A 53 años de la noche más oscura…
Fotografía: Archivo Diario Perfil
La universidad argentina tuvo en La Noche de los Bastones
Largos uno de los acontecimientos que más repercutió negativamente en el
desarrollo de la investigación y la ciencia. El 29 de julio pasado se
cumplieron 53 años de aquel funesto episodio que irrumpió brutalmente en
nuestras aulas.
© Publicado el domingo 03/08/2019 por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Tras
intervenir todas las universidades del país, la dictadura liderada por Juan
Carlos Onganía ordenó durante la noche del 29 de julio de 1966 el desalojo por
la fuerza de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Los
palos con los que la policía reprimió brutalmente a estudiantes, profesores y
autoridades permanecen aún hoy en nuestra memoria como uno de los hechos más
tristes y oscuros que vivió la universidad argentina.
Más conocido como La Noche de los Bastones Largos, el
funesto episodio marcó uno de los retrocesos más importante de la educación
pública, dado que anuló violentamente la aplicación del conocimiento científico
a los problemas del desarrollo nacional.
El hecho fue parte del plan represivo ideado desde el
golpe de Estado del 28 de junio de ese mismo año, que derrocó al entonces
presidente Arturo Illía. El mismo día del golpe, las autoridades de la UBA
realizaron una declaración y un “llamado a los claustros universitarios en el
sentido de que se siga defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria
(…) y que se comprometan a mantener vivo el espíritu que haga posible el
restablecimiento de la democracia”.
Docentes de la Facultad de Ciencias Exactas firmaron,
además, una declaración manifestando su “irrevocable decisión de no reconocer
otras autoridades de la Facultad y de la Universidad de Buenos Aires, que las
que legítimamente emanan del cumplimiento del Estatuto Universitario, así como
de las leyes y de la Constitución Nacional”.
Pero Onganía tenía otros planes. A un mes del golpe de
Estado sancionó el decreto-Ley Nº 16.912 que establecía la intervención de las
universidades y ponía fin a la autonomía, con el propósito de “eliminar las
causas de acción subversiva”.
Por primera vez, las ocho universidades nacionales que
existían en aquel entonces se subordinaban al Ministerio de Educación de la
Nación, al tiempo que se prohibía toda actividad política en las instituciones
de educación superior.
Ante este hecho, las autoridades universitarias de Buenos
Aires, Córdoba, La Plata, Tucumán y Litoral decidieron renunciar, y nueve
decanos de la UBA dimitieron junto con el Rector Hilario Fernández Long, entre
ellos, Rolando García, decano de la Facultad de Ciencias Exactas, quien además
decidió resistir la intervención junto a cientos de estudiantes, profesores y
graduados.
La respuesta no tardó en llegar y a las diez de la noche
del viernes 29 de julio de 1966 las tropas de Infantería comandadas por el
comisario Alberto Villar reprimieron violentamente. El ataque a la Facultad de
Ciencias Exactas no fue azaroso, dado que la institución se erigía como emblema
de las ideas progresistas que se impulsaron en esos años.
La brutal represión, que culminó con más de 400
detenidos, cortó abruptamente la llamada “década de oro” de la universidad
argentina, iniciada con la gestión del rector Risieri Frondizi durante la
presidencia de su hermano Arturo. Aquel proyecto interrumpido en la feroz noche
del 29 de julio se destacaba, entre otras características, por impulsar una
universidad crítica y reflexiva, donde la investigación era parte fundamental
de la actividad de los docentes.
Como consecuencia del ataque de Onganía a la universidad,
se inició un vaciamiento de los mejores exponentes del pensamiento argentino.
Durante los meses siguientes a la represión, unos 1500 docentes e
investigadores fueron despedidos o renunciaron a sus cátedras, y una importante
cantidad de ellos se exiliaron y fueron contratados por otras universidades del
mundo.
Así, la Noche de los Bastones Largos inició una política
de persecución, violencia e intolerancia al pensamiento y a la reflexión, que
traería enormes consecuencias negativas al desarrollo científico y a las
instituciones universitarias.
A 53 años de ese acontecimiento aciago, es fundamental
reafirmar los pilares indiscutibles de nuestro sistema universitario: los
principios de autonomía y cogobierno, la convivencia democrática, el respeto
por la diversidad, el espíritu crítico y la rebeldía reformista.
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