Verás que todo es mentira…
Las hipótesis a priori deben ser susceptibles de verificación en la
realidad, por lo menos tendencialmente. Tantos pronósticos incumplidos ponen en
duda la credibilidad de todos los economistas del Gobierno.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 16/06/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
“Con los 50 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacional, el dólar baja”. No bajó. Como tampoco florecieron los brotes verdes, ni llegó ningún segundo semestre, ni tampoco los precios en pesos de diciembre de 2015 asumían el precio del dólar blue antes de la salida del cepo. ¿Solo Sturzenegger es quien perdió credibilidad? Tantos pronósticos incumplidos ponen en duda la credibilidad de todos los economistas del Gobierno.
Milton Friedman, en The Methodology
of Positive Economics, escribió: “Los supuestos de una teoría deben juzgarse en
función de su idoneidad para suministrar predicciones suficientemente
ajustadas”. No hay ciencia sin algún tipo de posibilidad predictiva. Las
hipótesis a priori se deben confirmar en el testeo posterior, ser susceptibles
de verificación en la realidad, por lo menos tendencialmente.
Obtener resultados predichos,
esencia del apriorismo, es el fin del conocimiento. En una columna de la semana
pasada, escrita con el mismo clima de escepticismo que hoy, poniendo en duda
que muchos economistas argentinos cumplieran con ese estándar, recibí a pocas
horas de ser publicada dos reclamos de dos economistas celosos de su profesión
que por su extremadamente opuesta adscripción ideológica pintan la singularidad
del Gobierno.
Un pronóstico tras otro se revela equivocado en un clima generalizado de
escepticismo.
Ambos coincidían en que hubo
injusticia en la generalización porque ellos habían pronosticado en diciembre
lo que viene sucediendo, no como la calificadora de riesgo Fitch, que suelta de
cuerpo esta semana bajó de un día para el otro (no escalonadamente) su
pronóstico de crecimiento del producto bruto argentino en 2018 a la mitad de lo
que había previsto en diciembre.
Con razón, Carlos Melconian me
recordó la cantidad de advertencias públicas que hizo sobre cómo se subestimaba
la herencia, se erraba en el diagnóstico y se cometía mala praxis. Desde la
perspectiva opuesta, Axel Kicillof, a quien no conozco, en su argumentación me
envió su discurso de diciembre pasado, cuando se aprobó el Presupuesto y, otro
anterior donde dice expresamente: “Esto termina en el Fondo Monetario
Internacional”.
Que Kicillof, que tiene aversión a Macri, y Melconian,
que tiene justificados motivos para sentirse maltratado por el Gobierno, fueran
de los pocos notables, junto a alguna otra excepción, que advirtieran en
diciembre un futuro económico tan distinto al que preveía el Presupuesto
aprobado en el Congreso no quita la importancia de que la mayoría de los
pronosticadores no lo haya advertido. Ni las consultoras de economistas
argentinos, ni las calificadoras de riesgo como Ficht, ni tampoco el Fondo
Monetario Internacional, previeron una megadevaluación.
Una respuesta posible es porque los pronósticos siempre
están guiados por intenciones, conscientes o inconscientes, lícitas o ilícitas.
El Gobierno y los legisladores de Cambiemos impulsaron un Presupuesto optimista
(dólar a 19 pesos en diciembre de 2018 e inflación anual entre 10% y 12%)
porque deseaban que así fuera, y con su deseo quisieron contagiar las
expectativas de la sociedad para que contribuyera a la realización del
pronóstico: la vieja idea de que el oráculo cumple una función performativa, no
adivina qué va a pasar sino que dice lo que tiene que pasar. El mismo argumento
se podría utilizar para los pronósticos de Kicillof y, de forma muy diferente,
de Melconian: que con su sola formulación contribuyeron a que sucediera lo que
pronosticaron.
En el caso de los estudios de economistas locales, la
explicación puede ser esta: venden sus pronósticos a las empresas cuyos CEO les
piden que por favor sean optimistas con sus proyecciones para que los
accionistas no reduzcan las inversiones y no tener menos presupuesto para todo,
incluso para seguir contratando los informes de los economistas.
En el caso de las calificadoras de riesgo puede deberse a
que no cuentan con más recursos de análisis que el periodismo especializado,
incluso algunas surgieron de editoriales de publicaciones económicas, y siguen
en sus vaticinios lo que dice la mayoría, sin pensamiento propio.
Finalmente, respecto del Fondo Monetario Internacional,
salvo que se trate de un país en beligerancia con las principales potencias que
integran su directorio, sus informes tienen en cuenta el ámbito político y
entonces tratan de no generar la profecía autocumplida.
En un contexto
donde hay crisis de representación, porque las instituciones políticas
perdieron autoridad y legitimidad, el descrédito también afecta a la economía,
que genera una sensación de vacío en los ciudadanos. A Macri se le reclama que
tenga éxito en la economía o que se vaya en 2019, pero en cualquier caso la
sociedad precisará volver a creer en los que saben de economía y creer
que ellos la guiarán hacia el progreso. Sin credibilidad no hay economía ni
política que resistan.
Si lo que se dice que va a pasar reiteradamente no se
cumple, la pregunta a formularse es: ¿“es la economía, estúpido”, como se le
dijo a George Bush padre cuando competía contra Clinton por la presidencia de
los Estados Unidos y perdió, o “es la política, estúpido”? Puesto en otros
términos, ¿el problema era Sturzenegger o en su momento Prat-Gay y hasta el
mismo Melconian promoviendo autocrítica desde dentro del Gobierno, o el
problema es que el propio Presidente perdió credibilidad?
La pérdida de
credibilidad no es solo de Sturzenegger sino del equipo del Gobierno
Otra forma de escaparle al tema de fondo es criticar la comunicación, el
clásico “matar al mensajero”. El error de usar para el día a día del Gobierno
las mismas técnicas con las que Jaime Duran Barba hace ganar las elecciones no
es una explicación válida. No es lo mismo que el Gobierno recién asumido no
haya explicado por cadena nacional la pesada herencia recibida que más tarde
haya anunciado que lloverían dólares, que en el segundo semestre se despegaría
o que ya habían aparecido los “brotes verdes”. Esto no habla de comunicación
sino de una percepción distorsionada de la realidad, probablemente potenciada
por los economistas argentinos y extranjeros que le pronosticaron a Macri un
futuro mejor para poder venderle deuda y servicios de consultoría. En síntesis,
no es ni la economía ni la política, “estúpidos”; es el deseo.
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