Unicato dogmático...
El peronismo ofrece
largas historias de choques entre gobiernos nacionales y bonaerenses. Laberinto
Scioli.
La traumática relación entre el presidente y el gobernador
de la provincia de Buenos Aires es un clásico del peronismo. El coronel Domingo
Mercante –a quien Evita bautizó con el apodo de “el corazón de Perón”– fue un
hombre de extrema confianza del fundador del PJ. Mercante fue gobernador desde
1946 hasta 1952. Su relación con Perón y Evita fue excelente hasta la reforma
constitucional de 1949. El punto de mayor interés de esa reforma era, para
Perón, la reelección. Y receló de Mercante, al que acusó de querer sucederlo. A
partir de ese momento, Mercante cayó en desgracia y en 1953 fue expulsado del
justicialismo.
En 1974, durante la tercera presidencia de Perón, se produjo
otra situación conflictiva. La gota que rebasó el vaso fue el trágico intento
de copamiento del Regimiento 10 de Caballería Blindada de Azul. Perón reaccionó
con furia, una de cuyas consecuencias fue la renuncia forzada del gobernador
Oscar Bidegain, a quien se lo acusó de ser tolerante con la subversión.
Bidegain fue reemplazado por su vice, Victorio Calabró, un dirigente de la UOM.
En 1990, el gobernador era Antonio Cafiero, que encabezaba
la renovación peronista que había sido derrotada en la interna por el binomio
Menem-Duhalde. A pesar de esa caída, las aspiraciones presidenciales de Cafiero
no habían cedido. Nació entonces la iniciativa de reformar la Constitución
provincial, con el objetivo de permitirle acceder a otro mandato. Menem operó
fuerte para que eso no prosperara. Y lo logró: en una consulta popular triunfó
el “no”.
Fue luego el turno de Duhalde, quien renunció a la
vicepresidencia para postularse a la gobernación y terminar de desplazar de ese
territorio al cafierismo. Puso como condición para dar ese paso la creación de
un fondo extra aportado por la Nación a los fines de hacer frente a las
infinitas necesidades de la provincia. Duhalde llegó con la idea de que en 1995
él sería el candidato presidencial del peronismo. Esa idea murió el día que
Menem le anunció la reforma de la Constitución, con la cláusula de la
reelección incluida. Ello obligó a Duhalde a buscar la reforma de la carta
magna provincial para que se le abriera la posibilidad de ser reelecto y así
sustentar sus aspiraciones presidenciales. La ruptura definitiva entre el
presidente y el gobernador se produjo en 1998, cuando Duhalde se plantó y dijo
que no apoyaba el deseo de Menem de buscar su re-reelección, hecho no
contemplado por la Constitución.
Ya en tiempos del kirchnerismo, las cosas no fueron muy
diferentes entre Néstor Kirchner y Felipe Solá. Kirchner siempre consideró a
Solá como alguien ajeno a su proyecto. No obstante, ante la falta de una
alternativa mejor, pensó en él como candidato a la gobernación en 2007. Para
ello debía forzar a través de la Corte Suprema bonaerense una rebuscada
interpretación de la Constitución provincial que le permitiera a Solá
presentarse a un tercer mandato. Esta maniobra murió tras el triunfo de
monseñor Joaquín Piña en el plebiscito de Misiones por el que se rechazó la
iniciativa del gobernador Carlos Rovira de buscar la reelección indefinida.
Ante esa circunstancia, Kirchner sacó de la galera la candidatura de Daniel
Scioli, quien, a esa altura, se aprestaba a comenzar su campaña por la Jefatura
de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Es decir que “Scioli gobernador” fue
un invento de necesidad y urgencia de Kirchner.
Cristina Fernández de Kirchner nunca quiso mucho a Scioli, a
quien no ha perdido ocasión de humillar cada vez que ha podido. La gestión del
actual gobernador nunca fue brillante; la de sus predecesores, tampoco. La
provincia de Buenos Aires, que viene siendo gobernada desde hace 25 años por el
peronismo, no conoce otra realidad que la de la crisis permanente. Por lo
tanto, detrás de este conflicto hay algo más: es la lucha por el 2015. En esa
lucha, Scioli ha pasado a ser el enemigo del kirchnerismo, lo que anteayer
quedó evidenciado una vez más a través de una multiplicidad de voces que se
escucharon ejecutando una misma partitura, en la que no sólo se criticó su
gestión sino que, además, se lo descalificó. Públicamente lo hicieron el
presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, el senador Aníbal
Fernández, el diputado Carlos Kunkel y el intendente de Lanús, Darío Díaz
Pérez; privadamente, muchos más. En ese marco, el acérrimo enemigo que Scioli
tiene metido en su gobierno, Gabriel Mariotto, tuvo su “Resolución 125”, cuando
le hizo saber al gobernador que el proyecto de ley de declaración de la
emergencia económica no contaba con el apoyo del kirchnerismo.
Lo que se observa en la provincia de Buenos Aires tiene
mucho de intervención federal. Hay una clara decisión del Gobierno nacional de
imponerle a Scioli la agenda en un verdadero operativo de pinzas del que
también participa el políticamente resucitado ministro de Planificación, Julio
De Vido, quien se reúne en su despacho con intendentes bonaerenses a los que
les exige lealtad a la Presidenta como condición sine qua non para recibir los
fondos destinados a la continuidad de la obra pública. Como se ve, todo “muy
democrático”.
La conferencia de Scioli de ayer fue una mezcla de su
sempiterno y ya inconducente “sicristinismo” y de gestos que, en los códigos
del kirchnerismo, son de una insoportable rebeldía. El más claro, la
conferencia de prensa abierta a las preguntas de los periodistas. Para la
Presidenta y su círculo áulico ese es un pecado mortal. Otro: para la
Presidenta, los problemas son inventos de los medios; en cambio para Scioli
representan la realidad. Por otra parte, la ausencia de Mariotto lo dijo todo:
entre el sciolismo y el cristinismo ya no hay otra cosa que el desamor.
“Vamos por todo”, es el lema guía del kirchnerismo. A las
pocas horas del resonante triunfo electoral de Fernández de Kirchner hubo un
mensaje de texto atribuido al actual jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina
–cuya pobrísima presentación ante la Cámara de Diputados obliga a preguntarse
qué le pasó y dónde quedó todo lo aprendido en su paso por las aulas
universitarias en las que descolló como alumno brillante–, que decía “ahora
vamos por todos”. Abal Medina se enojó con la difusión de ese mensaje diciendo
que había sido mal interpretado. Los casos de Scioli y Moyano demuestran, sin
embargo, que el “vamos por todos” representa el pensamiento real de un gobierno
que hace del unicato un dogma.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.
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