Diagnóstico y remedio…
PRIMERO,
AUXILIO. Cristina Fernández de Kirchner. Dibujo: Pablo Temes.
Kirchneristas y ex, dentro y fuera del
Gobierno, marcan errores y esperan decisiones de Cristina. Escenario opositor.
El discurso extremo, que identifica a
grupos críticos con su peor sector, puede valer para la tribuna propia, pero
produce contraindicaciones severas. Meter a todos los asistentes a las
manifestaciones del 8 de noviembre en la misma bolsa que Cecilia Pando es un
error de análisis, amén de una táctica boomerang.” “El error de diagnóstico
aleja o enfada a los no encuadrados o dubitativos y, a menudo, a quienes
‘balconean’ desde afuera.”
Es infrecuente que desde una columna de un
diario se recomiende la lectura de un “competidor”. Pero el valioso texto del
comienzo pertenece a Mario Wainfeld y fue publicado el domingo pasado en Página
/12 bajo el título de “Sanguchitos y política”. Se trata de un trabajo que
coloca en el “ágora”, como le gusta decir a él, un debate que hierve casi
clandestinamente entre los cuadros con más historia dentro del peronismo. Son
los que apoyan con toda lealtad a Cristina, pero ven con preocupación el
creciente sectarismo de la Presidenta y el consecuente desembarco como
funcionarios de jóvenes que en muchos
casos tienen como única virtud la de pertenecer a la agrupación que lidera (¿)
Máximo Kirchner.
Nadie podría acusar a Wainfeld de ser un
gorila destituyente. Todo lo contrario, es uno de los analistas que mejor
defienden al Gobierno porque se permite ciertas disidencias aunque sean
escritas con prudencia, algún eufemismo y sin responsabilizar jamás a Cristina
de esas fallas. De hecho, cuando señala a los autores materiales del “discurso
extremo y los errores de diagnóstico” apunta a “ciertos bastiones oficialistas”
que no comprenden que “a veces la épica o la voluntad de hacerse cargo de
conflictos inherentes a la lucha política se confunde con carecer de aptitudes
para la negociación, la articulación, los canjes lícitos. O de ciertas
destrezas más sutiles, como trabajar a los adversarios por líneas internas. En
ciertos bastiones oficialistas se lee eso como fuerza, cuando puede ser una
debilidad o una falta de ductilidad, cuando menos”.
La columna funciona como un resumen de lo
que pude recoger hablando con peronistas que no descubrieron a Perón hace cinco
minutos, como Amado Boudou o Beatriz Rojkés, quienes sólo le han aportado
dolores de cabeza al Gobierno y que fueron designados por la propia Cristina en
los dos lugares institucionales más importantes abajo de ella. Cristina carece
de olfato para elegir a sus colaboradores. Tal vez su mayor pecado sea
privilegiar demasiado la obsecuencia por sobre los méritos.
Wainfeld, en su estilo prudente, también se
mete con los cambios de gabinete que en voz baja muchos kirchneristas reclaman.
Dice el periodista que “quizá sea el momento de analizar si es necesario
renovar elencos, manejar más recursos políticos”.
Es curioso pero es posible encontrar este
pensamiento crítico en ambas orillas. Los que están afuera del kirchnerismo y
fueron ministros como Roberto Lavagna, Alberto Fernández o Alberto Iribarne
piensan parecido a los que callan porque están adentro: Carlos Tomada,
Florencio Randazzo, Julián Domínguez. Jamás lo dirán, pero todos ellos,
genéticamente peronistas, se sienten más cerca entre sí que con los recién
llegados de La Cámpora o sapos de otro pozo como Héctor Timerman o ex
funcionarios de la Alianza, como Nilda Garré y Juan Manuel Abal Medina. La
clave, por ahora indescifrable, es por qué Cristina confía más en los amigos de
sus hijos que en esos dirigentes históricos. Y la gran pregunta es si a medida
que se acercan las elecciones de medio tiempo, finalmente con pragmatismo, va a
abrir sus puertas para todos o va a profundizar el aislamiento.
Mario Wainfeld en su nota pone como ejemplo
a uno de ellos. Rescata “la vocación de diálogo” de Julián Domínguez y “una
capacidad de contactarse con el adversario no siempre visible en el
oficialismo”. Recuerda los elogios de sus pares a la hora de reelegirlo al
frente de la Cámara de Diputados y las buenas relaciones que supo tejer con los
productores agropecuarios cuando fue ministro del área, después de la guerra de
la 125. Eso no lo convierte en un traidor a Cristina ni en un kirchnerista de
paladar negro, es según el columnista “un conservador popular con agenda
actualizada”.
La columna desborda observaciones críticas
(siempre respetuosas y en lenguaje casi académico) ya planteadas por otros
periodistas (tal vez en forma más insolente y descarnada), fusilados mediáticamente por el aparato
propagandístico K.
La rigidez dogmática, la desmesura épica
que pretende ocultar ineficiencias y actos de corrupción, la falta de cintura
para cortar menos grueso en los conflictos y aislar a los grupos minoritarios (
como los de Cecilia Pando, por ejemplo) son situaciones que siempre estuvieron
en el ADN peleador de Néstor, pero que Cristina elevó a la enésima potencia y
lo transformó en goles en contra. La Presidenta pierde el rumbo porque no
encuentra la única respuesta que la tranquilizaría, que es la manera de
autosucederse en el poder. Su furia, muchas veces sólo le sirvió para unir en
la otra vereda lo que estaba dividido: Magnetto y Lanata; Moyano y Patricia
Bullrich (en la mesa de diputados esta semana); Biolcati y Buzzi; Barrionuevo y
Micheli (en la marcha que viene), Binner y Macri (el lunes en la UCR); y hasta
Majul y Wainfeld, cuando en su nota dice que “la demanda del titular de la
AFIP, Ricardo Echegaray, contra los periodistas Matías Longoni y Luis Majul es
algo peor que un error de manejo. Es una conducta intolerable e incongruente en
un gobierno que despenalizó las calumnias e injurias”.
La mirada de Wainfeld es un buen termómetro
de lo que está ocurriendo en las entrañas del peronismo, dentro y fuera del
poder. Planteó que “no todos los que pararon el 20 de noviembre ‘son’ Hugo
Moyano o Luis Barrionuevo o Gerónimo Venegas. No todos sus reclamos son
absurdos, no todos son irrecuperables políticamente. Tratarlos de ese modo, así
fuera en el discurso, resta en vez de sumar”.
Todos los caminos conducen a Roma. O a ese
empeño en achicarse con alegría que suele exhibir el oficialismo. Los
convencidos, o las minorías intensas, sirven para potenciar la mística, pero no
para ganar elecciones y menos para administrar un gobierno. El infantilismo
revolucionario ya parió un fracaso generacional feroz y una tragedia horrorosa.
En la legendaria revista Unidos, que dirigía Chacho Alvarez, el mismo Mario
Wainfeld (ambos de la JP Lealtad, en su momento) escribió en diciembre de 1985
que los Montoneros se fueron del peronismo “porque al pasar a la
clandestinidad, el 6 de septiembre de
1974, abandonaron la lucha de masas para convertirse en un movimiento elitista
que no representaba a los sectores populares”. La misma soberbia pero sin
armas.
© Escrito por Alfredo Leuco y publicado en
el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 16 de
Diciembre de 2012.
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