Atravesados por el
odio...
Juan Manuel Abal Medina.
El encumbramiento y el
posterior derrumbe de Moyano como esperanza articuladora de una nueva
oposición, profesada por personas que dado el lugar que ocupan en la sociedad
deberían sentir rechazo insalvable por Moyano, fueron una manifestación más de
cuánto el odio puede nublar la razón. Otro ejemplo comparable se dio en las
últimas elecciones cuando sectores de alto nivel de ingresos y educación, que
en un pasado cercano no hubieran dudado de calificarse a sí mismos como
progresistas, votaron por Duhalde, y algunos hasta creyeron que tenía alguna
posibilidad. Se podría justificar diciendo que no se trata de un fenómeno tan
novedoso porque ya en los 90 muchos vieron a Menem rubio, pero la diferencia es
que en aquellos años no era el odio el motor de esas preferencias.
¿Qué les hace a algunos creer recurrentemente que ya se
acaba el kirchnerismo o que ya comenzó su fin en forma inminente? ¿Por qué les
resulta especialmente verosímil la mayoría de los pronósticos negativos sobre
el kirchnerismo? Ya sea que un juez avanzó con la investigación sobre Ciccone y
entonces pronto el vicepresidente iría preso. Que por YPF España y Europa nos
dejarían fuera del comercio mundial. Y que Estados Unidos nos echaría del G20.
Que por las trabas de Moreno, Brasil daría por concluido el Mercosur. Que por
lo mismo China no nos compraría más soja o sus derivados. O que el
enfrentamiento de Moyano sería peor para el Gobierno que la crisis con el campo
por la 125. Y la lista podría seguir.
Pensamiento ilusorio.
Para el director de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA, Luis Tonelli, parte de la sobrevaloración de Moyano en la que algunos cayeron obedeció a la “inducción retrospectiva”, que en una columna de la revista Debate describió así: “Los actores se imaginan cómo será el último movimiento del juego político que tiene lugar y, deducido su resultado, se lo traslada del futuro al presente, haciéndolo valer hoy. O sea, adelantar todos los tiempos y comenzar a plantear, a operar y a rosquear la cuestión de la sucesión a sólo ocho meses de transcurrida la segunda presidencia de Cristina Fernández y cuando falta tanto, tanto, tiempo”. La inducción retrospectiva en ajedrez se llama análisis retrógrado, y en macroeconomía se la utiliza para anticipar cuál sería un precio de equilibrio en una eventual lucha de precios.
Para el director de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA, Luis Tonelli, parte de la sobrevaloración de Moyano en la que algunos cayeron obedeció a la “inducción retrospectiva”, que en una columna de la revista Debate describió así: “Los actores se imaginan cómo será el último movimiento del juego político que tiene lugar y, deducido su resultado, se lo traslada del futuro al presente, haciéndolo valer hoy. O sea, adelantar todos los tiempos y comenzar a plantear, a operar y a rosquear la cuestión de la sucesión a sólo ocho meses de transcurrida la segunda presidencia de Cristina Fernández y cuando falta tanto, tanto, tiempo”. La inducción retrospectiva en ajedrez se llama análisis retrógrado, y en macroeconomía se la utiliza para anticipar cuál sería un precio de equilibrio en una eventual lucha de precios.
Pero cuando quienes hacen los cálculos están atravesados por
el odio, todo es diferente por el efecto emocional que a la hora de hacer
proyecciones tienen los deseos. Es lo que se conoce como wishful thinking o
pensamiento ilusorio, en el que el procedimiento de deducción está
inconscientemente afectado por los sentimientos, lo que termina orientando la
conclusión hacia lo que sería más placentero en lugar de lo que sería más
probable.
Los deseos de que al kirchnerismo le vaya mal guían esos
pensamientos, además del mal uso que puedan realizar de la inducción
retrospectiva. La paradoja es que esos deseos más tarde o más temprano serán
satisfechos porque –desgraciadamente para todos– el modelo económico tiene
problemas estructurales y, aunque no esté al borde del colapso, tampoco se
podría negar que ya comenzó un proceso de contracción del consumo. Pero tanto
advertir sobre tormentas perfectas que luego son superadas con alguna facilidad
hará que cuando verdaderamente el aviso sea correcto, como en la fábula del
pastor y el lobo, pocos lo crean.
El jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, en su informe
de gestión de gobierno de esta semana ante la Cámara de Diputados se quejó
sobre cómo la oposición y los medios que no simpatizan con el kirchnerismo
pintan la situación económica de la Argentina exhibiéndola como si fuera peor
que la de España u otros países europeos en crisis.
Tiene razón el jefe de Gabinete sobre que la economía
argentina no está peor que la de los países europeos en crisis, pero la evaluación
que los habitantes de nuestro país harán cuando les toque votar el año próximo
no será comparándose con la situación de los españoles o los griegos, sino con
la de los propios argentinos cuando votaron la vez anterior. Y no hace falta
más que mirar el último índice de variación del producto bruto del Indec –con
un crecimiento de sólo el 0,6% contra el de los mismos meses del año anterior,
que rondaba el 9%– para ver que enfrentamos una brusca desaceleración de la
economía que traerá consecuencias negativas en el empleo, el consumo y la
recaudación del Estado en los próximos meses, además de las que ya está
trayendo.
Dios es kirchnerista.
En compensación, el aumento de casi el 50% del precio de la soja desde diciembre, llegando a alrededor de los 600 dólares, un precio similar al de cuando se desató la polémica por la 125, es una gran noticia para el país, tanto por el beneficio para la economía de este año como por los incentivos que genera sobre la cosecha siguiente. Desde el 10 de diciembre, cuando asumió Cristina Kirchner y la soja costaba casi 400 dólares, hasta los casi 600 dólares actuales, se agregaron directa o indirectamente siete mil millones de dólares a las exportaciones de 2012 (y de ese total, cinco mil millones representó el aumento que se produjo sólo en el último mes).
En compensación, el aumento de casi el 50% del precio de la soja desde diciembre, llegando a alrededor de los 600 dólares, un precio similar al de cuando se desató la polémica por la 125, es una gran noticia para el país, tanto por el beneficio para la economía de este año como por los incentivos que genera sobre la cosecha siguiente. Desde el 10 de diciembre, cuando asumió Cristina Kirchner y la soja costaba casi 400 dólares, hasta los casi 600 dólares actuales, se agregaron directa o indirectamente siete mil millones de dólares a las exportaciones de 2012 (y de ese total, cinco mil millones representó el aumento que se produjo sólo en el último mes).
Como la última cosecha fue casi el 20% menor en toneladas,
si la próxima volviera a los casi 50 millones de toneladas los beneficios para
las exportaciones podrían alcanzar 14 mil millones de dólares. Por mayor
oferta, el precio tendría que ser menor, pero también se prevé una mayor
demanda de soja en China.
En este contexto, el kirchnerismo corre el mismo riesgo de
hacer un uso inadecuado de la inducción retrospectiva (mirar hacia adelante
razonando hacia atrás), y caer en el wishful thinking de la oposición, si
creyera que porque siempre le vaticinaron catástrofes que nunca llegaron no le
llegarán algún día; o que por haber salido airoso de las batallas de los
últimos tres años, siempre será invencible. Lo habita el mismo odio que nubla
la razón de sus opositores, y el día que cambien los equilibrios de poder
cometerá tantos errores como quienes hoy lo enfrentan.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado por el Diaro Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
el vierne 6 de Julio de 2012.
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