Víctor
Hugo, la dictadura y la historia…
Angelus
Novus. Pintura de Paul Klee de 1920 que Walter Benjamin adoptó como imagen de
la historia porque tiene alas hacia adelante y rostro hacia atrás.
Es
bueno que un periodista pruebe su propia medicina. Modera el ego, lo hace más
humano y, fundamentalmente, más cuidadoso en el futuro al escribir o hablar
sobre los demás.
Duele mucho, pero mucho, que a uno se lo critique justo
en aquella área donde cree tener méritos. Por eso es donde normalmente pegan
los injustos. El cínico que se sabe carente de toda virtud no sólo no se hace
ningún problema sino que hasta transforma su amoralidad en fortaleza: un
oportunista en gran escala pasa a ser un estratega.
No comparto lo que dijo Lanata en su programa del domingo
pasado sobre que haber ido a jugar al fútbol durante la dictadura uruguaya al
Batallón Florida –en el caso de Víctor Hugo Morales– fuera lo mismo que haberlo
hecho en la ESMA durante la dictadura argentina. Tampoco comparto las críticas
injustas que se le han hecho a Lanata desde los medios oficialistas los últimos
años.
Pero lo que me entristece, probablemente por haberlo
padecido en carne propia, es la extracción de una parte de la historia que no
representa siquiera la mayoría como si fuera un todo, sin incluir en el relato
el resto de los acontecimientos relevantes.
Por ejemplo, volver a ver en la tapa de la revista Veintitrés
de esta semana que se acusa de doble moral a los “medios hegemónicos” que
critican a Víctor Hugo Morales por su comportamiento durante la dictadura
uruguaya y en la nota mencionan que “tanto Héctor Magnetto como Bartolomé Mitre
y Jorge Fontevecchia tienen pergaminos dignos de ocultar por su posición ante
los dictadores”, y omite decir algo tan relevante como que estuve preso en El
Olimpo, que la principal publicación de Editorial Perfil fue clausurada y que
luego fui puesto a disposición del Poder Ejecutivo por esa dictadura (¿cuántas
veces deberé repetirlo para que la repetición de lo opuesto no se transforme en
verosímil?).
No creo que Víctor Hugo Morales haya tenido un
comportamiento criticable durante la dictadura uruguaya, lo imagino digno y,
dentro de los límites de su época, hasta con actos de rebeldía. Tampoco creo
que la dictadura uruguaya sea equiparable a la argentina ni que la perspectiva
actual sin grises de aquellas dictaduras sea correcta. Walter Bernjamin, en
Concepto de filosofía de la historia, recomienda “al historiador que quiere
revivir una época que se quite de la cabeza todo lo que sepa del decurso
posterior de la historia”.
El comportamiento por el que sí Víctor Hugo merece
crítica es haberse sumado frívola y superficialmente a las acusaciones que
desde el oficialismo se realizaron sobre la actuación durante la dictadura
argentina de quienes hoy resultan molestos al kirchnerismo.
En la Argentina de los últimos años, como pocas veces, se
hizo evidente el uso de una historiografía infectada de presente, donde el
pasado se acomoda a las necesidades del tiempo de ahora con una irracionalidad
diacrónica.
Qué injusto que hayan acusado a Joaquín Morales Solá de
colaboracionista con la dictadura por una foto donde, siendo cronista del
diario La Gaceta de Tucumán, aparece cubriendo un operativo público del
Ejército en esa provincia; es como acusar de complicidad a un movilero de esta
época con la “maldita Policía” bonaerense cuando fabricaba casos ante los
medios. O, disparatadamente, a la propia Magdalena Ruiz Guiñazú. O a Sabato por
haber participado en una reunión colectiva con Videla.
La misma injusticia fue haber acusado a Néstor Kirchner
por una foto con el jefe regional del Ejército en Santa Cruz transmitiendo su
apoyo durante la Guerra de las Malvinas, o a Héctor Timerman por lo que publicó
el diario La Tarde en 1976, sin ponderar que poco después su familia fue una de
las más perseguidas entre los periodistas.
Ojalá que lo de Víctor Hugo permita a todos,
simpatizantes o no del kirchnerismo, reflexionar sobre la suma de estas
injusticias y aprender que tenemos que ser más serios con la historia.
La historia es un conjunto de eventos; los eventos por
separado pueden dar una idea hasta exactamente opuesta a lo razonablemente aceptable.
La observación, presente o pasada, siempre estará cargada de teoría, pero que
haya más de un relato posible no quiere decir que todos valgan lo mismo. Aun
comprendiendo la subjetividad trascendental que nos cabe por ser humanos o la
brecha evidencial que a veces nos impide el conocimiento exacto, las fuentes
interpretadas con un ojo crítico y comparadas con otra fuentes, si bien no
garantizan una única posición adecuada, sí excluyen las inadecuadas y nos
impiden caer en un subjetivismo irracionalista. Por ejemplo, los negadores del
Holocausto se llaman a sí mismos “revisionistas”.
Una cosa es interpretar o significar el pasado y otra es
imaginarlo en función de nuestras creencias, inclinaciones y prejuicios.
Leopold von Ranke, considerado un padre de la historia científica, hacía dos
recomendaciones: tener “interés por descubrir lo general en lo particular”, que
es lo opuesto a generalizar lo particular, y “afecto por los humanos” (similar
al consejo del maestro Ryszard Kapuscinski sobre que “para ser buen periodista
primero hay que ser buena persona”). O sea, los archivos tienen que ser
revisados exhaustiva y honestamente y no con el fin de una ortopedia social.
Debemos reconocer que nuestro autointerés, preferencias,
hasta el miedo o el enojo, muchas veces opacaron nuestra tarea de periodistas.
Por eso son gestos alentadores el pedido de disculpas de Víctor Hugo Morales
sobre su desafortunada mención a la salud de Lanata, y que Edi Zunino, jefe de
Redacción de la revista Noticias, haya escrito en su última edición para
limitar las críticas sobre Víctor Hugo, siendo quien primero difundió en
Argentina el contenido del libro que desató la polémica.
©
Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires el sábado 4 de Agosto de 2012.
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