domingo, 24 de febrero de 2019

Doble desafío papal… @dealgunamanera

Doble desafío papal…

A solas. Francisco recibió esta semana a Nelson Castro, en medio de la cumbre anti pederastía. Fotografía: Gentileza Santa Sede

Puso la tolerancia cero y abuso cero como objetivos, pero tiene internas en el Vaticano. Jornadas históricas.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 24/02/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Roma eterna; bella Roma; Roma intensa; apasionante. Ciudad de confluencia de lo antiguo y lo moderno. Ciudad de encuentro. Ciudad de vértigo. Sucia en muchas partes. Viva y pujante en todas partes.

En el medio de ese mundo representativo de lo que podríamos llamar lo “italiano” –con todo su fragor– se levanta la Ciudad del Vaticano

Caminar por sus  jardines –imponentes,majestuosos, feéricos– es entrar en un tiempo ido. Reina allí un silencio estrepitoso. Son jardines de un verde intenso que están impecablemente cuidados. Hay un aire de medievo que se percibe a cada paso. La historia sale el encuentro del visitante en cada rincón.

La historia del papado no es solo la historia del catolicismo, sino también la historia de la humanidad. Es el reflejo de la Iglesia “inmaculata ex maculata” (santa e integrada por pecadores) de la que habló Benedicto XVI en una homilía devenida célebre. En el Vaticano conviven la santidad y el pecado. Hay santidad en las miles de historias de fieles servidores de la Iglesia del orden religioso y del orden laico que son ejemplos de vida cristiana: humildes, serviciales, solidarios, generosos y misericordiosos.

Hay pecado en otras muchas historias de quienes, debiendo ser servidores de la Iglesia, se sirven de ella en la búsqueda de poder y riqueza. Los males del poder son la causa de las intrigas vaticanas. Son novelescas las de los papas de la Antigüedad. Cómo no recordar las de Alejandro VI (Rodrigo Borgia), Julio II (Giuliano della Rovere), o Inocencio III (Lotario di Segni). Son también novelescas las intrigas de los papados de la modernidad. Las sufrió Benedicto XVI. Tanto las sufrió que decidió abdicar. Y las sufre también Francisco.

En ese contexto se han venido realizando las jornadas del encuentro sobre “La protección de los menores en la Iglesia”, que han atraído la atención del mundo por la dimensión de la convocatoria y porque es la primera vez que un papa propicia una reunión de este tenor para tratar el doloroso, duro, traumático y dramático tema del abuso sexual en sus diversas formas por parte de sacerdotes y religiosos en sus distintas jerarquías.

La amplia participación –los presidentes de 114 conferencias episcopales, madres superioras de diez instituciones religiosas femeninas y 190 relatores– le ha dado al encuentro un marco de alto impacto. Es la amplitud de esa participación la que ha servido para contrarrestar las voces de los sectores ultraconservadores de la Iglesia que son los enemigos declarados de Francisco y que intentaron boicotear esta iniciativa. Sus voceros fueron en estos días el cardenal Raymond Leo Burke, que fue prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, y del cardenal Walter Brandmüller, presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas. Ambos vienen criticando fuertemente al Papa y negando la existencia de estos delitos. Los dos están identificados claramente con el clericalismo,  que es una corriente de pensamiento que sostiene que el clero debe inmiscuirse en los asuntos de la política a la manera de una casta superior e intocable.


Histórico. Las circunstancias han querido que este encuentro histórico coincidiera con la fecha de la entrevista que me concedió el Sumo Pontífice para mi próximo libro La salud de los papas, de León XIII a Francisco. “Tenemos un gran desafío con este encuentro: escuchar a las víctimas y comenzar a trabajar seriamente en la prevención.” Y está claro que Francisco ha estado trabajando sobre el tema con intensidad. De ahí que en la primera jornada haya presentado un protocolo de 21 puntos con la idea de que esa sea la hoja de ruta concreta sobre la que se orienten las conclusiones de estas jornadas y su posterior implementación.

He ahí un verdadero desafío. Un desafío que reconoce la existencia de un camino lleno de dificultades. Dificultades que nacen de la compleja realidad interna de la Iglesia. Uno de los temas de mayor discusión ha sido la necesidad de uniformar el accionar de los distintos episcopados. Esto será posible si hay por parte de cada uno de ellos una convicción verdadera de avanzar sin fisuras en la dirección que les impone el Papa. Y ahí aparecen las primeras dudas tanto dentro como fuera de la Iglesia. Marco Politti, coautor junto con Carl Bernstein del libro Su Santidad, en el que revela los manejos políticos del Vaticano durante el papado de Juan Pablo II y su rol en la caída del comunismo y un profundo conocedor de la curia, nos señalaba las dudas que genera la real voluntad que tengan los obispos y cardenales de cada país de poner en práctica estas medidas. El arzobispo de Malta, monseñor Charles Jude Scicluna, un obispo clave en las investigaciones de los casos de abuso que terminaron por desenmascarar las conductas perversas del sacerdote chileno Fernando Karadima y la protección que le brindó el obispo de Osorno Juan de la Cruz Barros Madrid, fue claro al respecto: “Deberemos trabajar intensamente para lograr que esto se lleve a la práctica”.

Francisco también sufre las intrigas del papado, como las sufrió Benedicto XVI

Pero junto con las resistencias que pudieran aparecer en los distintos episcopados, están las resistencias internas de la curia romana. Esta es una preocupación no solo de Francisco, sino también de su predecesor, Benedicto XVI. El cardenal Sean Patrich O’Malley, arzobispo de Boston nombrado por el Papa a fin de encabezar una comisión que trata el tema de los abusos a chicos, fue muy claro: “Este es uno de los puntos más importantes de esta reunión y sobre esto tendrán que trabajar mucho”. La presencia de O’Malley como uno de los expositores en la conferencia de prensa tuvo, además, un fuerte contenido político desde el punto de vista de la interna vaticana. O’Malley, que fue uno de los papables en el cónclave de 2013, es un hombre que tiene posturas muy firmes respecto de la necesidad de ser absolutamente inflexibles con los curas abusadores. Fue él quien hizo sentir su voz acerca de la necesidad de escuchar el reclamo y los testimonios de las víctimas que denunciaban a Barros durante el viaje conflictivo de Francisco a Chile en enero de 2018.  

Esa alerta dio pie a ríos de rumores que hablaban del distanciamiento entre Francisco y O’Malley. La presencia del arzobispo de Boston en condición de integrante del panel de expositores fue una desmentida rotunda a tales rumores.

“Concretezza e efficacia” (concreción y eficacia) es lo que está requiriendo el Papa de este encuentro, conceptos que pronunció con énfasis en su discurso de apertura de la jornada inicial. Lo dijo sabiendo lo que todos los participantes iban a escuchar como primer testimonio de una de las muchas víctimas que se han hecho presentes en Roma. Ese testimonio fue el de Juan Carlos Cruz: “Ustedes son los doctores de las almas, y sin embargo, con excepciones, se han convertido, en algunos casos, en los asesinos de la fe”.  

Caso clave. Cruz es un protagonista clave de todo el proceso que culminó con esta reunión inédita en la historia de la Iglesia. Fue –es– una de las víctimas del sacerdote chileno Juan Carlos Karadima. El caso Karadima, que complicó seriamente al obispo de Osorno, Juan Barros Madrid, tuvo repercusión mundial durante la visita de Francisco a Chile. Karadima era un sacerdote de alta llegada a las clases media alta y alta de la sociedad en Santiago de Chile, y las denuncias en su contra tuvieron alto impacto. El hoy sancionado obispo Barros era entonces un sacerdote que había sido discípulo del cura abusador. Cuando las víctimas denunciaron a Karadima hicieron saber que, teniendo conocimiento de lo que estaba pasando, Barros nunca lo denunció. En ocasión de su viaje a Chile, el Papa fue informado del caso y, en busca de su confirmación, habló con el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, primado de la Iglesia chilena. “Le pregunté en cuatro ocasiones si lo del encubrimiento de monseñor Barros era verdad y las cuatro veces me lo negó”, se le escuchó decir al Papa como respuesta ante quienes lo alertaron de lo equivocado que era defender al entonces obispo de Osorno. Por eso Francisco contestó destempladamente a los periodistas chilenos que lo consultaron sobre ese tema en aquel viaje  realizado sobre fines de enero del año pasado.

Afortunadamente, las evidencias de la inconducta de Barros le llegaron al Papa en el tramo de la gira que lo llevó a Perú.

Advertido de su error, el Sumo Pontífice pidió perdón en la conferencia de prensa a bordo del avión que lo llevaba de regreso a Roma. Una vez allí convocó a Juan Carlos Cruz y a otras víctimas del padre Karadima ante las que se disculpó y a las que escuchó con toda atención para luego llamar al Vaticano a todos los obispos chilenos. Allí los reprendió por su actitud de ocultamiento del caso, lo que derivó en la renuncia de varios de ellos, empezando por el cardenal Errázuriz.

La presencia del arzobispo de Boston desmintió rumores de distancia con el Papa.

Como bien escribió Ignacio Cloppet en la edición de ayer de PERFIL, el Papa ha decidido ponerse la Iglesia sobre sus hombros. La frase expresa a la perfección el valor de estas jornadas. Y es así de cierto porque ha sido el empeño personal de Francisco el que ha movilizado todas las estructuras de la Iglesia para que esto fuera posible. Movilizar estas estructuras significa vencer resistencias. Resistencias que se han manifestado durante los tres días de discusión. Cuando esta edición esté en la calle, ya habra culminado la misa de cierre.

Los dos desafíos –una de las palabras claves durante todo el encuentro– que quedan planteados son: tolerancia cero y abuso cero. Tolerancia cero refiere al castigo a quienes cometen estos hechos aberrantes. Prevención cero habla de la necesidad de extremar las alertas y trabajar intensamente en mejorar la formación de los sacerdotes para evitar la comisión de estos delitos. Una de las herramientas fundamentales será la evaluación psicológica de todos y cada uno de los aspirantes al sacerdocio. En este marco apareció el tema de la homosexualidad. Monseñor Scicluna fue muy claro: “De ninguna manera podemos asociar a la homosexualidad con el delito de abuso sexual” –dijo ante una pregunta sobre este punto.

"Ustedes son los doctores de almas, pero en algunos casos, fueron asesinos de la fe"

Entre las víctimas hay posiciones diferentes. Es algo absolutamente entendible. Cada una de ellas procesa sus terribles experiencias como puede. Hay quienes, como Cruz, valoran la decisión del Papa y comprenden  las dificultades que tendrá para imponer su deseo de tolerancia cero y abuso cero. Y hay quienes, como Miguel Hurtado, un catalán de 32 años abusado por el abad de Monserrat, Andreu Soler, que se siente desencantado porque cree que hay un riesgo muy alto de que el Papa diga una cosa y los obispos terminen haciendo otra. Y en el medio hay un tema no menor: el dinero. Hay víctimas que demandan un resarcimiento económico. Y esto también es una alerta que preocupa a los obispos.

En Boston, luego de haberse denunciado los muchos casos que allí hubo, llegaron demandas civiles que obligaron a la Iglesia a pagar altas indemnizaciones –80 millones de dólares– que complicaron –y complican– aún hoy fuertemente sus finanzas.

Obispos en alerta: hay víctimas que demandan un resarcimiento económico.
El abuso sexual de niños y jóvenes se debe, en gran medida, al abuso de poder en el ámbito de la administración.En este sentido, la administración no ha ayudado a cumplir la misión de la Iglesia, sino que, por el contrario, la ha oscurecido, la ha desacreditado y la ha hecho imposible”, expresa uno de los párrafos más significativos de la declaración de los obispos de ayer.

Este párrafo refleja contundentemente las intrigas y las complicidades de poderosos sectores internos de la Iglesia que han impedido investigar y castigar a los autores del aberrante delito del abuso sexual. Acabar con este mal genera luchas intestinas intensas, feroces. Hoy la Iglesia “inmaculata ex maculata” de la que hablaba Benedicto XVI asiste a una verdadera cruzada en pos de acabar con ese entramado de complicidades que encubrió a tantos curas delincuentes y perversos. De cual sea el resultado de esta cruzada depende no el papado de Francisco, sino, como lo dijo con todas las letras el cardenal de Chicago Blase Cupich, el futuro de la Iglesia católica.


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