Era la economía, estúpido…
Marcos Peña y Mauricio Macri
Las lecciones que el núcleo duro PRO
no supo ni quiso aprender durante el mandato.
© Escrito por Silvio Santamarina el lunes
12/08/2019 y publicado por la Revista Noticia de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Aquella frase -“the economy, stupid”-, que acuñó el estratega de campaña de Bill Clinton para ganarle a Bush
padre aprovechando los golpes que la recesión le daba a la imagen del
presidente republicano, se incorporó a la sabiduría política argentina como
pocas. Sin embargo, una lección tan obvia como aquella fue soslayada
sistemáticamente por los gurúes electorales del macrismo, desde que empezó a
picar la alergia de la inflación recesiva, por motivos que vale la
pena repasar.
Uno de ellos es estrictamente de
doctrina económica: aunque el Gobierno cambió de funcionarios ante cada
crisis financiera que le tocó enfrentar, nunca tuvo la vocación o la ductilidad
como para al menos considerar un Plan B. Su teoría y su acción se
limitaron a prometer y a esperar la llegada de los “brotes verdes”. Incluso
en la conferencia de prensa del Presidente tras la paliza de las PASO, su
postura se mantuvo inamovible, acrítica, con la mirada puesta en la demorada
“lluvia de inversiones”.
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Otro motivo por el que el macrismo
olvidó la famosa máxima que el gurú James Carville le bajó a los militantes
clintonianos en 1992 es la soberbia tecnocrática del núcleo duro PRO.
Las planillas Excel, el proselitismo microsegmentado, la militancia de trolls y
bots en redes sociales, la alquimia del Big Data… todo ese humo se desvaneció
en el aire de la noche del 11 de agosto, empañando la mirada de un
Macri tan sorprendido por el contraste entre las encuestas previas y el
escrutinio como cualquier ciudadano superficialmente informado por el noticiero
de la hora de cenar. Esa soberbia, a la que hizo referencia la siempre
apocalíptica Elisa Carrió sobre el escenario de la derrota, tiene nombre y
apellido: Peña y Durán Barba.
Pero de nada sirve –salvo para la mesa
chica de la derrota- identificar a los más y los menos responsables de esta
catástrofe estratégica. Casi desde el
comienzo del mandato, en la opinión pública –incluso la más amigable con el
macrismo- se advirtió el riesgo que implicaba la estrategia de polarizar
obsesivamente con la figura de Cristina Kirchner, como escudo permanente contra todos los tropiezos económicos en los que
incurría el Gobierno.
La grieta funcionaba, es cierto, pero
con el mismo potencial explosivo de las Lebacs, las Leliqs y demás artilugios
de contención financiera. Tarde o
temprano, el monstruo recreado diariamente por el relato PRO resurgiría de sus
cenizas para cobrarse venganza. El momento parece haber llegado, con la
patética sorpresa de las muertes anunciadas.
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Para decirlo en un lenguaje que volverá
rápidamente a ponerse de moda en la intelectualidad del futuro oficialismo K:
la mirada clasista le impidió ver al macrismo lo evidente. Sin economía, la
política no es nada, especialmente en la Argentina de hoy. Y la
economía no es solo la voz de los mercados, sino también su otra cara: el barro
profundo, la heladera vacía y la persiana baja. Eso que el peronismo
todavía sigue percibiendo –y manipulando- con picardía. Aquella
lección es la que no terminó de aprender el ala tecno del PRO, desoyendo
incluso las advertencias desesperadas de su ala política. Era la economía,
estúpido.
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