Otra vez La Bonaerense…
Hoy, más que nunca... Codo a codo. Alberto Fernández - Horacio Rodríguez Larreta. Dibujo: Pablo Temes
Fue una rebelión, que iluminó zonas oscuras.
El Presidente, lejos del diálogo y cerca de Cristina.
© Escrito por Nelson Castro el sábado 12/09/2020 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los
Argentinos.
La crisis que se desató en la
policía de la provincia de Buenos Aires puede ser definida como la crónica de
un conflicto anunciado. Para decirlo con todas las letras: fue una rebelión.
Como tal, es reprochable. El asedio a la residencia presidencial y del
gobernador fueron hechos inaceptables. Fue fuerte ver a miembros de la policía
manifestando por las calles al son de bombos y redoblantes. Las imágenes que se
vieron en los distintos puntos de la protesta parecían extraídas de uno de los
tantos piquetes que forman parte de la geografía política y social de la
Argentina.
Dicho esto, es menester analizar la
causa de los reclamos. Allí aparece una enumeración de demandas que pasan por
la miseria de los salarios del personal policial, la falta de equipamiento –se
deben pagar ellos mismos el uniforme–, la falta de entrenamiento, la falta de
protección, el calamitoso estado de los patrulleros, y un largo etcétera de
carencias.
El detonador del conflicto fue el
anuncio del plan de seguridad que hizo el Presidente el viernes 4 de
septiembre. Cuando se lo examina en detalle, se aprecia claramente que, en
verdad, más que un plan de seguridad de lo que se trata es de un plan de
compras. Como tal, le faltó atender las necesidades de un factor clave: el
personal policial. “Hay que entender la idiosincrasia del policía. No está del
todo cuerdo quien se bate a tiros por un sueldo de 35 mil pesos al mes”, señala
con toda crudeza un ex jefe policial.
Estos reclamos vienen desde hace
años. Tampoco hubo mejoras significativas en la gestión de María Eugenia Vidal
en la que, más allá del slogan “tenemos que cuidar al que nos cuida”, poco y
nada se hizo para mejorar las condiciones laborales y salariales de los
policías.
El conflicto desnudó la falta de
información y de gestión de Axel Kicillof. Sólo una lectura endogámica de la
crisis -algo que abunda en el kirchnerismo- puede hacer creer que el gobernador
salió bien parado de este entuerto. Que el problema haya llegado sin escalas a
las puertas de la quinta de Olivos habla de las falencias del gobierno
bonaerense.
En un municipio del conurbano
gobernado por un kirchnerista de paladar negro, los policías le avisaron de la
protesta al secretario de Seguridad, y le pidieron permiso para ir al
“sirenazo”.
El silencio de los intendentes
peronistas del conurbano fue otro de los datos políticos del conflicto. Ninguno
salió a apoyar de viva voz ni al gobernador ni al ministro de Seguridad.
Sergio Berni ha quedado
indiscutiblemente dañado por esta crisis, independientemente de lo que se
pretenda hacer creer desde las esferas del oficialismo. La relación del
ministro con los intendentes kirchneristas del conurbano es cada vez peor. Se
lleva mejor con los intendentes opositores. Las diferencias vienen desde hace tiempo
y, lejos de zanjarse, se ahondan día a día. “Dice cosas que la gente quiere
escuchar pero que nosotros no compartimos”, señala lapidariamente una voz que
expresa el pensamiento de uno de los jefes comunales de rancia estirpe K, quien
agrega: “En verdad no se sabe cómo se termina de bancar a Sergio, porque él
dice que es de Cristina pero uno no sabe hasta dónde. ¿Es orgánico o se corta
solo?”
Las mentiras del Presidente.
“Fue una jugada a tres bandas. Primero porque ratifica la centralidad de Alberto y le devuelve gobernabilidad, frente a las dudas de los que decían de que no podíamos gobernar; segundo porque ratifica su alianza inquebrantable con Cristina a través de Axel, a quien le da una mano muy grande al resolver el conflicto; y tercero, porque le da un cachetazo a Rodríguez Larreta. Es una jugada arriesgada pero para valorar”.
“Fue una jugada a tres bandas. Primero porque ratifica la centralidad de Alberto y le devuelve gobernabilidad, frente a las dudas de los que decían de que no podíamos gobernar; segundo porque ratifica su alianza inquebrantable con Cristina a través de Axel, a quien le da una mano muy grande al resolver el conflicto; y tercero, porque le da un cachetazo a Rodríguez Larreta. Es una jugada arriesgada pero para valorar”.
Los dichos, que corresponden a un
colaborador estrecho del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, describen el ánimo
imperante en el Gobierno y sirven para dejar al desnudo las falacias del
Presidente. No es verdad que Alberto Fernández sea un hombre interesado en
dialogar. En su incesante proceso de kirchnerización ha perdido esa capacidad.
Tal como lo hace su jefa, Cristina Kirchner, AF impone.
En política, las formas tienen un
enorme valor y hacen al fondo de los asuntos de su concernimiento. Este es un
concepto que el Presidente conoce perfectamente, por lo que pudo haber encarado
el espinoso tema de los fondos asignados a la Ciudad de Buenos Aires de una
manera absolutamente distinta, con clase y jerarquía. Una determinación de
semejante envergadura y consecuencias políticas y económicas no se comunica a
través de un WhatsApp un minuto antes de ser anunciada. AF pudo haber convocado
a Horacio Rodríguez Larreta para hacerle conocer la decisión que estaba a punto
de tomar.
En esa reunión podría haberle
informado acerca de las compensaciones que –según prometió– le dará a la
Capital Federal. Sin embargo, nada de esto hizo. Optó en cambio por una
decisión tipo manu militari. Así es como hacía las cosas CFK durante sus
presidencias. Así es como las sigue haciendo ahora.
Más allá de la validez de la
discusión sobre la repartición de fondos entre la Nación y las provincias –vale
recordar que María Eugenia Vidal supo presentar un recurso ante la Corte
Suprema para reclamar por una reasignación de fondos a la provincia de Buenos
Aires– la apertura de este foco de conflictividad entre Alberto Fernández y
Horacio Rodríguez Larreta tiene consecuencias dañinas para la Argentina.
Nadie se siente atraído hoy en día a
invertir en un país atravesado por este nivel de división política y social. No
deja de sorprender que el Presidente no lo advierta. Es por eso que ni siquiera
la muy buena noticia del arreglo con los acreedores privados ha podido regenerar
un clima de expectativas económicas favorables. Todos los días el Banco Central
pierde dólares. Todos los días algún argentino busca irse a probar suerte a
otras orillas.
En el fondo del conflicto entre la
Nación y la Ciudad de Buenos Aires, despunta, además, una razón fundamental:
desde su llegada al poder, CFK viene desplegando un accionar destinado a dañar
a Rodríguez Larreta a fin de perjudicar sus chances electorales ante su
eventual candidatura presidencial.
El proyecto de la vicepresidenta es
muy obvio: empoderar a Axel Kicillof para hacer de la provincia de Buenos Aires
el bastión desde el cual el kirchnerismo pretende alimentar su proyecto
político de permanencia indefinida en el poder.
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