De león a jamón del medio…
El choque con Villarruel tiene una larga historia en la democracia.
Todos los presidentes tuvieron malas relaciones con sus compañeros de fórmula.
© Escrito por Nelson Castro el sábado 23/03/2024 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
La
semana comenzó para el Gobierno con una
necesidad: la de hacer un control de daños. El rechazo del DNU en el Senado le
causó al Presidente un profundo enojo no solo con la oposición, sino también
con la vicepresidenta. Las críticas contra Victoria Villarruel devinieron en
acusaciones, cuando José Luis Espert, flamante incorporación de La Libertad
Avanza, dio sustento a la idea de un eventual plan de desestabilización
encabezado por ella. Las conversaciones en pos de “desmentir” la tensión entre Javier Milei y su
vice culminaron con la foto que compartieron el lunes durante el acto de
conmemoración de los 32 años del ataque terrorista aún impune contra la
Embajada de Israel. La paz así alcanzada duró poco. El estrépito producido por
las declaraciones de la vicepresidenta el jueves en el programa de Jonatan
Viale por TN dieron por tierra con el idilio y abrieron una caja de Pandora. No
queda claro por qué Villarruel tomó la decisión de exponer tan abiertamente sus
diferencias con el Presidente y de hacerlo hasta con un aire de ninguneo que
fue motivo de cientos de memes y burlas en las redes sociales a las que Milei
es tan adepto.
El Presidente, que se presenta a sí mismo como un león, quedó
reducido a la dimensión del “jamón del medio” entre dos mujeres con ambiciones
de poder: su hermana Karina y Villarruel. La vice lo trató a Milei de
“pobrecito” y, además, le cuestionó las designaciones de Patricia Bullrich como
ministra de Seguridad, y de Luis Petri al frente del Ministerio de Defensa, la
participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcoterrorismo, la
elección del juez federal Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema de
Justicia, la anulación de los aumentos de las dietas de los senadores, las
cesantías de empleados estatales y un largo etcétera.Los gobernadores saben que necesitan del gobierno nacional
para no arriesgarse a pasar un invierno malo. Es notable observar cómo la mala relación entre el presidente y el
vice es una constante que se repite a lo largo de la historia de nuestro país.
Fue Domingo Faustino Sarmiento quien limitó la función del vice –el suyo fue
Adolfo Alsina– a tocar la campanita en las sesiones del Senado. En la renacida
democracia argentina, esa relación estuvo contaminada por la desconfianza y la
intriga. Víctor Martínez, que fue un vicepresidente absolutamente leal, fue el
blanco de sospechas y teorías conspirativas durante todo el mandato de Raúl
Alfonsín. Carlos Menem, no bien pudo, se lo sacó de encima a Eduardo Duhalde y
lo mandó a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. A Carlos Ruckauf, el vice
durante su segundo mandato, lo ignoró olímpicamente. Carlos “Chacho” Álvarez
renunció a su cargo a los nueve meses de haber asumido, hiriendo de muerte la
presidencia de Fernando de la Rúa. Néstor Kirchner le prohibió a Daniel Scioli
ir a la Casa Rosada después que el entonces vicepresidente hiciera un anuncio
sobre la adecuación de las tarifas de servicios públicos. Cristina Fernández de
Kirchner rompió para siempre con Julio Cobos después de que este emitiera su
“voto no positivo” contra la Resolución 125. Para su segundo mandato, CFK con
su dedo eligió a Amado Boudou, a quien terminó fulminando cuando se descubrió
el negociado con Ciccone para quedarse con la Casa de Moneda. Mauricio Macri despreció
a Gabriela Michetti durante sus cuatro años de gobierno. Y no hace falta ningún
esfuerzo de la memoria para recordar la pésima relación entre Alberto Fernández
y CFK.
Que existan diferencias de opinión y de propuestas entre el
presidente y el vice no representa, en sí, ningún problema en tanto y en cuanto
sean parte de las discusiones que normalmente se dan en la vida política en un
marco de diálogo. El problema surge cuando no existe el diálogo. Eso es lo que
desnudó Villarruel con sus declaraciones. Y ese es el inconveniente que
complica al Gobierno tanto en sus relaciones internas como en las que algunos
funcionarios intentan llevar adelante con las otras agrupaciones políticas.
Esto genera un ambiente de desconfianza que es el que predomina en las
conversaciones con la oposición dialoguista. El Gobierno necesita tener dos
certezas. La primera es que el DNU no va a caer. Eso
está en las manos de la Cámara de Diputados. Si la oposición dialoguista decide
apoyarlo, el Gobierno podrá tener la certeza de que el DNU se mantendrá
vigente. Más complejo es todo lo concerniente a la ley ómnibus. La aprobación
de “Bases para el Punto de Partida para la Libertad de los Argentinos” será más
difícil. El Senado representa un escollo muy fuerte para el oficialismo.
Atendiendo a eso es que hay que entender la sorpresiva movida gubernamental con
la propuesta del juez federal Ariel Lijo para cubrir una de las dos vacantes
existentes en la Corte Suprema. El juez Lijo es la pieza de negociación con los
gobernadores del peronismo. En la negociación tuvieron participación activa
funcionarios del entorno más estrecho del Presidente, un miembro de la Corte y
senadores del peronismo entre los que, coinciden varias voces del Congreso,
destacaría José Mayans, el jefe del bloque. La elección de Lijo produjo mucho
malestar tanto en sectores internos de LLA –tal cual lo manifestó la
vicepresidenta– como en sectores de la oposición.
La explicación que el vocero
presidencial Manuel Adorni le dio al periodista Ignacio Ortelli cuando le
preguntó por los motivos de la nominación del juez fue endeble. La Corte está
en el centro de la atención y la preocupación del Gobierno. De sus decisiones
dependerá la suerte de varias de las medidas claves que el oficialismo necesita
para llevar adelante su gestión. Está claro que el organismo está llevando las
cosas a la larga a la espera de que la política resuelva algunas de las
controversias sobre las cuales se le pide dictamen.
El párrafo final es para Rosario, que está en el centro de la
atención del Gobierno. Más allá de las polémicas generadas por la participación
de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico, lo vivido
personalmente en las 48 horas que pasé en Rosario permite dar una idea de la
complejidad de la situación. Estuve en los lugares en donde asesinaron a los
dos taxistas –Héctor Figueroa y Diego Celentano–, al chofer de colectivo
–Marcos Daloia– y al despachante de combustible –Bruno Bussanich. Como
consecuencia de ello recibí una amenaza de muerte, en la que me advertían que
me podría pasar lo mismo que a José Luis Cabezas. Hecha la denuncia, la policía
de la provincia de Santa Fe actuó con una llamativa eficacia y detuvo al
sospechoso, quien, sin muchas vueltas, confesó el delito. Luego de escuchar tal
confesión, el juez lo dejó en libertad con una pena consistente en llevar
adelante tareas comunitarias. ¿Alguien puede creer que así se puede combatir al
narcotráfico con éxito?
El choque con Villarruel tiene una larga historia en la democracia.
Todos los presidentes tuvieron malas relaciones con sus compañeros de fórmula.
© Escrito por Nelson Castro el sábado 23/03/2024 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
El Presidente, que se presenta a sí mismo como un león, quedó reducido a la dimensión del “jamón del medio” entre dos mujeres con ambiciones de poder: su hermana Karina y Villarruel. La vice lo trató a Milei de “pobrecito” y, además, le cuestionó las designaciones de Patricia Bullrich como ministra de Seguridad, y de Luis Petri al frente del Ministerio de Defensa, la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcoterrorismo, la elección del juez federal Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema de Justicia, la anulación de los aumentos de las dietas de los senadores, las cesantías de empleados estatales y un largo etcétera.
Los gobernadores saben que necesitan del gobierno nacional
para no arriesgarse a pasar un invierno malo.
Es notable observar cómo la mala relación entre el presidente y el
vice es una constante que se repite a lo largo de la historia de nuestro país.
Fue Domingo Faustino Sarmiento quien limitó la función del vice –el suyo fue
Adolfo Alsina– a tocar la campanita en las sesiones del Senado. En la renacida
democracia argentina, esa relación estuvo contaminada por la desconfianza y la
intriga. Víctor Martínez, que fue un vicepresidente absolutamente leal, fue el
blanco de sospechas y teorías conspirativas durante todo el mandato de Raúl
Alfonsín. Carlos Menem, no bien pudo, se lo sacó de encima a Eduardo Duhalde y
lo mandó a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. A Carlos Ruckauf, el vice
durante su segundo mandato, lo ignoró olímpicamente. Carlos “Chacho” Álvarez
renunció a su cargo a los nueve meses de haber asumido, hiriendo de muerte la
presidencia de Fernando de la Rúa. Néstor Kirchner le prohibió a Daniel Scioli
ir a la Casa Rosada después que el entonces vicepresidente hiciera un anuncio
sobre la adecuación de las tarifas de servicios públicos. Cristina Fernández de
Kirchner rompió para siempre con Julio Cobos después de que este emitiera su
“voto no positivo” contra la Resolución 125. Para su segundo mandato, CFK con
su dedo eligió a Amado Boudou, a quien terminó fulminando cuando se descubrió
el negociado con Ciccone para quedarse con la Casa de Moneda. Mauricio Macri despreció
a Gabriela Michetti durante sus cuatro años de gobierno. Y no hace falta ningún
esfuerzo de la memoria para recordar la pésima relación entre Alberto Fernández
y CFK.
Que existan diferencias de opinión y de propuestas entre el presidente y el vice no representa, en sí, ningún problema en tanto y en cuanto sean parte de las discusiones que normalmente se dan en la vida política en un marco de diálogo. El problema surge cuando no existe el diálogo. Eso es lo que desnudó Villarruel con sus declaraciones. Y ese es el inconveniente que complica al Gobierno tanto en sus relaciones internas como en las que algunos funcionarios intentan llevar adelante con las otras agrupaciones políticas. Esto genera un ambiente de desconfianza que es el que predomina en las conversaciones con la oposición dialoguista. El Gobierno necesita tener dos certezas. La primera es que el DNU no va a caer. Eso está en las manos de la Cámara de Diputados. Si la oposición dialoguista decide apoyarlo, el Gobierno podrá tener la certeza de que el DNU se mantendrá vigente. Más complejo es todo lo concerniente a la ley ómnibus. La aprobación de “Bases para el Punto de Partida para la Libertad de los Argentinos” será más difícil. El Senado representa un escollo muy fuerte para el oficialismo.
Atendiendo a eso es que hay que entender la sorpresiva movida gubernamental con la propuesta del juez federal Ariel Lijo para cubrir una de las dos vacantes existentes en la Corte Suprema. El juez Lijo es la pieza de negociación con los gobernadores del peronismo. En la negociación tuvieron participación activa funcionarios del entorno más estrecho del Presidente, un miembro de la Corte y senadores del peronismo entre los que, coinciden varias voces del Congreso, destacaría José Mayans, el jefe del bloque. La elección de Lijo produjo mucho malestar tanto en sectores internos de LLA –tal cual lo manifestó la vicepresidenta– como en sectores de la oposición.
La explicación que el vocero presidencial Manuel Adorni le dio al periodista Ignacio Ortelli cuando le preguntó por los motivos de la nominación del juez fue endeble. La Corte está en el centro de la atención y la preocupación del Gobierno. De sus decisiones dependerá la suerte de varias de las medidas claves que el oficialismo necesita para llevar adelante su gestión. Está claro que el organismo está llevando las cosas a la larga a la espera de que la política resuelva algunas de las controversias sobre las cuales se le pide dictamen.
El párrafo final es para Rosario, que está en el centro de la atención del Gobierno. Más allá de las polémicas generadas por la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico, lo vivido personalmente en las 48 horas que pasé en Rosario permite dar una idea de la complejidad de la situación. Estuve en los lugares en donde asesinaron a los dos taxistas –Héctor Figueroa y Diego Celentano–, al chofer de colectivo –Marcos Daloia– y al despachante de combustible –Bruno Bussanich. Como consecuencia de ello recibí una amenaza de muerte, en la que me advertían que me podría pasar lo mismo que a José Luis Cabezas. Hecha la denuncia, la policía de la provincia de Santa Fe actuó con una llamativa eficacia y detuvo al sospechoso, quien, sin muchas vueltas, confesó el delito. Luego de escuchar tal confesión, el juez lo dejó en libertad con una pena consistente en llevar adelante tareas comunitarias. ¿Alguien puede creer que así se puede combatir al narcotráfico con éxito?
Que existan diferencias de opinión y de propuestas entre el presidente y el vice no representa, en sí, ningún problema en tanto y en cuanto sean parte de las discusiones que normalmente se dan en la vida política en un marco de diálogo. El problema surge cuando no existe el diálogo. Eso es lo que desnudó Villarruel con sus declaraciones. Y ese es el inconveniente que complica al Gobierno tanto en sus relaciones internas como en las que algunos funcionarios intentan llevar adelante con las otras agrupaciones políticas. Esto genera un ambiente de desconfianza que es el que predomina en las conversaciones con la oposición dialoguista. El Gobierno necesita tener dos certezas. La primera es que el DNU no va a caer. Eso está en las manos de la Cámara de Diputados. Si la oposición dialoguista decide apoyarlo, el Gobierno podrá tener la certeza de que el DNU se mantendrá vigente. Más complejo es todo lo concerniente a la ley ómnibus. La aprobación de “Bases para el Punto de Partida para la Libertad de los Argentinos” será más difícil. El Senado representa un escollo muy fuerte para el oficialismo.
Atendiendo a eso es que hay que entender la sorpresiva movida gubernamental con la propuesta del juez federal Ariel Lijo para cubrir una de las dos vacantes existentes en la Corte Suprema. El juez Lijo es la pieza de negociación con los gobernadores del peronismo. En la negociación tuvieron participación activa funcionarios del entorno más estrecho del Presidente, un miembro de la Corte y senadores del peronismo entre los que, coinciden varias voces del Congreso, destacaría José Mayans, el jefe del bloque. La elección de Lijo produjo mucho malestar tanto en sectores internos de LLA –tal cual lo manifestó la vicepresidenta– como en sectores de la oposición.
La explicación que el vocero presidencial Manuel Adorni le dio al periodista Ignacio Ortelli cuando le preguntó por los motivos de la nominación del juez fue endeble. La Corte está en el centro de la atención y la preocupación del Gobierno. De sus decisiones dependerá la suerte de varias de las medidas claves que el oficialismo necesita para llevar adelante su gestión. Está claro que el organismo está llevando las cosas a la larga a la espera de que la política resuelva algunas de las controversias sobre las cuales se le pide dictamen.
El párrafo final es para Rosario, que está en el centro de la atención del Gobierno. Más allá de las polémicas generadas por la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico, lo vivido personalmente en las 48 horas que pasé en Rosario permite dar una idea de la complejidad de la situación. Estuve en los lugares en donde asesinaron a los dos taxistas –Héctor Figueroa y Diego Celentano–, al chofer de colectivo –Marcos Daloia– y al despachante de combustible –Bruno Bussanich. Como consecuencia de ello recibí una amenaza de muerte, en la que me advertían que me podría pasar lo mismo que a José Luis Cabezas. Hecha la denuncia, la policía de la provincia de Santa Fe actuó con una llamativa eficacia y detuvo al sospechoso, quien, sin muchas vueltas, confesó el delito. Luego de escuchar tal confesión, el juez lo dejó en libertad con una pena consistente en llevar adelante tareas comunitarias. ¿Alguien puede creer que así se puede combatir al narcotráfico con éxito?
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