Estamos mal, eso
prueba que vamos bien…
Una hora clavada habló el presidente Mauricio
Macri. Sería un ejercicio interesante (y masoquista) observar la pieza sin
sonido. Se notaría, aún más, cuán envejecido está el mandatario incluso debajo
de la gruesa capa de maquillaje. Se percibiría un rostro entre tenso y enfurecido,
sin concesión a una sonrisa o a un rictus amable ni siquiera cuando aludió al
futuro pum para arriba. Están pasando cosas y el lenguaje corporal las
denuncia.
© Escrito por Mario Wainfeld - mwainfeld@pagina12.com.ar -el viernes 01/03/2019 y publicado por el Diario
Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Con
sonido, seguramente, la expresión más repetida fue “cambio profundo” con
variantes mínimas. La cantidad de aplausos oficialistas, interminable. Una de
las mayores ovaciones de las bancadas oficialistas premió al DNU sobre
extinción de dominio, un desaire al propio Congreso. La incongruencia atañe a
oficialistas de dos poderes.
Se
vivieron momentos más psicóticos. Por ejemplo, cuando Macri enunció la
reducción de la pobreza, la baja de la inflación, el crecimiento y la creación
de empleo supuestamente sucedidos hasta 2018. Con subterfugios y gambeta corta,
aceptó que ese cuadro es pasado, que el presente es distinto. Agreguemos: con
indicadores deprimentes. A no mortificarse, martilló el mandatario, estamos
sentando las bases, los cimientos, tendiendo puentes, construyendo futuro.
En los
primeros minutos Macri situó el origen de los problemas argentinos más allá de
la “herencia recibida”, los remitió a 70 años atrás, “son estructurales”. Pero
consagró buena parte de la hora a fustigar al kirchnerismo con tópicos
recurrentes como la relación exclusiva con Irán y Venezuela, la entrada al
mundo.
El
único anuncio importante fue la elevación de la Asignación Universal por Hijo
este mes un 46 por ciento. Sería un aumento interesante si cumple la promesa.
Los
silencios merecen nombrarse: no se nombró al Fondo Monetario Internacional (FMI),
ni a las palabras “tarifas” o “dólar”. No se enunció ninguna reforma laboral
grata al oficialismo. Ni mentó “derechos”, vocablo y concepto al que es
refractario.
Hubo
menciones en varios tramos a las mujeres, sus derechos, compartibles críticas
al abuso. Estaban guionadas, son estimulantes igual. Pero cuando Macri
interpeló a la Asamblea, legisladoras y legisladores, usó el vocativo
“señores”, lejos del lenguaje inclusivo y aún del protocolo de los maestros de
ceremonias old fashion (“señoras y señores”).
Macri
enalteció a las Pymes y a la apertura de fábricas, cuando su política económica
lleva al cementerio a las empresas chicas o medianas y a la industria.
El
discurso urdió un hilo gánico, auto contradictorio. Todas las dificultades y
tropiezos, propone el presidente, comprueban que se está yendo por el buen
camino. Los retrocesos imprevistos acreditan la razonabilidad del rumbo.
Reformula a Bernardo Neustadt, propagandista del menemismo: que estemos mal
evidencia que vamos bien.
Tres
lapsus freudianos alteraron la lectura. El primero cuando anotició que se están
protegiendo las fronteras con el auxilio del narcotráfico. Había querido decir
“ejército”, no es lo mismo. Las cámaras de la TV pública, rutinarias y atentas,
obviaron mostrar al ministro de Defensa Oscar Aguad.
El
segundo comentó la “radiación social” del Norte argentino, queriendo hablar de
la solar.
La
frase “viendo qué trabas podemos renovar” fue el tercero menos saliente pero
acaso no menos confesional.
El
desplazamiento de la realidad fue el hilo clave. Habló de un futuro hipotético,
dudoso y eludió todo lo posible las menciones sobre el presente, tangible. Se
difundieron o difundirán en estos días la reducción del Producto Bruto Interno,
la inflación, los cierres de industrias. Quedaron afuera del radar.
Terminó
in crescendo, como debe ser, dejando la sensación de ir a un combate. Refirió
haber recibido mensajes de tres mujeres argentinas, pobres y felices, un
clásico de la publicidad duranbarbista. Reconoció que “muchos van a pensar que
están peor que hace años”. En una de esas no es que lo piensen sino que lo
están.
Sin
nada que mostrar, sin mejor herramienta que colisionar contra el kirchnerismo,
el hombre que enfeudó el porvenir con una deuda externa colosal y delegó el
manejo de la economía al FMI alegó haber dejado atrás la “imposibilidad de
hacernos cargos de nuestros problemas nosotros mismos”.
La disociación con la
realidad constituyó, junto a la soberbia, el karma del discurso sobre el que
escribimos sobre tablas pronunciado en una sesión tumultuosa. Con las
inmediaciones del Congreso cercadas como si estuviéramos en guerra o en el
cónclave del G-20, el trance más dichoso que Macri pudo rescatar tras tres años
largos de gestión.
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