Usar a Maldonado hasta gastarlo...
En momentos en los que muchos están
abocados a tratar de saber qué es lo que finalmente pasó con la vida de
Santiago Maldonado, y mientras buena parte de los medios de comunicación se
encuentran recalculando en base a la cantidad de pelotudeces que han dicho
durante los últimos dos meses y medio, no está de más poner blanco sobre negro
para entender qué fue lo que pasó por fuera de los causales de muerte en sí.
© Escrito por Lucca (Blog Relato del Presente) en miércoles 18/10/2017 y publicado por el diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.
Un chico ignoto desaparece tras un
corte de ruta y un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad nacionales. La
denuncia se realiza un par de días después y el país se entera de que en el sur
hay un conflicto penal –no pienso llamarlo de otro modo– con una porción de la
comunidad mapuche. Y todo explotó: marchas, disturbios, daños, detenciones, heridos,
teorías conspirativas, millones de hipótesis y una violenta batalla verbal bien
al estilo del siglo XXI.
Nada de este desmán hubiera ocurrido
y ya se hubiera resuelto judicialmente todo este asunto si no hubieran
intervenido los mismos tres factores de siempre:
Los políticos. Y por políticos me refiero a todos sus ámbitos, desde las oenegés
que gravitan políticamente, hasta el kirchnerismo, pasando por ese mar de
contradicciones llamado izquierda argentina. El rol del CELS en este caso
debería ser materia de estudio a nivel universitario –incluyendo Derecho Penal–
sobre cómo se puede embarrar la cancha creando hipótesis basadas en teorías
conspiracionistas que los fans nostálgicos de Página/12, añorando un pasado
glorioso que nunca existió, asimilaron como absolutos incuestionables. El
kirchnerismo y sus acólitos, que tienen un poder de memoria selectiva notable a
la hora de hablar de responsabilidad estatal en materia de muertes evitables,
convirtieron a Santiago Maldonado en afiche, en remera y en bandera. El nuevo
Che Guevara no fusilaba, no combatía en las sierras cubanas ni lideraba el
levantamiento de los pueblos. El nuevo Che Guevara tatuaba a cambio de
alimentos, vivía de prestado y se prendía en luchas ajenas. No será la imagen
que uno tendría de un revolucionario, pero se acerca mucho más al ideal de la
militancia actual que ve en un estado de derecho constitucional una dictadura a
la cual resistir. De allí el uso divino que han hecho los kirchneristas de
ayer, hoy y siempre colectivizando la victimización de cualquier muerto, sin
importar su ideología.
De los partidos de extrema izquierda
no voy a decir absolutamente nada porque la organización del Estado es un
concepto que les resulta extraño. Más allá de eso, también hay una cuestión de
falta objetividad entendible: en los últimos años han cosechado dos muertos por
la represión de la policía de un gobierno peronista, otro muerto por un grupo
parapolicial sindical peronista y un desaparecido que sigue desaparecido desde
que un gobierno peronista no lo cuidó en medio de un juicio.
Y ya que hablamos del tema, quiero
resaltar la versatilidad de Cristina a la hora de hablar de los muertos
dependiendo del interlocutor, sea una banda de niños cantores en un acto
kirchnerista, o sea un entrevistador en un medio de comunicación. Este martes,
acá no más, Cristina quiso chicanear al gobierno recordando que el actual jefe
de la Policía Federal ya era funcionario policial durante su gestión, a lo cual
podría sumarle que el 80% de todas las fuerzas de seguridad en actividad,
ingresaron al servicio durante su gestión. Digo, como para dejar de
escupir contra el viento.
De paso, a todos los que estuvieron
estas últimas semanas fiscalizando qué decía este humilde servidor al respecto:
fíjense si encuentran una declaración de Néstor o Cristina Kirchner allá por
2002 sobre la muerte de Dario Kosteki y Maximiliano Santillán. Yo no encontré
ninguna, pero estoy abierto al desafío.
Vuelvo a esa manga de retrógrados
autócratas que consideran que el Estado es una carrera profesional y no un
servicio público y que son capaces de abrazar cualquier causa, por lejana que
resulte, para pegarle al contrario. No voy a meter a todos en la misma bolsa
por esta vez porque no creo que todos hayan buscado capitalizar este caso.
Ningún gobierno que quiera sobrevivir desea un muerto en el enorme arco
opositor. Mucho menos en campaña electoral.
Párrafo aparte merecería el análisis
de cómo es que Carrió, con una campaña en la que participó sólo una semana,
pudo tirar lo del “20% de probabilidades” y la bestialidad absolutamente fuera
de foco que dijo al comparar las condiciones climáticas del río Chubut con Walt
Disney. La comodidad de saber que puede obtener un récord electoral el domingo
debe haber relajado lo suficiente a todos, pero sé que hasta en la Quinta de
Olivos se agarraron la cabeza al enterarse de su último dicho.
No puedo decir lo mismo de algunas
terceras o cuarta líneas, esos contratados que abrazaban la liberalización del
Estado hasta diciembre de 2015 y que hoy parecieran haber encontrado la verdad
revelada en un Estado que no es necesario achicar porque se administra
sabiamente. Y porque les da trabajo, obvio. Son esos mismos que desde sus
cuentas o a través de sus contactos hacen circular versiones truchísimas,
golpes bajos y audios menos chequeables que el video porno de la sueca de
Lanata. Gracias a ellos y su terror a perder el relajo de un cómodo asiento en
una oficina gubernamental tuve que fumarme el audio de la mina que hablaba
desde una morgue afirmando que estaban por anunciar que Santiago Maldonado
apareció muerto de un cuchillazo en el cuello, el video que mostraba al
artesano comprando en un comercio de Entre Ríos, una foto que podría haber sido
choreada de la recreación de un vía crucis, un pibe llamado Santiago Maldonado
que era productor de seguros de La Matanza, y un largo, larguísimo listado de
boludeces que, si lo hicieron para cuidar al Gobierno, merecen devolver hasta
el último centavo de sueldo que hayan cobrado.
Lo peor de esto es el lupanar de
humanoides con la capacidad de deducción de un Neanderthal en estado vegetativo
que levantaban estas pruebas como si se trataran de la resolución del caso. No
creo verlos a todos desfilar para ratificar sus argumentaciones. Posiblemente,
ya se encuentren abocados a probar cómo es que la familia de Maldonado guardó
el cadáver de Santiago en un frigobar para colocarlo cuidadosamente en un río
para que aparezca cinco días antes de las elecciones.
La Justicia. La otra pata de este asunto tiene que ver con el rol que pretendemos
asignarle al Estado. Desde que aceptamos convivir en un país damos por sentado
que nos someteremos a la misma ley que exigimos que se cumpla para todos. Los
derechos humanos no son una expresión de buenas intenciones de las que se
pueden reclamar las que querramos con beneficio de inventario.
Si exigimos el derecho humano a la
vida, también exigimos el derecho humano a la libertad y, por decantación, el
derecho humano a la propiedad privada. Son tres pilares de la sociedad
occidental y están contemplados en la Constitución Nacional. Y si reclamamos el
cumplimiento de la Constitución, tenemos que partir de la base de que la misma
establece un territorio. No dos, no tres: un territorio.
No existe el territorio sagrado
mapuche. No existen territorios sagrados exentos de la ley en Argentina.
Imaginen por un segundo que un juez argumente que tiene que negociar con el
arzobispado para investigar un orfanato en el que se violaron hasta los perros.
Piensen por un segundo que la policía no hubiera podido detener a José López
porque estaba dentro de un convento. La pajereada de la conexión ancestral con
la raigambre cultural de civilizaciones preexistentes que no contaban con
leyes, ni organización territorial ni propiedad privada hay que dejársela a los
chicos de apellidos europeos con culpa de clase. No me entra en la cabeza que
un Juez Federal entienda lo contrario: lo aprendió en la primaria, lo
profundizó en la secundaria, lo estudió particularmente en la carrera de
abogacía y tuvo que dar un kilométrico examen sobre el sistema administrativo y
legal de la Argentina.
Y todo para que luego venga a decir
que “hay que consensuar con los mapuches para respetar su voluntad”. Ayer
mismo, los vehículos que se acercaban al operativo fueron revisados por los
integrantes de esta banda y todos accedieron. Tamaña actitud pasiva frente a lo
que la ley que dicen representar considera una obstrucción al accionar de la
Justicia, sólo puede sostenerse desde la cobardía, la ignorancia o las ganas de
atornillarse en un cargo en el que se cobrará la guita que en la puta life se
imaginó cobrar en el sector privado.
Y, finalmente…
La prensa. El manejo que del caso Maldonado han hecho buena parte de los
periodistas y de los medios donde se desempeñan, ha estado a la altura del
nivel laboral con el que trabajamos. La voracidad por la primicia y la
necesidad casi patológica de tener que decir algo sobre el tema del momento
sólo lleva a mayor pérdida de credibilidad, la cual arrastra a todos los demás
en el derrape hacia el infierno de la mediocridad comunicacional. ¿Saben la
cantidad de puteadas que me comí por no hablar del tema? Como si fuera una
suerte de delivery de opinión, nos hemos acostumbrado a que todos hablen de
todo, sin saber si tienen conocimiento o no. El conocimiento es lo de menos, ya
quedó claro. Ya no se opina desde la construcción de una idea, sino desde la
manifestación de un sentimiento. Y frente a un sentimiento no hay forma de
pensar: se siente empatía o se es un psicópata. Y yo no quiero ser un psicópata
voluntarioso. Si no tengo una opinión formada, cierro la boca. Al fin y al
cabo, a la hora de pagar los platos rotos por la opinión, mi boca es mía y
nadie se hará cargo, como nadie se hizo cargo hasta ahora.
Desde el manejo del sentimiento la
prensa se ha dividido en dos posiciones centrales sobre una misma y única
agenda determinada por la responsabilidad directa del gobierno. Unos han
abordado todo su trabajo direccionando la culpa hacia la Casa Rosada, otros han
hecho hasta lo ridículamente imposible para despegar al gobierno de todo. En un
tercer lugar para nada minoritario aunque lo parezca frente al ruido del resto,
los que tan sólo cubrieron la sucesión de hechos. Respecto de los primeros dos
casos, trato de pensar desde la óptica del “sentimiento que nubla la razón”
para no tener que pensar que son una manga de burros que aún no comprenden el
concepto de responsabilidad objetiva, esa que dice que uno es responsable sólo
de los actos que ha realizado. ¿En serio vamos a seguir creyendo que al mismo
Presidente al que le achacan no querer laburar ni meterse en nada le podría
interesar dar la orden de desaparecer a un artesano que era un total
desconocido y del que ni su propia familia sabía qué había hecho de su vida en
los últimos doce meses? En ese mismo sentido, propongo que se haga una
presentación firmada por todos los periodistas que se copen para exigirle al
congreso que modifique el código de procedimiento penal y se dé por válido que
cualquier persona pueda ser condenada o absuelta en base a dichos de personas
que nadie conoce, que nadie vio antes, pero que conforman “declaraciones
conmovedoras” o “testimonios esclarecedores” sin una puta prueba que sustente
lo que se dice de la boca para afuera.
La función del periodista no debería
ser la de desmentir todas las pelotudeces que se dicen en las redes sociales.
Hay que dejar de vivir de las redes sociales porque nadie va a pagar por lo que
se consume gratis. Si fuera por las redes, estaríamos analizando si Santiago
Maldonado no era en realidad su propio hermano que reclamaba en la Plaza de
Mayo “porque, sospechosamente, se parecen mucho”, o estaríamos formando parte
de la carnicería de las fotos que se filtraron sobre el hallazgo del cuerpo, en
una muestra total de falta de empatía propia de los sociópatas y de aquellos
que creen que tienen la suerte comprada y tendrán una muerte tranquila y
privada.
Sé que puedo resultar demasiado
utópico, pero la verdad es que el manejo de la información, la investigación y
el abordaje que se hizo y se hace del Caso Maldonado desde todos los sectores,
se podría realizar de un modo mucho más humano si todos fueran conscientes
de que la sociedad entera no es un diván donde podemos resolver nuestros
traumas de la infancia, y que no todos tenemos la culpa de que no hayan querido
prestar atención en la clase de educación cívica o que la obra social no les
cubra más de diez sesiones de tratamiento psicológico al año.
Estos tres pilares elegidos son el
reflejo de una sociedad que permite este tipo de cosas. Los que querían que
Maldonado apareciera vivo, los que hubieran preferido que le realizaran una
ejecución sumaria y le mandaran la factura de la bala a los padres, los que
querían que apareciera con vida, los que querían que no apareciera nunca más
para que la gente se olvide del tema, los que querían que no apareciera nunca
más para tener la justificación psicológica que justifique la construcción del
fantasma dictatorial, los que querían que apareciera aunque esté muerto pero
hubieran preferido que ocurriera en otro momento, los que vinieron a dar
lecciones de lo que es un duelo porque vieron al hermano de Maldonado en un
recital y los que buscan cualquier excusa para hacer quilombo y romper todo a
su paso.
O para sumar un voto.
O para tener una buena nota.
Y mientras ya me voy preparando para
todo lo que se viene de ahora en más, me pregunto si realmente importaba dónde
estaba Santiago Maldonado o sólo importa mantener nuestras posturas sin
permitir que una verdad arruine una hermosa historia.
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