El odio
no se derrota en las urnas…
El oficialismo espera que un triunfo
de Hugo Chávez le permita profundizar la revolución que cree estar
protagonizando.
La
oposición imagina que una victoria de Henrique Capriles reabrirá las puertas
del republicanismo hoy clausurado. El riesgo es que, gane quien gane, Venezuela
se hunda por un tiempo en crisis superiores a la presente . Si gana
Chávez, es difícil que pueda terminar su mandato. El cáncer es una bomba de
tiempo que está haciendo tic tac. La sucesión será litigiosa. Ya hay una lista
de presuntos herederos: Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Elias Jaua. Ninguno
sería reencarnación de Chávez. Para serlo debería acaudillar multitudes, tener
al ejército en un puño e impedir que a su lado creciera la hierba.La crisis
post–chavista dejaría a Venezuela sin conductor y sin instituciones.
Es
difícil imaginar la resolución de la virtual anarquía, pero hay algo indudable:
la solución no vendría rápido ni sería indolora. Si Capriles le gana a Chavez, el
país no pasará de un régimen de masas a una república ortodoxa . Los años
de chavismo han partido en dos a la sociedad venezolana, dejando a cada lado
pasión y desenfreno. No hay allí competencia: hay odios. La supuesta derrota de
Chávez le quitaría el poder (si él no quisiera conservarlo a como diese lugar)
pero no le arrebataría, mientras viviera, el liderazgo de los supuestos
cruzados contra el imperialismo, la oligarquía y una clase política tan
perversa como corrupta.
Por
eso Chávez es Chávez: porque se convirtió en el aparente redentor de
innumerables venezolanos que creen vivir en Somalía, en medio de una
sociedad que cree estar en Kuwait. Él no terminó con la pobreza, ni la redujo
notoriamente. Pero le dio identidad a los pobres e hizo que identificaran a sus
presuntos enemigos.
Esto
no termina con una elección. El odio no se derrota en las urnas.
Venezuela
ya no es aquella en la cual un día ganaba la socialdemocracia y otro día la
democracia cristiana, sin que nada se alterase. No es, tampoco, la Venezuela a
la que emigraban argentinos; unos para encontrar empleo, otros para salvar el
pellejo.
Hoy
la Argentina es un espejo
de la confrontación que hay en la sociedad venezolana. Chávez no organizó
“vuelos de la muerte” para arrojar rebeldes al mar. Sin embargo, es considerado
un dictador por argentinos que apoyaron a Jorge Rafael Videla. Chávez no es
como Fidel, que cambió el paisaje social de Cuba. Sin embargo, es considerado
un revolucionario por argentinos que no van más allá de un folklórico
populismo.
Esta
noche, habrá en la Argentina quienes celebren el triunfo del “modelo” o el fin
de la “tiranía”.
Ni
modelo ni tiranía,
Chávez ha sido (y acaso siga siendo) un reformista retórico y un autócrata
contenido. La oposición es un frágil mosaico de ricos a la defensa y demócratas
convencidos. No es que Venezuela esté condenada. Las sociedades siempre
encuentran una salida. El derrumbe de la Unión Soviética probó que ni siquiera
una superpotencia puede sellar todas las grietas de su fortaleza.
Venezuela
tiene los recursos físicos y humanos para sintetizar sus actuales
contradicciones. Nada le impide el desarrollo de una democracia social, donde
un impecable estado de derecho no impida la lucha sin cuartel contra la
desigualdad. Un sistema donde nadie viva con miedo, y no haya indigentes
recluidos en los cerros, mientras otros se pasean en 4 x 4 por el valle. Gane
quien gane, esa Venezuela no nacerá esta noche.
Es
bueno recordar que Rodolfo Terragno estuvo exiliado en Venezuela durante la
dictadura militar argentina.
©
Escrito por Rodolfo Terragno y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires el domingo 7 de Octubre de 2012.
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