Desgaste oficial…
Gobierno desconcertado. Preocupa
la grieta, pero no la que existe con la oposición sino la que divide al Frente
de Todos.
© Escrito por Nelson Castro y publicado el sábado 1601/2021 por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
El
gobierno necesita oxígeno. El gabinete necesita oxígeno. No hay que tomarlo a
mal, es algo lógico. Cuando asumimos nadie imaginó que estaríamos condicionados
por una pandemia a nivel mundial. No estoy diciendo que sin Covid la gestión
hubiera sido ejemplar, lo que quiero transmitir es que el nivel de desgaste de
algunos sectores y funcionarios ya se empieza a notar y los errores están a la
vista”. Quien así se expresa es un hombre del sector de la coalición más
cercano al Presidente con despacho en la Casa Rosada.
Es una
confesión de una realidad cruda que todos los días trasciende los muros de la
Casa de Gobierno. No hace falta transitar sus pasillos para detectarla. Los que
deambulan por esos corredores observan con preocupación los rostros de
desconcierto y hastío que dejan ver muchos de los funcionarios más cercanos a
Alberto Fernández.
“La
grieta que más preocupa no es la que divide aguas con la oposición. Hay una
grieta interna dentro del Frente de Todos. A los que no buscamos la
confrontación como herramienta para una supuesta revolución política -en el
buen sentido- nos llaman tibios o moderados, sin ver que lo que buscamos en la
gestión de acuerdos es el bienestar de los que nos votaron y de los que no.
Esto no puede seguir pasando dentro del gobierno. Porque el sector más
dialoguista no es ajeno a las críticas y se desgasta la capacidad de trabajo.
Del otro lado deberían canalizar mejor las posturas extremistas que se
escucharon esta semana” -se quejó otra fuente albertista-.
La
crítica va dirigida al ex vice gobernador Gabriel Mariotto y a Milagros Sala
que en los últimos días arremetieron con virulencia contra el Presidente.
Muchos
funcionarios que responden a Alberto Fernández se preguntan por qué resignó su
aspiración de liderazgo y, en cambio, decidió someterse a la voluntad de
Cristina Fernández de Kirchner. “Cristina tiene la mayoría de los votos pero
con eso no le alcanzaba para ganar. La victoria se la posibilitó Alberto”,
completa otra voz de su cercanía con tono de decepción y cierta angustia. Lo
que dice es absolutamente cierto. La presencia de AF permitió recomponer una
cierta unidad del peronismo con la reincorporación de Sergio Massa y el aporte
de algunos gobernadores que aún hoy no quieren tener nada que ver con CFK y sus
secuaces. Y eso abarca a La Cámpora.
La
“revolución” que, según le reveló el Presidente a Eduardo van der Kooy,
reclaman los sectores K es el reconocimiento de los objetivos diferentes que
anidan en el Frente de Todos. El kirchnerismo no volvió para ser mejor. Nada
mejor se puede esperar de una estructura de pensamiento arcaico encaramado
paradojalmente en gente joven. Ese es uno de los estigmas K: su atraso
ideológico y metodológico.
Los
atisbos de “revolución” parecen ser el ida y vuelta de las tensiones con el campo,
la nueva fórmula aplicada para el cálculo de los haberes con los que se castigó
a los jubilados, el bochornoso fallo que le permite a CFK cobrar jubilaciones y
pensiones exorbitantes que ningún otro ciudadano percibe, el intento de
expropiación de Vicentín y la reforma de la Justicia buscando no sólo la tan
anhelada impunidad de la vicepresidenta y sus ex funcionarios sino
también la suma del poder público.
Uno de
los territorios en donde la disputa interna se da con más crudeza es la
provincia de Buenos Aires. La resistencia de varios dirigentes a la imposición
de Máximo Kirchner como presidente del PJ distrital no es poca. No es sólo la
oposición a su figura sino también a la metodología de conducción que aplica La
Cámpora.
Ello
está teniendo consecuencias en dirigentes peronistas que quedaron a la
intemperie luego del fiasco de Roberto Lavagna y Consenso Federal, quienes
están dialogando desde hace varios meses con sus pares justicialistas que
forman parte de Juntos por el Cambio. Hay que recordar que tanto Horacio
Rodríguez Larreta como Diego Santilli provienen de las entrañas del PJ. En esa
tarea están muy activos el intendente de Lanús, Néstor Grindetti, su secretario
de Seguridad, Diego Kravetz y el ex ministro de Gobierno de María Eugenia
Vidal, Joaquín De la Torre, un peronista que fue intendente de San Miguel.
Las
clases, otra vez en duda. En medio del rebrote de Covid 19 y los avatares de la
vacunación, la educación y el regreso a las aulas fijado -en principio para el
17 de febrero- vuelve a estar en primer plano. El ministro de Educación de la
Nación, Nicolás Trotta, determinó esta semana que cada provincia fijará la
fecha y la modalidad de ese retorno. Desde el massismo reiteraron que la
presencialidad es fundamental y recordaron que a fines del año pasado “el
ministro Trotta chocó de frente con los gremios y hubo que elaborar una
ingeniería política con gobernadores e intendentes para volver a las aulas.
Anticipan que la negociación será muy dura”. Lo que no dicen es que, desde el
nivel nacional, esta vez no quieren pasar por lo mismo y por eso delegaron las
negociaciones en cada provincia o jurisdicción. Todo un síntoma de la falta de
conducción que asoma desde casi todas las áreas de gobierno. En las últimas
horas se supo la decisión presidencial de avanzar con la presencialidad para no
regalarle esa bandera a la oposición. Un absurdo.
La
presencialidad escolar está internacionalmente recomendada. Es algo fuera de
discusión. Su desafío es la implementación. Lamentablemente la mezquindad de la
puja política de la cual forman parte las conducciones gremiales ha alejado la
posibilidad de un trabajo conjunto e inteligente entre gobiernos y sindicatos.
De haber existido esa actitud se hubiesen encontrado las formas de lograr ese
objetivo de forma segura, como merecen alumnos, docentes y personal auxiliar,
según las posibilidades de cada escuela. “En ausencia de un gran sueño, la
mezquindad prevalece” (Peter Senge).
Producción periodística: Santiago Serra.
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