De los viajes de Cándido a los propios…
Luque, ilustradora. Es la autora de "Casa
transparente" y "La mano del pintor", una novela gráfica que
cruza una historia familiar con Cándido Lopez y la guerra del Paraguay. Fotografía: Néstor García
Lo obtuvo en México la dibujante argentina María Luque,
autora de “La mano del pintor”.
© Escrito por Ezequiel Viéitez el viernes 01/12/2017 desde Guadalajara y
publicado en la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
A los 34
años, la artista rosarina María Luque vive en el presente un futuro que había
soñado. El domingo, en el Pabellón de Madrid de la Feria del Libro de
Guadalajara, le entregaron el Premio de Novela Gráfica Ciudades
Iberoamericanas, que implica la publicación de su libro Casa
transparente –ya se consigue aquí editado por Sexto Piso, en
febrero estará en Argentina– y un reconocimiento de 7.000 dólares.
Cinco años atrás, Luque trabajaba en una agencia de publicidad y decidió
pegar el salto: soltó el trabajo estable para dedicarse a dibujar. La primera
opción, para bajar gastos, fue ofrecerse entre sus amigos para cuidar casas
cuando salían de viaje. “Era una forma de ahorrarme el alquiler”, dice. Así,
conoció la intimidad de espacios ajenos en Rosario, Buenos Aires y Bariloche.
Mientras tanto, alternaba con exposiciones de sus trabajos en galerías.
Luque
estudió Bellas Artes y hace pinturas en témpera. Su búsqueda la llevó a
recorrer gran parte de América del Sur y ahora Casa transparente, “una
autobiografía gráfica”, como la define, cuenta esa experiencia de incertidumbre
y alegría despreocupada que vivió, de una casa a otra, de un país a otro. Vivir
como nómade, con todas sus cosas en una única valija y explorando otras vidas y
otros paisajes. El relato se construye a partir de vivaces dibujos realizados
con lápices de colores, marcadores, acrílicos y acuarela.
El resultado es un
libro que combina frescura con optimismo a través de Argentina, Perú y México.
Ahora, la artista ya tiene casa fija en Buenos Aires y prepara para marzo una
exposición en la Galería Mardulce. El premio para Luque –que el año pasado
publicó La
mano del pintor (Sigilo), novela gráfica sobre Cándido López–
no llegó en un momento casual. Este año, la FIL de Guadalajara inauguró el
Salón del Cómic y la Novela Gráfica, con un espacio de exposición de 300 metros
cuadrados.
–¿Hay un resurgir de los libros
basados en la ilustración?
–Es un momento de mucha efervescencia y ganó espacio. Hay muchos artistas
produciendo y quizá, en la era de lo audiovisual, la gente está más predispuesta
a dejarse seducir por la imagen. Me da la impresión de que los lectores antes
no se animaban; a mí misma me pasaba que no leía historietas hasta hace poco,
sólo Mafalda y Fontanarrosa. Existía un prejuicio de que necesariamente un
cómic estaba orientado a los chicos o trataba de súper héroes, y no es así. Se
pueden contar historias complejas.
–¿Cuál es el poder del dibujo a la
hora de narrar?
–Cuando leés un texto tenés que jugar con tu imaginación y crear esos
espacios, pero con la imagen es diferente la operación. A mí me pasa que viendo
libros de otros dibujantes me permiten sumergirme en su mente de manera
directa, viendo cómo ellos perciben el mundo, cómo dibujan la ciudad, las
personas.
–¿Cuál es el espíritu de tu libro?
–Cuento lo que me pasó. A mí me gustaba estar “de ajena” en la casa de otro
porque era, de alguna manera, reemplazarlo en su vida durante un tiempo. Saber
cómo funcionaba su barrio, cuál era el mejor lugar para comprar comida, qué
decisiones toma la gente para ordenar los espacios de su casa, lo que habla de
ellos también. Qué cosas tienen pegadas en la heladera, los mensajes de
familiares y amigos. Me permitía vivir sus vidas por períodos cortos, hasta el
punto de elegir de su biblioteca, apenas llegaba, qué libro leer en ese período.
Era una verdadera experiencia, la vida nómade con una valija mínima. Me llevó a
plantearme el día a día de otra forma. A estar liviana, a tener tiempo para
dibujar mientras se iba dando la experiencia.
–¿Y qué
cosas aprendiste?
–A estar abierta a lo que pasara. A no tener un plan. Fueron dos años
rarísimos, 2013 y 2014, porque podía estar una semana o dos meses en una casa y
después no saber qué iba a pasar. En el medio, cada tanto, exponía mi trabajo
en una galería y un viaje que había sido pensado como de 15 días se transformó
en uno de seis meses por Latinoamérica. En un momento estaba en Lima y había
producido muchos fanzines para vender. La escena está en el libro: me fui a
Cuzco a tratar de venderlos junto a los artesanos de allí. Nadie me compraba al
ratito de haber colocado la manta. Me dio vergüenza, no era “el lugar” para
vender fanzines. Pero ese día decidí quedarme un rato más, un ratito más. Hasta
que apareció el dueño de un hostel y se interesó en mis dibujos. Y me ofreció
darme alojamiento si le pintaba un mural. Al final me quedé dos meses. Me
permití vivir esas pequeñas acciones que te terminan llevando a un lugar
inesperado.
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