¿El "negro" Carrillo nazi?...
Dr. Ramón Carrillo. Fotografía: CEDOC
La primera
sensación de todo ser humano bien nacido, al leer o escuchar lo corrillos de
difamación sobre la calificación de la figura emblemática y humanista de
Carrillo, es el estupor.
© Escrito por Donato
Spaccavento, médico sanitarista, el lunes 18/05/2020 y publicado en el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
La primera sensación de todo ser
humano bien nacido, al leer o escuchar lo corrillos de difamación sobre la calificación de la figura emblemática y
humanista de Carrillo, es el estupor.
Empezó a sonar el celular y ya no
paró más, sabiendo que había que salir a defender a un prócer del sanitarismo mundial
y justo en este momento histórico, mis amigues y compañeres, considerándome un
gran admirador y mi referencia sanitaria al Dr. Ramón Carrillo, preguntaban.
Las barbaridades que se decían, merecían dar una respuesta en un tema tan
sensible, no tanto desde el intelecto sino de la ética ultrajada de alguien que
tuvo como conducta la inclusión de los derechos humanos como formativos de su
esencia de ser humano.
Hay que subsanar
este agravio gratuito. Algunos llaman en forma despectiva a muchos de nosotros
-Carrillo incluido- nacionalistas y, al decir de Jauretche, la adjetivación
“nacionalista”, como denostación de los sentimientos nacionales y populares.
Claro, porque una cosa es ser “nacionalista” y otra, muy distinta, es ser parte
del pensamiento nacional, que es popular y democrático, inherente a su
definición misma. Por lo tanto el “Negro” (con su criollísima connotación)
Ramón Carrillo no es
“nacionalista”, es nacional, popular y democrático, precisamente lo antitético
a lo “naZionalista”, elitista, totalitario, antisemítica, ario
(desechando toda otra etnia, inclusive la de la ascendencia en los pueblos
originarios del “negro-indio” Carrillo) y antidemocrático, que es lo que
representó el criminal nazifascismo en la Historia Universal.
Hay algunos malos entendidos, que en
realidad son malas
interpretaciones de los eternos odiadores, que pueden provenir
de las inquietudes de Ramón Carrillo cuando concurría a la Facultad de Ciencias
Médicas de la UBA, que compartió con su primo Jorge Farías Gómez. Éste para
acompañarlo en la aventura idiomática y Ramón con un sentido más utilitario, de
querer estudiar alemán o el “gótico” como lo llamaban ellos. Se entiende el
interés de Carrillo en la tarea por el hecho de ser Holanda y Alemania los
centros del estudio del Sistema Nervioso Central, de la neurología, las neuropatías
y la neurocirugía en el mundo, y como Ramón ya tenía definida su vocación en
cuanto a la especialidad médica relacionada con la neurología era lógico que
tuviera la necesidad de manejar aunque sea mínimamente algún idioma sajón, y en
el tiempo en que él estudió y defectuosamente incorporó la habilidad de
hablarlo. Todo esto está
lejos de conectarlo con el perverso y criminal Hitler que
alcanzaría el poder en 1934, cuando ya Carrillo no estaba en Europa, y lo que descubro
de la elección idiomática fue en la década del 20 en Argentina.
Convengamos, que aún hoy cuando
alguien quiere licenciarse o doctorarse se le pide la elección de dos idiomas
extranjeros, uno derivado del latín y otro del anglosajón, ¿por qué entonces, y
sobre todo por un tema específicamente profesional, sorprenderse que Carrillo
eligió el “gótico” (como gustaba llamarle a él) o el alemán?
Carrillo, una vez
recibido con medalla de oro en la Facultad de Medicina, ganó por esfuerzo
propio una beca para perfeccionarse en Europa. Él eligió su
itinerario de perfeccionamiento: Ámsterdam (Holanda), Berlín (Alemania) –por
las razones ya expuestas de excelencia académica en el sistema nervioso
central-, y, luego como complementarios París (Francia) y Madrid (España).
Luego volvería para ofrecerle al país que lo había formado gratuitamente toda
su sabiduría y experiencia.
Se transformó en pocos años en el creador de uno de los sistemas de salud
pública, sanitaria, preventiva y social más importantes del mundo. Frutos que
estamos recibiendo hasta el día de hoy en que –a pesar de la desgracia de la
pandemia- somos mirados con admiración planetaria.
Además, no
coinciden las fechas para justificar de algún modo –por más errónea que sea la
data– que el Dr. Carrillo pudiera ser admirador de Hitler.
Carrillo tenía 24 años y estuvo casi
tres años en Europa. Se embarcó el 21 de octubre de 1930, sin haberse enterado,
seguramente, que ese tal nefasto político llamado Hitler en el denominado
“putch” de Münich en 1923 había querido dar un golpe de Estado subido a la mesa
de una cervecería y disparando un arma. No se preocupen, es que ni en la misma
Münich se habían enterado de la locura de un extraviado.
El viajero “negrocirujano” (como lo
llama Asurey en una zamba), entró por Vigo, pasó unos días por Hamburgo y la
mayor parte de sus estudios y experiencias los hizo en Ámsterdam, donde el
profesor Brouwer testifica en un conceptuoso certificado que estuvo allí desde
octubre de 1930 hasta el 30 de agosto de 1932. En Berlín estuvo un solo mes, repetimos ¡un solo mes!
(cuando el pequeño partido de Adolf Hitler no había llegado siquiera al parlamento, sin
saberse lo que era “nazismo” –diciembre de 1933, para llegar a ser Führer el 2
de agosto de 1934- cuando Carrillo ya estaba en Buenos Aires organizando
científicamente el Instituto de Clínica Quirúrgica).
Antes de que el becario partiera
para Europa escuchó disertaciones del conde Hermann von Keyserling, quien
además de ser un chanta, era un plagiario de Montesquieu acerca de cómo
operaba la termodinámica en determinadas sociedades, según el clima fuera frío,
templado o cálido.
Por todo esto
pensamos que es muy raro que Carrillo, descendiente por línea materna de
quichuas, juríes, integrado a los pueblos originarios, bien llamado “El Negro”,
de los que sufrieron en carne propia el sojuzgamiento de las clases dominantes
blancas, simpatice con un movimiento político racista e imperialista.
Muchaches, cuando se decidan a mentir, mientan mejor, con más fundamento…
Toda esta macabra leyenda también
puede venir del período de la Segunda Guerra Mundial, cuando la
sociedad argentina se dividió en neutralistas (injustamente también llamados
“germanófilos”, pues comprobadamente, y con poder dirigencial o popular,
siempre en nuestro país predominaron los neutralistas: Victorino de la Plaza,
Hipólito Yrigoyen, Alvear, los militantes de FORJA, hasta el último presidente
de la Década Infame, Santiago Castillo) y los rupturistas (o aliadófilos, esta
vez bien caracterizados porque abarcaban un abanico que iba de conservadores,
radicales, socialistas, hasta llegar al partido comunista tradicional,
estalinista, los que luego se abrazarían todos para enfrentar a Perón en la
Unión Democrática, bendecida por el embajador de los EEUU, Spruille Braden).
Esta grieta se vivía intensamente en las universidades, donde a Carrillo por
poco y a pesar de haber dado un excelente examen para ocupar la cátedra de
Neurocirugía, su antiguo maestro y co-autor de Yodoventriculografía, Dr.
Balado, se opuso a que el Dr. Carrillo ocupara el cargo por su conocida
posición neutralista. Al haber quedado vacante el Decanato de la Facultad de
Medicina, Carrillo lo ocupó sin imaginar que iba a pasar uno de los mayores
disgustos de su vida, aunque nunca lo vivió como una frustración.
Tanto sus compañeros docentes, como
la FUBA, los alumnos, simpatizantes de la tendencia “rupturista”, no lo dejaban
abandonar su despacho sin cargarlo de insultos, escupitajos, tizazos y al
transitar sus galerías le gritaban:
“Peronista” (creyendo que lo insultaban), Entreguista, Colaboracionista, ¡¡¡¡Nazi fascista!!!
“Peronista” (creyendo que lo insultaban), Entreguista, Colaboracionista, ¡¡¡¡Nazi fascista!!!
Ojalá nunca más
tengamos que salir a explicar infamias tan grandes, y menos para salir a
aclarar cuestiones que no eran propia de la bonhomía y el gigantesco médico que
fue Ramón Carrillo, fundador del sanitarismo nacional y primer Ministro de
Salud Pública y Acción Social de la Nación Argentina.
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