Soy argentino, no soy sólo un boxeador, también soy poeta." Canchero, bien porteño, Ringo Bonavena (Sergio Peris-Mencheta) le dice a Sally Conforte (Helen Mirren) que él mismo escribió el poema. La esposa del mafioso, que lo dobla en edad, queda conmocionada. Se escucha a Gardel mientras el auto recorre la belleza del lago Tahoe, entre California y Nevada. Fotos de Herminio Masantonio y Doña Dominga aparecen en una pared. En el final de Love Ranch, el filme que Taylor Hackford estrenó este año con poco éxito en Estados Unidos, el mafioso Joe Conforte (Joe Pesci) mata a Ringo de un balazo en las puertas de su prostíbulo, el Mustang Ranch. La bala perfora el corazón de Ringo. Entra por el globito de la camiseta de Huracán que el actor español Peris-Mencheta compró hace tres años en San Telmo. Ringo muere sin concretar el deseo de su último viaje a Estados Unidos: la revancha contra Muhammad Alí, el mito que hace cuarenta años exactos lo noqueó en el Madison Square Garden, en una noche todavía inolvidable para el deporte argentino.
Buenos Aires, como recordó ayer la prensa argentina, se paralizó en la medianoche del 7 de diciembre de 1970. Canal 13 registró un rating de 79,3 puntos, sólo superado por los 81 de Canal 7 en la semifinal que la Argentina le ganó por penales a Italia en el Mundial de 1990. El dictador Juan Carlos Onganía, desplazado del poder por el general Roberto Marcelo Levingston, vio la pelea junto con Osvaldo Soriano. El escritor, que quería entrevistarlo para Primera Plana , terminó encontrándolo esa noche en las sierras de Córdoba, en la residencia de un neonazi. Las burlas de Ringo a Alí antes de la pelea eran festejadas en Buenos Aires, pero también por la Norteamérica blanca. Ringo trató de "cagón" a Alí por haberse negado a combatir en Vietnam. Y le dijo que tenía mal olor porque era negro. Alí, el gran bocón, asistió azorado a la verborragia del porteño fanfarrón. Ringo había aprendido del propio Alí el show de la autopromoción. En febrero de 1964, suspendido para boxear en la Argentina porque había mordido la tetilla de un rival en los Juegos Panamericanos de 1963, Ringo vio de qué modo Alí promocionaba la pelea ante Sonny Liston, que lo coronó sorpresivo campeón de los pesados. Alí irrumpía en el entrenamiento de Liston para insultarlo. Detenía a los automovilistas en una avenida para preguntar si alguien había visto pasar al "Gran Oso". Pronosticaba en qué round noquearía a Liston ("El Oso caerá en el ocho"). Y regalaba uno de sus más recordados poemas, uno de cuyos tramos decía: "Ved al joven Cassius Clay/ peleando contra el Oso/ Liston recula y recula/ y va a acabar en el foso/ porque en el ring ya no hay sitio/ y eso que es muy espacioso". Las apuestas favorecían a Liston 8-1. "Cómanse sus palabras", gritó Alí a los periodistas tras su triunfo.
"¿Peralta, estás escondido? Salí de abajo de la cama. ¿O estás en el baño?" De la mano del periodista Héctor Ricardo García, Ringo, aprendida la lección, promocionó como nadie la pelea en la que destronó al campeón Goyo Peralta. El Luna Park estuvo colmado por 25.236 personas, una asistencia jamás igualada. Ringo celebró al día siguiente en Parque Patricios, con los ravioles de Doña Dominga que luego haría populares la TV. "¡Somos del barrio del barrio de la quema, somos del barrio de Ringo Bonavena!", le cantó por primera vez la hinchada de Huracán. En ese mismo año, 1967, Alí fue despojado de su corona. Ya había adoptado su nombre musulmán de Muhammad Alí, se había exhibido con Malcolm X y se negó a combatir en Vietnam. "Su actitud fue porque los pobres de Estados Unidos eran obligados por los ricos de Estados Unidos a matar a los pobres de Vietnam", escribió Noam Chomsky. Le quitaron el pasaporte, le prohibieron boxear y lo condenaron a cinco años de prisión. Les había advertido a los periodistas que no sería como ellos querían que fuera, sino como él quería ser. Frank Sinatra pidió a Floyd Patterson que "recuperara" la corona para Estados Unidos. Alí le dio una paliza. Era el mejor Alí. El mejor boxeador de todos los tiempos.
La pelea del 7 de diciembre de 1970 corrió riesgo de suspensión. Ex combatientes presentaron demandas y amenazaron con bombas porque no soportaban que Alí, el negro rebelde ya rehabilitado por la justicia, combatiera en el aniversario de Pearl Harbor. Por la mañana, Alí recibió en su habitación a Judge Aaron, quien se bajó los pantalones para mostrarle su cuerpo mutilado por el Ku Klux Klan. Escribió su habitual poema y se lo entregó al periodista Bud Collins. "Before round nine is out/ The referee will jump and shout/ That's all, folks, this turkey is out" ("Antes de que termine el noveno asalto/ El árbitro saltará y gritará/ Señores, se acabó, el pavo está muerto"). "Alí no sólo creía en Dios, sino que también creía que Dios creía en él", ironizó Gerald Early en "I'm a little special", una compilación de los mejores artículos sobre Alí. Antes de viajar, Ringo había ido a la embajada de Estados Unidos a preguntar qué pena le correspondería por matar a Alí. Hizo creer una amenaza de bomba en el vuelo. En Nueva York dijo que el que quiso poner la bomba fue Alí, por miedo. Y se burló de Alí en el pesaje. Pero horas antes de la pelea, cuentan quienes estuvieron ese día con él, tenía miedo. Sabía que enfrentaría a un mito del boxeo mundial.
El noveno round terminó siendo un bumerán para Alí. Falló un swing y su propio impulso lo mandó al piso. Una violenta izquierda de Bonavena casi lo envía otra vez a la lona. Alí tuvo que esperar hasta la última vuelta para tirar a Ringo tres veces y provocarle el único nocaut de su carrera. En los últimos rounds, el rincón de Bonavena asistía a un cruce de insultos entre los hermanos Juan y Bautista Rago y Gil Clancy. El norteamericano ordenaba a Ringo que fuera a matar o morir. Los hermanos Rago le decían que aguantara, que ya estaba hecho. Ringo terminó desplomándose "como un edificio", escribió Norman Mailer. "¿Yo guapeé no? ¿Viste cómo guapeé?", decía Ringo al periodista Ernesto Cherquis Bialo, de El Gráfico , mientras Tito Lectoure de un lado y su hermano José del otro lo ayudaban a subir las escaleras de entrada al hotel Statler Hilton, frente al Madison Square Garden. Lloró en la vuelta a Buenos Aires. Su imagen bajando "victorioso" del avión era el final previsto del filme argentino que tenía a Rodrigo de la Serna como Ringo, pero que se canceló por falta de dinero. Ringo volvió a llorar al recibir la máxima ovación de la noche en los premios Olimpia. Repitió el llanto, ya fingido, para ganar nuevos aplausos. Teatro de revistas, Mau Mau, Pio Pio Pa. Ya era un showman . Como Alí, Ringo, a su modo, también jugó a filósofo. Copiaba frases y aprendía aforismos de memoria. Reinventaba: "Todos son muy amigos, pero cuando subís al ring hasta el banquito te sacan". "La experiencia es un peine que te regalan cuando te quedás pelado."
Admirador del general Agustín Lanusse, Ringo, gorila en una familia peronista, viajó en 1976 a morir a Estados Unidos, el país que más admiraba. Alí, otra vez campeón mundial, ya había perdido y ganado con Joe Frazier. Había vencido inclusive a George Foreman en Zaire, en 1974. Pero ya no era el mismo. "Hablaba más lento, se movía más lento, comenzaba a tener problemas de memoria", dice Ferdie Pacheco, su médico, en el documental Alí y Larry. Larry Holmes le propinó una paliza a Alí en 1980, su penúltima pelea. "Fue un crimen, los que la organizaron deberían estar todos detenidos", afirma Pacheco. Alí, hoy deteriorado por el Parkinson, bromea como siempre en el documental. "Soy el más bonito de todos, soy «Dark» Gable", dice a la cámara. Hace desaparecer monedas, llaves y cartas en trucos de magia a los niños que van a sus entrenamientos. "Soy el maestro de la ilusión." Ringo también jugaba a ser niño. Era "un grandote con chupete", lo definió una vez Zulma Faiad. Jugó al mafioso en la casa del mafioso. El Conforte de Joe Pesci, que en Love Ranch enciende habanos con billetes de cien dólares, lo mata el 22 de mayo de 1976. Ringo, que tenía 33 años, había avisado a Dora Raffa, su esposa, que quería llegar para ver por TV el 24 de mayo la pelea que Alí ganó en el quinto round a Richard Dunn. Alí cumplió su promesa y regaló los guantes del combate al promotor Mickey Duff para una subasta. Le pidió que los mirara por dentro. En uno decía "Alí gana". En el otro, "Quinto round".
Oscar Bonavena era un autodidacta en materia de promociones y desparpajos. Pero mucho había aprendido de Cassius Clay o de Muhammad Alí (como empezó a hacerse llamar en aquellos años sesenta después de haberse convertido al islamismo). Aunque la historia mediática de Ringo fue casi simultánea. Si fue él, campeón argentino y sudamericano como aficionado, quien mordió en una tetilla al estadounidense Lee Carr en los Juegos Panamericanos de San Pablo, en 1963. Después de la descalificación la Federación Argentina lo suspendió. Por eso se hizo profesional en Estados Unidos y el 1° de marzo de 1964 debutó con una victoria por nocaut en el primer asalto ante el local Lou Hicks. Unos días antes, el 25 de febrero, Cassius Clay (medalla de oro en los Juegos de Roma, en 1960) se convertía en un joven campeón mundial de los pesados tras su espectacular e impensada victoria ante Sonny Liston. Y a sus dotes de extraordinario boxeador, veloz, variado, preciso, le sumaba su estilo provocador y altanero que despertaba adhesiones y odios al por mayor. Y su gesto circense revoleando su puño en el aire mientras Liston estaba caído y vencido, en la revancha, quedó grabado en la memoria de Bonavena, listo para imitarlo.
Uno era el bocón de Louisville, pero el mejor de todos los de su época. El otro, el bocón de Parque Patricios, rindió su prueba de reconocimiento ante el público argentino en aquel choque con Gregorio Peralta, en 1965. El Luna Park tuvo un récord inigualable de concurrencia de casi 24 mil espectadores. Habían ido para denostarlo. Pero terminó comprándolos con su guapeza.
Ganó aquella pelea.
Y largó su campaña de alardes públicos y ostentaciones. Pero quedó transfornado en un querido fanfarrón.
Alí había sido despojado de su título de campeón por su negativa a ir a la guerra de Vietnam, en 1967. Volvió en octubre de 1970 y le ganó a Jerry Quarry. Tenía 28 años. Ringo, también. El moreno bailarín quería recuperar el sitio que le habían birlado. Bonavena, ilustre derrotado de Joe Frazier (dos veces) y de Jimmy Ellis, y vencedor del alemán Midenberger, era bien conocido en Estados Unidos. Y fue, entonces, el rival elegido como trampolín para que Alí buscara ante Joe Frazier el título mundial de los pesados en el Madison.
Usó toda la atillería de su repertorio el porteño de Patricios, con toques de simpatía y golpes bajos de dudoso gusto.
Paseó con un toro por la Quinta Avenida de Nueva York en los días previos. Lo trato de gallina con coreografía incluida en la conferencia de prensa. Como Alí solía anunciar el asalto de las definiciones esta vez eligió el noveno. Y Ringo se rió a carcajadas.
Esa noche del 7 de diciembre de 1970, hace hoy 40 años, el país entero estuvo en vilo. Desde Firpo-Dempesey, en 1923, ninguna pelea había despertado tanta expectativa. La evidencia la dieron las calles vacías y los 79,3 puntos de rating de la televisación que que fueron récord absoluto durante veinte años, sólo superado con los casi 82 del choque Italia-Argentina en una de las semifinales del mundial de fútbol de Italia, en 1990.
Era un combate preparado para Alí. Las bravuconadas de Ringo tenían apenas un efecto folclórico. Las apuestas sólo se dividían según la vuelta en la que se daría el nocaut para el estadounidense. En Argentina una mezcla de temor y de fe en el milagro que Bonavena podía concretar. Al cabo, un mes antes un ignoto Carlos Monzón había dato el gran golpe de los medianos con su victoria fulminante ante Nino Benvenuti, el ídolo italiano, propiamente en Roma.
Guapeó Ringo ante un rival muy superior y de mayor alcance. Y tanto jugó su amor propio que en el noveno, el asalto prometido por Alí, estuvo a punto de derribarlo. Cayó el moreno pero por el impulso de un golpe fallado. Y al fin, Bonavena salió a jugarse en el round 15, desoyendo a Gil Clancy, el téncio contratado y a los hermanos Rago, sus mentores de siempre y terminó en la lona tras un cruce.
El árbitro no le exigió a Alí dirigirse a un rincón netural.
Se quedó al lado del argentino y volvió a derribarlo las dos veces que se levantó. Fue nocaut automático , entonces, por tres caídas. Y eso produjo la desazón mayor. Porque la bravura de Bonavena hubiera merecido, al menos, terminar en pie.
Después cada uno siguió su camino. Alí perdió con Frazier pero volvió a ser campeón. Bonavena, el simpático bocón, terminó confundido en los laberintos de su ambición, asesinado con un balazo.
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