidades, los opositores sostienen que los saqueos
demuestran que hay mucha pobreza y que la economía del Gobierno fracasó. Pino
Solanas, quien además de líder del FAP fue director de la película Memoria del
saqueo (por el de 2001), opinó que “cuando se niega la realidad, se producen
estos estallidos (por los de ayer); más allá de que detrás de los saqueos
pudiera haber alguna intencionalidad política, esta clase de manifestaciones,
como las que se produjeron en 2001, tiene profundas causas sociales porque hay
gente que está empujada por la necesidad”.
No es verdad que haya
sido sólo pueblo hambriento en 2001; hace 11 años también se robaron
electrodomésticos durante los saqueos. Ni tampoco, como sostiene el Gobierno,
que hayan sido sólo vándalos los que ayer y anteayer asolaron supermercados de
todo el país.
El dilema del Gobierno es
que puede encarcelar a “vándalos” pero no puede reprimir al “pueblo” sin que su
discurso caiga en una contradicción mortal. Nuevamente, otro esfuerzo semántico
del Gobierno. Si se repitieran estos hechos, tendría que resignificar el año
2001.
Algo similar sucedió en
otro diciembre, el de 2010, con la ocupación del Parque Indoamericano: en
aquella oportunidad, la culpa fue atribuida a activistas del Frente Darío
Santillán. Pero ahora se produjeron saqueos en tantos lugares que obligan a
conjeturas más complejas que echarles la culpa a los dirigentes sindicales que
realizaron la movilización a Plaza de Mayo el miércoles pasado y el paro un mes
atrás.
Más allá de que las
condiciones sociales y políticas son totalmente diferentes a las de los países
de la Primavera Arabe, no puede subestimarse la importancia que tienen los
celulares y las redes sociales a la hora de promover y luego coordinar acciones
masivas (más aun en las violentas que en las pacíficas), herramientas que parcialmente
no existían en 2001 o no estaban disponibles aún para los sectores de menos
recursos. Hoy es mucho más fácil producir contagio viral y se precisa menos
caldo de cultivo para una reacción en cadena.
Esto no quita sustento a
la idea de que los saqueos fueran promovidos por una vanguardia de activistas
que abrieran el camino para que todos los demás se animaran. También en la
pacífica manifestación anti K del 8N hubo organizadores y promotores, pero la
convocatoria no habría sido tan masiva si no hubieran existido otras causas
concurrentes. Dos sectores de niveles sociales muy diferenciados y formas aun
más distintas de actuar que comparten celulares y redes sociales para
organizarse, y movimientos sin líderes.
Efecto contagio. Otro
factor es la imitación sin costo. Personas que ven por televisión que sus
vecinos están robando y la policía no los reprime se suman a los saqueos. Los
expertos en seguridad explican que la mente de quien delinque hace cálculos
como si fuera un comerciante: pondera costos y beneficios. Si el riesgo de
robar fuera cero, la proporción de la sociedad dispuesta a robar sería
muchísimo más alta. Las penas en todos los sistemas disciplinarios tienen como
destinatario no sólo al castigado sino también a quienes, observándolo, reprimen
su impulso delictivo al ver los riesgos que deben soportar.
Aquí, el Gobierno
enfrenta uno de los núcleos duros de la ideología: quienes creen que si no
hubiera necesidad prácticamente no habría delito, y quienes creen que si no
hubiera castigos siempre habría muchos robos sin importar la abundancia de que
se disfrute.
La barra brava de Boca,
durante la manifestación por “el Día de La 12” en el centro de la Ciudad de
Buenos Aires hace pocas semanas, también aprovechó la masividad para saquear
comercios y lo que encontraba a su paso. Ahí, la culpa se les atribuyó a Macri y
la Metropolitana por dejar una “zona liberada”. Pero la cuestión de fondo es la
misma. Thomas Hobbes, el famoso filósofo autor del Leviatán, sostenía que el
hombre es el lobo del hombre y que sin el monopolio de la fuerza por parte del
Estado la guerra de todos contra todos es inevitable.
El lobo es inspirador de
varias metáforas; la otra es la de la fábula de quien, para preocupar,
anunciaba falsamente que venía el lobo, para que cuando viniera de verdad nadie
le creyera. Cada vez que un hecho con reminiscencias de 2001 irrumpe, el masivo
cacerolazo del 8N o estos masivos saqueos, quienes no quieren al Gobierno
pronostican el comienzo del fin del kirchnerismo, y luego las situaciones se
distienden y nada cambia. Ojalá que el lobo verdadero no venga nunca más y
encuentre a la democracia descreída.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el sábado 22 de Diciembre de 2012.
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