Frankenstein vs. Drácula…
El joven Frankenstein. Dibujo: Pablo Temes
La humorada que circuló en las redes resume el
destino de fracaso que parece esperar al país.
© Escrito el sábado 28/10/2023 por Nelson Castro y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El viernes y el sábado, la escasez de nafta complicó
la vida cotidiana de millones de ciudadanos. Fue producto de la falta de pago
de las importaciones de combustibles que llegan a través de barcos. El jueves y
el viernes varios colegios privados hicieron saber que cerrarán sus puertas
dejando colgados a miles de alumnos que no saben dónde continuarán sus estudios
el año próximo.
El viernes, seis sociedades cardiológicas hicieron saber, por
medio de una carta pública, que no tienen los insumos necesarios para la
realización de procedimientos diagnósticos y terapéuticos de los cuales depende
la vida de cientos de miles de enfermos. En un tenor similar, los
otorrinolaringólogos comunicaron la falta de miles de insumos utilizados en
trasplantes auditivos.
La harina y, por ende, el pan aumentaron.
Algunas plantas automotrices debieron suspender sus actividades por falta de
autopartes necesarias para la fabricación de vehículos.
Lo notable es que la dirigencia política vernácula no se ocupó de
ninguno de estos temas.
Los resultados de las elecciones confirman que este es un país fuera de norma.
En No Tan Juntos por el Cambio se dedicaron a pelearse a rabiar,
tal como vienen haciendo desde un hace un tiempo demasiado largo y fatigoso. Y
en Unión por la Patria –que, en verdad, debería llamarse Unión por los Cargos–
desde Sergio Massa para
abajo se dedicaron a ver cómo podían destruir a la oposición. Ante tal
panorama, nadie puede sorprenderse por esta proliferación de problemas que
afectan al ciudadano y a la ciudadana de a pie. Como reza la Epístola Moral a
Fabio, de Andrés Fernández de Andrada: “Esta invasión terrible e importuna de
contrarios sucesos nos aguarda desde el primer sollozo de la cuna”.
Los resultados de las elecciones del domingo pasado confirman que
la Argentina es un país fuera de norma. La lógica política ha demostrado a lo
largo de los siglos que un gobierno desastroso como el de Alberto Fernández,
Cristina Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof no tendría ninguna chance de
alzarse con la victoria. Sin embargo, el domingo pasado esa lógica no se verificó:
el ministro candidato, cuya gestión llevó el índice de inflación a los niveles
más altos de los últimos treinta años, ganó. En Lomas de Zamora, el candidato a
intendente Federico Otermín, un delfín de Martín Insaurralde complicado en el
caso de los empleados ñoquis de la Legislatura bonaerense a los que les cobraba
sus sueldos Julio “Chocolate” Rigau,
arrasó. Lo mismo ocurrió con Kicillof, de penosa gestión al frente de la
gobernación de la provincia de Buenos Aires.
Ante este escenario se impone, pues, una reflexión: existe en gran
parte de la sociedad argentina una cultura peronista arraigada e inamovible.
Números más, números menos, representa alrededor del 40% del total de la
población. Eso explica muchas cosas del perfil de la dirigencia política y del
fracaso de la Argentina, un fracaso que se proyecta al futuro. Esa cultura
populista no solo abarca a los sectores más pobres, sino que se extiende a
sectores de la clase media. El ejemplo más claro de esa cultura populista lo
representa el plan platita que aplicó el Gobierno a partir de su derrota en las
PASO en forma obscena. La eliminación del impuesto a las ganancias a la cuarta
categoría, el festival de bonos y la distribución de heladeras, cocinas,
licuadoras, colchones y otros bienes, todos pagados con fondos públicos sin
ningún tipo de pudor ni reparo, fueron parte de un folclore ya conocido y, sin
dudas, exitoso.
Las sociedades que convalidan el populismo exhiben un alto grado
de corrupción. Una de las consecuencias más nefastas de la corrupción es la
pobreza. Por supuesto que, para alcanzar la victoria, el Gobierno contó con una
gran ayuda: la división de la oposición. La matemática da una idea cabal de la
irresponsabilidad absoluta de sus dirigencias: la suma de los votos de Juntos
por el Cambio más los de La Libertad Avanza supera el 50%. Unidos hubieran
ganado en primera vuelta. Separados, perdieron y le permitieron al peronismo ganar
haciendo, en cuanto a cantidad de votos, la peor elección de su historia.
Verlos ahora juntos –a los abrazos– a Javier Milei y a
Patricia Bullrich impacta. ¿Cómo no advirtieron que divididos perdían? El
ejemplo más previsible es el de la provincia de Buenos Aires, en donde Néstor
Grindetti y Carolina Píparo le regalaron la elección a Kicillof. El caso de
Grindetti merece un párrafo aparte: pidió licencia al frente de la intendencia
de Lanús para asumir la presidencia de Independiente. O sea, privilegió el club
del cual es hincha por sobre los problemas de la gente de su ciudad.
Conclusión: no solo no ganó la gobernación, sino que su candidato a intendente
perdió. ¿Se podía esperar otra cosa?
A la oposición la aniquiló la soberbia. Empezando por Mauricio Macri, que sigue
creyendo que hizo un buen gobierno y que no fue comprendido por la gente. A eso
le agregó su comportamiento en esta semana buscando despegarse de la derrota.
Ante la estrategia de Massa de dividir a la oposición, Macri debió haber sido
un factor de aglutinación. En vez de echar culpas ajenas, debió haber procurado
ser un factor de unión.
Un nuevo tablero político.
También el radicalismo hizo
un enorme aporte al zafarrancho de JxC. Los cegó la bronca que todavía guardan
del ninguneo al que fueron sometidos por los popes del PRO. La pantomima que
desplegaron luego del acuerdo de Patricia Bullrich con el líder libertario
estuvo teñida de hipocresía. ¿Alguien podía esperar que el sector más duro del
PRO se mantuviese “neutral” ante el avance de Sergio Massa? Por otra parte, los
vasos comunicantes entre varios dirigentes de la UCR y el tigrense, que
enojaron al expresidente, efectivamente existieron. Pero también Milei fue
funcional a Massa. ¿O es que en el PRO olvidaron que el libertario le votó al
ministro-candidato la ley de quita del impuesto a la cuarta categoría?
Javier Milei pasó de “la casta tiene miedo” a negociar con ella.
No es algo nuevo. Ya lo había hecho con Luis Barrionuevo. Increíblemente, le
creyó al dirigente gastronómico, que le prometió que le iba a asegurar la
fiscalización de los comicios, cosa que, en los hechos, no se verificó. Hubo
mesas en las que La Libertad Avanza sacó cero votos, cosa que también le
ocurrió a JxC. Milei necesita ahora arreglar con la casta. Su abrazo con
Bullrich terminó de transformar su eslogan en un blef.
Uno de los memes más difundidos en las redes expresa que el 19 de
noviembre la sociedad deberá elegir entre Frankenstein y Drácula. La humorada
refleja a la perfección el destino de fracaso al que parece estar condenada la
Argentina.
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