La decadencia de Venezuela se palpa en las calles a cada paso…
La realidad de
la gente. Castro entrevistó a ciudadanos de a pie, que enfrentan con dignidad una
crisis que tiene costados dramáticos e insólitos. Fotografía:
Cedoc Perfil / ap
Nelson Castro fue testigo en Caracas del drama humanitario que aqueja a los
venezolanos. Apagón, agua contaminada, corrupción y un Estado policial.
La imagen desde la
ventanilla del avión que se acerca al aeropuerto de Maiquetia es imponente. La
geografía de Caracas es impresionante, la combinación de montañas fértiles y mar
le da esa particularidad única de la espectacularidad. Ver desde allá las aguas
de un azul-turquesa, ese mar bañando las playas y esa tierra potente, da la
idea de un país poderoso y rico.
Todo esto se desvanece cuando el avión toca suelo en
el aeropuerto de
Maiquetia, se desvanece desde la imagen y también desde la
percepción: la
autopista deteriorada, poceada, hace el andar tortuoso hasta la
plataforma de llegada, y la imagen desolada de los pocos aviones sobre ese
inmenso aeropuerto da una idea clara de la decadencia por la
cual está atravesando Venezuela. La puerta de entrada marca el contraste del aeropuerto con la majestuosa geografía
de Caracas.
Entrar a Caracas no es fácil, salir de Caracas, tampoco. Entrar significa
superar una barrera de sospechas: si se va por un día, por qué por tan poco; si
se va por más días, por qué por tanto tiempo; si no se tiene impreso el pasaje
de vuelta, la reserva del hotel, por qué no se la tiene.
En este contexto la idea
que uno tiene es que es absolutamente vulnerable y que todo es impredecible,
tal vez dependiente del humor con el cual el empleado o empleada de Migraciones
está dispuesto a hacer cumplir la férrea estructura de control que se cierne
contra todo aquel que llega a Caracas. Si se arriba con
material para filmar, celulares,
cámaras implican un escollo de una hora. Trasponer
todos los controles del aeropuerto da una clara percepción de la situación de
tensión, que se corrobora con la enorme cantidad de personal de la policía, de
la guardia nacional, que se despliega sobre un aeropuerto prácticamente
desierto.
Fui a Caracas con la
idea de conocer y reflejar la realidad de la gente, por eso tomé la decisión de
no entrevistar a ningún político, ni del gobierno ni de la oposición. La idea
fue hablar con la gente y escucharla. Pensé que debíamos ir a buscar esa dura
realidad en lugares marginales de Caracas, pero la sorpresa apareció al primer
paso: a cuatro
kilómetros del aeropuerto de Maiquetia, sobre la autopista que lleva hasta el
centro de Caracas, nos encontramos con la gente tratando de recoger el agua de
un caño, un caño que juntaba el agua que venía de las casas
ubicadas sobre la ladera de una de las montañas –zona de favela–, por lo tanto,
un agua absolutamente contaminada. La gente la utilizaba, allí había madres,
padres, jóvenes, había niños.
Me impactó ver una bebé
de tres meses sola en un cochecito, tapada, sobre un montículo, mientras su
madre lavaba su ropita, con la que luego la arroparía, en agua
contaminada. Esa agua contaminada también se utiliza para cocinar, algunos la
beben; solo los que pueden consumen agua mineral. Con la maravillosa ajenidad
que da la infancia, los niños se zambullen una y otra vez en ese pequeño
estanque natural para refrescarse y vivir con aires de aventura esa realidad
tan trágica. En ese contexto, una
mujer nos relataba la angustia que vive por estos días, ya que su hijo está
enfermo y no consiguen los
antibióticos que necesitan para tratarlo, entonces
se encomiendan a curanderas para mejorar la salud, lo que no puede lograr por
los medicamentos que ni en hospitales ni en farmacias se consiguen.
En ese entramado
aparecen las expresiones de la gente, que, con una dignidad increíble, enfrenta
esa circunstancia indigna de supervivencia. Todos saben que lo importante es
vivir el hoy, sin poder prever que es lo que va a deparar el mañana. Venezuela es un país rico, tiene petróleo, los llanos del Orinoco que son de
una enorme fertilidad. Ese
país rico ha estado castigado fundamentalmente por la corrupción.
La Venezuela democrática que surgió después de
la brutal dictadura de Marcos Pérez Jiménez fue una Venezuela que
lamentablemente no pudo acompañar ese ejercicio de la democracia con decencia y
libertad.
Como consecuencia de esa indecencia durante los años de plenitud democrática, a la circunstancia institucional de la democracia no la acompañó el bienestar de la gente. Dos partidos se alternaron en el ejercicio del poder y ninguno de los dos se preocupó por mejorar esa situación.
Como consecuencia de esa indecencia durante los años de plenitud democrática, a la circunstancia institucional de la democracia no la acompañó el bienestar de la gente. Dos partidos se alternaron en el ejercicio del poder y ninguno de los dos se preocupó por mejorar esa situación.
Como consecuencia de esa
desigualdad social surgió Hugo Chávez, quien fue producto de la corrupción política, de una falsa ilusión de
mucha gente que creyó que en aquel golpista iba a encontrar la decencia que no
había traído la política ortodoxa. La
realidad demostró que se equivocaron, de una manera que hoy les pesa a muchos
de aquella mayoría que lo votó, y tanto les pesa que los fuerza –a los que
pueden– a salir del país.
A aquella Venezuela
desigual le siguió más desigualdad de la mano de Chávez. A aquella Venezuela
castigada por la pobreza le siguió una Venezuela igualmente castigada por la
pobreza generada por Chávez. La
corrupción ahora se disfraza de progresismo político, pero es
tan nociva, tan brutal, tan evidente, tan palpable y tan cruel como lo era en
aquellos años previos a este chavismo que tiene como objetivo –aún muerto
Chávez– perpetuarse en el poder indefinidamente.
El apagón de estos días ha sido producto de la corrupción, de la falta de
mantenimiento de la infraestructura. La decadencia de Venezuela se palpa en las
calles a cada paso, se observa en los modelos de autos –no hay autos nuevos–, los
concesionarios importantes no venden autos nuevos, ni de su propia marca. En
grandes salones desolados se ven dos o tres autos usados a la venta. Los
edificios, con sus frentes grises por el paso del tiempo, sin la pintura que le
dé la frescura de la renovación, marcan esa decadencia.
En
esa Venezuela de la decadencia, a nadie le sorprendió esta crisis energética,
que seguramente no será la última, que no termina de resolverse y que Maduro
busca culpar, atribuir a la cibertecnología del gobierno de Trump. Hecho que
desmienten todos los científicos, los estudiosos, los técnicos importantes de
Venezuela, que confirman que esta crisis –que no ha cesado– es producto de la
falta de mantenimiento.
La
falta de mantenimiento que lleva a esta crisis energética agravada por la falta
de agua no ha hecho más que transformar este drama en una tragedia,
porque producto de
la falta de energía eléctrica murieron 21 pacientes en los hospitales de
Venezuela por no poder ser asistidos –entre otras cosas– con los tratamientos
de diálisis que les correspondían.
La
Venezuela de hoy es una Venezuela del imponderable, en la cual las personas
sienten afectada su dignidad a cada paso, no solamente porque no tienen luz ni
agua, sino porque no pueden planificar; quien hoy quiere comer fideos tal vez
deba optar por arroz, porque no hay fideos, y quien mañana quiera carne deba
optar por polenta, porque mañana habrá polenta y no carne. La dignidad se ve
afectada porque el trabajo formal hoy no asegura la supervivencia y es en la
informalidad donde aquel que quiere tener acceso a los elementos mínimos para
subsistir puede hacerlo.
La
fachada de normalidad de Venezuela forma parte de esta mentira que castiga a
tanta gente que hoy encuentra que la única esperanza puede ser tal vez el
cambio de gobierno, sin darse cuenta de que nadie sabe cuándo vendrá el cambio
y que por supuesto vendrá con muchas ilusiones, pero va a ser muy difícil la
reconstrucción de esta Venezuela empobrecida, rica pero castigada por este mal
que es el de la corrupción política al cual se agregan la precariedad y la
intolerancia. La
división social es profunda, la antinomia es clara y evidente y la pregunta es:
¿Cuánto demorará en solucionarse esto?
En esta Venezuela así constituida lo que fundamentalmente se observa a cada
paso es la presencia de las fuerzas de seguridad, es un Estado policíaco, donde
la libertad de expresión es difícil, donde el miedo existe, donde la impresión
de ser vigilado es permanente. En esta Venezuela así constituida, trabajar de
periodista es complejo, exige muchos cuidados y la libertad de expresión se
transforma en muchos casos en un imposible. En este presente, la verdad es una
de las tantas víctimas de este enfrentamiento político. Los medios de
comunicación del régimen de Maduro dan idea de una épica que hoy no existe y
dan idea de un país de felicidad y alegría que los rostros de tristeza y los
testimonios de miles y miles de venezolanos desmienten a cada paso en cada
barrio de Caracas.
La crisis en Venezuela tiene costados dramáticos e insólitos, y uno de
ellos se conoció en horas de ayer. Los ladrones tienen problemas también para
continuar con su tarea, los hay de varios tipos: porque no consiguen balas para
sus armas y entonces muchos de ellos se han quedado sin su “herramienta de
trabajo”; porque los que se dedicaban a los secuestros se encuentran con el
problema de que las víctimas no tienen dinero para pagar y –obviamente– el
secuestro se torna inútil. También sucede que en aquellos secuestros en los
cuales se paga algo, lo que se paga tiene tan poco valor que resulta
insignificante.
Por último, en muchos de los casos los saqueadores –otro de los delitos–
cuando han llegado se han encontrado con que era tarde y ya no había nada. Por
lo tanto los delincuentes perciben ahora que la única manera de subsistir es la
de encontrar un trabajo honesto, es una de las paradojas increíbles de esta Venezuela dramática y trágica que
por momentos tiene aires del Macondo de Gabriel García Márquez.
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