Un espectáculo decadente…
En el círculo áulico que rodea al ministro de Economía había caras de alegría y un sentimiento de euforia el jueves tras la difusión del índice de inflación de junio. El 6% clavado sorprendió a propios y extraños. Por lo bajo, no fueron pocos los que en el Gobierno le bajaron el tono inmediatamente a la algazara.
“En los bolsillos de la gente esto no hace ninguna diferencia”, se sinceraba un funcionario con contacto diario con la calle. Le asistía la razón. El índice de Precios al Consumidor toma como precios de referencia aquellos que el Gobierno congeló. El problema es que la disponibilidad de los productos que entran en ese acuerdo es siempre limitada. A muchísima gente se le hace literalmente imposible acceder a esa mercadería. Debe conformarse a comprar lo que encuentra a un valor que supera el de los precios acordados. Pero no sólo el bolsillo de la gente no guarda relación con la euforia gubernamental. Tampoco el dólar parece haber tomado nota de lo que el oficialismo presenta como una baja de la inflación. Los 27 pesos que aumentó el dólar blue en esta última semana, expresa no sólo las idas y vueltas para cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario, sino también la vulnerabilidad de la economía argentina. Por más que el relato intenta mostrar lo contrario, todo está atado con alambres.
De nada de esto habla Sergio Massa en sus apariciones públicas. Es evidente que, aunque lo niegue, ya tiene puesto el traje de candidato y eso se deja ver en todo lo que hace. Piensa que con un sobreactuado despliegue de actos e inauguraciones todo se tapa. Esto es propio de los que se sienten en una posición de debilidad. Es la que hoy en día exhibe el ministro. Una de las consecuencias de tal debilidad es el sesgo que ha adquirido su campaña, basada principalmente en el ataque a sus adversarios. En el Gobierno han vuelto a echar mano al recurso del miedo para cooptar votos bajo pretexto de que si ellos no son gobierno, sobrevendrá la debacle.
¿Se puede estar aún peor? Todo lo que hay son
afirmaciones negativas y acusaciones contra sus adversarios. Una campaña
electoral pivota sobre esas premisas cuando no hay nada positivo que mostrarle
a la sociedad. Es lo que le está pasando al oficialismo: no hay logros
económicos; la inseguridad reina por doquier, la salud pública está colapsada,
la educación pública con un deterioro imparable y el narcotráfico enseñoreado
en extensas zonas del país. El nivel de desorden y decadencia que azota al país
es fácilmente palpable en cada uno de los ámbitos de la vida diaria. La gente
ya no puede más.
Massa está convencido de que, si en la interna de No tan Juntos por el Cambio se
impusiera Patricia Bullrich, sus
chances de ganar la elección en octubre aumentarán. Hacia ella apunta. Es la
rival perfecta para polarizar en un eventual ballottage. La ideología siempre
manda. En su entorno se esfuerzan por recordar las condiciones en las que
asumió: “Sergio se hizo cargo de la Argentina cuando nadie más quería tomar el
mando. Logró darle estabilidad a un gobierno que estaba terminado. Como dijo la
vicepresidenta no arrugó y va para adelante, eso nadie lo puede negar”. La
kirchnerización del tigrense tampoco es algo que se pueda negar. El ministro y
candidato necesita impregnarse de kirchnerismo duro para evitar que esos votos
terminen en manos de su competidor en la interna, Juan Grabois. Años atrás juró
que no volvería a calzarse el traje K y que iba a “barrer con los ñoquis de La Cámpora”;
ahora necesita convencer a todo su espacio que, nuevamente, es uno de ellos. La
vice en funciones sabe que, por el momento, es la mejor carta que tiene en el
mazo y no duda en elogiarlo públicamente aunque para ello deba taparse la
nariz.
La inauguración del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner es
un episodio de esta campaña pobre en ideas que merece un capítulo aparte. La
obra debió haber estado terminada mucho tiempo atrás. Pasaron al menos dos años
de gastos innecesarios en materia energética que se traducen en más de 5 mil
millones de dólares despilfarrados por la inoperancia. Hay además, una
investigación muy bien documentada del colega de CNN Ignacio Grimaldi quien
sacó a la luz reuniones secretas entre el Gobierno y empresarios de Techint
meses antes de la licitación para la construcción del tramo final del gasoducto
que terminó en manos de esa empresa. Las licitaciones en obra pública siempre
fueron el talón de Aquiles del kirchnerismo y la puerta de entrada a los
negocios propios y la corrupción. La Justicia deberá investigar estos últimos
episodios.
En el acto inaugural se los vio “unidos y organizados”. Allí compartieron
escena CFK, Alberto Fernández y
el propio Sergio Massa para una simulación de puesta en marcha que fue
sencillamente vergonzosa. Al día siguiente, comenzaron a circular los videos
tomados por los verdaderos operarios y trabajadores del lugar que mostraban
cómo se desmontaron los caños que luego fueron llevados en camiones con destino
incierto. Todo fue una farsa para alimentar la campaña. Las explicaciones
posteriores del Gobierno pasaron a formar parte del relato al que nos tienen
acostumbrados.
La oposición tampoco fue capaz de dar una imagen
superadora. Allí nadie tiene siquiera la intención de bajarle el tono a las
disputas internas. Mucho menos la conciencia del daño que le están haciendo al
proceso democrático lavando constantemente los trapitos al sol sin discutir
ideas o proyectos de país que puedan poner a disposición de los votantes.
La ausencia de debate propiamente dicho, le quita a la campaña su razón de ser. El ciudadano deberá acudir a las urnas con muy poca información de calidad acerca de lo que realmente harán los candidatos que se disputan el poder. Sin más, lo que domina la escena es la agenda política –de los políticos– basada en la chicana, los personalismos y las agresiones que poco aportan a la esencia del proceso electoral.
La brecha que separa las preocupaciones de los ciudadanos de a pie con el espectáculo decadente que venden quienes aspiran a ocupar un cargo es abismal. Sin lugar a dudas estamos ante la campaña más pobre, desordenada y carente de contenido de los últimos 30 años. La dirigencia política toda, está en deuda con los argentinos –una vez más–.
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